¿Podrá América Latina con el salto tecnológico?

                En las últimas décadas el mundo ha confrontado un salto tecnológico de gigantescas proporciones. El mismo sigue su marcha en progresión geométrica, amenazando con desactivar la capacidad de reacomodo que desde hace más de doscientos viene evidenciando la economía cada vez que se ve confrontada al reto tecnológico. Como bien señalan Erik Brynnjolfsson y Andrew McAffe cuando el cambio tecnológico se produce con mayor rapidez que la capacidad de ajuste al mismo se puede llegar a un cataclismo social, sobre todo si como ha ocurrido en la última década el cambio no afecta a un solo sector productivo sino a todos al mismo tiempo (Race Against the Machine, Lexington, 2011).

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                En las últimas décadas el mundo ha confrontado un salto tecnológico de gigantescas proporciones. El mismo sigue su marcha en progresión geométrica, amenazando con desactivar la capacidad de reacomodo que desde hace más de doscientos viene evidenciando la economía cada vez que se ve confrontada al reto tecnológico. Como bien señalan Erik Brynnjolfsson y Andrew McAffe cuando el cambio tecnológico se produce con mayor rapidez que la capacidad de ajuste al mismo se puede llegar a un cataclismo social, sobre todo si como ha ocurrido en la última década el cambio no afecta a un solo sector productivo sino a todos al mismo tiempo (Race Against the Machine, Lexington, 2011).

                Primero vino el salto cuántico en las tecnologías de la información, las telecomunicaciones y el transporte. Al amparo de éstas se establecieron las llamadas cadenas de suministro. Estas permitieron que las distintas fases de un mismo proceso de manufactura se llevaran a cabo en distintos países, buscando la mano de obra más barata para cada componente a fabricarse. La posibilidad de movilizar y dar seguimiento logístico a infinidad de componentes moviéndose en diferentes direcciones antes de llegar a su fase de ensamblaje final, revolucionó los procesos productivos. Luego vinieron las llamadas cadenas globales de valor. Estas permitieron que la prestación de servicios, que hasta entonces había estado encapsulada al nivel doméstico, pudiera proyectarse  globalmente. Nuevamente las tecnologías de la información y las telecomunicaciones abrían fronteras, permitiendo que los servicios pudieran vencer el reto de la distancia. En virtud de ambos fenómenos infinidad de empleos de cuello azul y de cuello blanco desparecieron del mundo desarrollado para ser creados en el mundo en desarrollo.

                Para responder a la competencia de menores costos que ellas mismas habían creado, las corporaciones del mundo desarrollado se adentraron en tecnologías supresoras de empleo en sus propios países. A través de la robótica, la inteligencia artificial o la impresión 3-D, entre otras, se ha ido avanzando exponencialmente en el campo de la tecnología digital. Lo fundamental de ésta es que una vez que los procesos productivos logran ser codificados pueden a la vez ser digitalizados y una vez digitalizados pueden ser reproducidos indefinidamente, haciendo marginal el costo de nuevas aplicaciones.

                El abaratamiento de las tecnologías supresoras de empleos en el mundo desarrollado avanza a tal velocidad que sus costos van camino a hacerse rentables en el propio mundo en desarrollo. No en balde China comienza a introducir robots industriales en sus propias fábricas. Este proceso afectará a las economías emergentes no sólo en el sector de las manufacturas, sino también en el de los servicios. También la biotecnología, la bioelectrónica y la nanotecnología evidencian saltos exponenciales que amenazan con la destrucción de empleos en países ricos y pobres por igual.

                ¿Cómo afecta todo esto a América Latina? Según señalaba el Banco Interamericano de Desarrollo sus economías de dividen en dos grupos: las tipo México y las tipo Brasil. Las primeras son aquellas que reorientaron sus economías hacia las industrias maquiladoras y de ensamblaje teniendo a Estados Unidos como su principal mercado. En este grupo se encuentra no sólo el país azteca sino también América Central y República Dominicana.  Las tipo Brasil, en donde cae toda América del Sur, se caracterizan no sólo por su dependencia fundamental frente a los recursos naturales sino por una mayor diversificación de sus mercados.

                Es evidente que las tecnologías supresoras de empleo afectaran esencialmente a las economías tipo México. Estás, ya de por sí sometidas al reto de las cadenas productivas asiáticas, deberán enfrentar en fecha no lejana el impacto de una tecnología que puede hacer redundante a su mano de obra intensiva. Las economías tipo Brasil perderán una gran oportunidad en el área de los servicios a distancia. Para países que encontraban limitadas sus opciones industriales, ésta constituía una interesante opción de diversificación económica que ahora difícilmente se materializará.

                Sin embargo el riesgo fundamental para estas economías viene dado por tecnologías que afecten la viabilidad de sus recursos naturales. La tecnología del genoma puede destruir la relación ancestral entre el ser humano y la tierra, permitiendo que una vez descifrado el código genético de un vegetal éste pueda ser producido en gran escala como si fuese una manufactura. La tecnología de las células madres amenaza con hacer otro tanto con la carne animal. Por su parte los avances en las tecnologías de localización y extracción de hidrocarburos o minerales abaratan sustancialmente sus procesos productivos, propiciando una sobreproducción que deprime sus precios. A ello se suma toda una amplia gama de tecnologías para el uso eficiente o alternativo de dichos recursos.

                La tecnología augura grandes beneficios a los consumidores del mundo. Sin embargo se presenta como una gigantesca espada de Damocles sobre el empleo global. América Latina no es, desde luego, una excepción en este sentido.