Transitada transición marroquí (I)

Un 23 de julio de 1999 fallecía Hassan II, erigiéndose en rey su hijo primogénito, que pasa a gobernar como Mohamed VI. Todo parecía indicar que el nuevo monarca daría el definitivo espaldarazo al proceso de apertura iniciado unos años antes, significándose su advenimiento como el despertar de una nueva era en la que cristalizaría el proceso de “transición”. Proximidad geográfica, lazos históricos y vívida realidad mediante, analistas y observadores no dudan en establecer una analogía entre los regímenes monárquicos español y el marroquí. Echando mano de una interpretación harto simplista, se significa que un voluntarista Juan Carlos I, en su calidad de heredero del poder franquista, ha sido el gran artífice del cambio democrático en España, y se espera que Mohamed VI haga lo propio. Así las cosas, con el “gobierno de la alternancia” en liza, hito del cambio de orientación operado por el régimen hassaniano a finales de los noventa, a cuya cabeza se encuentra un socialista otrora condenado a muerte por su oposición al régimen monárquico, Abderrahman Youssoufi, el soberano alauí, que entonces contaba con 35 años de edad, estaba llamado a pasar a la historia como el artífice de la mayor transformación política en la historia de Marruecos.

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Un 23 de julio de 1999 fallecía Hassan II, erigiéndose en rey su hijo primogénito, que pasa a gobernar como Mohamed VI. Todo parecía indicar que el nuevo monarca daría el definitivo espaldarazo al proceso de apertura iniciado unos años antes, significándose su advenimiento como el despertar de una nueva era en la que cristalizaría el proceso de “transición”. Proximidad geográfica, lazos históricos y vívida realidad mediante, analistas y observadores no dudan en establecer una analogía entre los regímenes monárquicos español y el marroquí. Echando mano de una interpretación harto simplista, se significa que un voluntarista Juan Carlos I, en su calidad de heredero del poder franquista, ha sido el gran artífice del cambio democrático en España, y se espera que Mohamed VI haga lo propio. Así las cosas, con el “gobierno de la alternancia” en liza, hito del cambio de orientación operado por el régimen hassaniano a finales de los noventa, a cuya cabeza se encuentra un socialista otrora condenado a muerte por su oposición al régimen monárquico, Abderrahman Youssoufi, el soberano alauí, que entonces contaba con 35 años de edad, estaba llamado a pasar a la historia como el artífice de la mayor transformación política en la historia de Marruecos.

Reforzando la percepción del cambio, una de las primeras medidas de Mohamed VI fue la revocación de Driss Basri, ministro de interior, hombre fuerte de Hassan II y uno de los artífices de los “años de plomo”. “El gran visir”, como se le conocía, era apartado de sus responsabilidades el 9 de noviembre de 1999, tras unos disturbios violentamente reprimidos en el Sáhara Occidental. Durante los primeros meses se suceden los gestos que alimentan el optimismo. Entre ellos, la decisión de indemnizar a los represaliados políticos de Hassan II, la vuelta de exiliados como Abraham Serfaty y la publicación de Tazmamart, cellule 10, testimonio desgarrador sobre los 16 años que Ahmed Marzouki, su autor, pasó la prisión secreta, arrojando luz sobre el drama de la represión bajo Hassan II. En octubre de 1999, el soberano efectúa una visita oficial al Rif, región marginalizada por su progenitor tras las sublevaciones de 1958 y 1959. Con la aparición de nuevos títulos independientes que comienzan a erosionar los límites de lo hasta la fecha publicable, se acometen tímidos avances en materia de libertad de prensa. Otra muestra de este nuevo talante lo hallamos la ruptura con el monolitismo árabe oficial y en un discurso pronunciado en Ajdir, en el Medio Atlas, Mohamed VI reconoce la berberidad de su reino.

Buscando distanciarse de su padre, Mohamed VI acuña un “nuevo concepto de autoridad” que hace especial hincapié en la defensa de los derechos humanos y libertades públicas. Este neoautoritarismo no cambia, no obstante, la concepción patrimonial del poder en el Majzén, definiendo el propio monarca el sistema como una “monarquía ejecutiva y democrática”. Incapaces los políticos de ponerse de acuerdo para formar gobierno tras las elecciones de 2002, la designación como primer ministro de un empresario sin filiación partisana, Driss Jettou, contribuye a desprestigiar - aún más - el rol de los partidos. Dando al traste con los logros del "gobierno de la alternancia", no respetando el resultado de las urnas, que dieron como vencedora a la Unión Socialista de Fuerzas Populares, la vocación del nuevo equipo ministerial, desprovisto de carga política y compuesto mayoritariamente por tecnócratas, se circunscribe a aplicar las directrices del rey y sus consejeros, con un limitado margen de iniciativa y maniobra. Es sólo el primer gran revés, que sofoca el estado de euforia inicial y da al traste con la esperanza de un cambio rápido. Una dosis de realismo que pone de manifiesto que nada está ganado de antemano y que el proceso transicional no estará exento de altibajos.

De la amenaza terrorista al 20-F

Confrontado a la “amenaza islamista”, proveniente sobre todo de Al Adl Wal Ihsane (Justicia y Caridad) y del Partido para la Justicia y el Desarrollo (PJD), el poder cambia de dinámica tras los atentados de 16 de mayo de 2003 en Casablanca, en los que mueren 45 personas. Enarbolando la amenaza de “insurrección islamista”, la transición política pasa a un segundo plano, reduciéndose considerablemente el ritmo de reformas y justificando el riesgo la necesidad de mantener un poder fuerte en manos del soberano. Se argumenta que una modernización demasiado temprana puede conducir al país al abismo. Se poner de relieve el necesario refuerzo de los valores musulmanes y patrióticos, encarnados estos en la figura de Mohamed VI, en su calidad de Amir al Mouminime o Comendador de los Creyentes, símbolo máximo de la nación, de su perennidad y unidad. Para no sucumbir al caos, el rey se erige en el único garante para la estabilidad y el desarrollo de Marruecos. Mientras continúan a buen ritmo las reformas económicas, las fuerzas de seguridad del Reino Alauí combaten la “subversión interior”, desplegando lo que algunos medios han tildado de “caza de brujas”, siendo arrestados más de 3.000 personas por su presunta vinculación con el islamismo radical.

Esta fase de alto riesgo culminaría con las elecciones legislativas de septiembre de 2007. Los resultados obtenidos por el PJD desmienten las previsiones que avanzaban una “marea islamista”, hipótesis que inquietaba al régimen y a buena parte de la clase política. Controlada la doble amenaza islamista, radical y política, con unos debilitados y desprestigiados partidos, incapaces de cumplir su rol de mediadores entre la población y las instituciones de poder, el rey conforma un gobierno a su medida, a cuya cabeza nombra a Abbas El Fassi, secretario general del partido triunfante en las elecciones, el Istiqlal nacionalista. Esto permite al rey presentarse en el frente social, aparentemente alejado de la escena gubernamental. Por otra parte, las nuevas elites llegadas con Mohamed VI se han ido apropiando de todas las esferas de poder y de los principales resortes de la economía del país. La transición se da por concluida, el poder real en su actual configuración no es contestado, el debate sobre la reforma de la Carta Magna para avanzar hacia una monarquía efectivamente constitucional es aparcado, los partidos políticos desertan la esfera pública dejando el campo libre a Palacio, con una comunidad internacional que no cuestiona en modo alguno los “avances democráticos” marroquíes.

Todo cambia un 20 de febrero de 2011, cuando de desata una movilización que reclama profundos cambios a nivel político, económico y social. Siguiendo la estela de Túnez y Egipto, en un contexto marcado por el despertar de los pueblos “árabes”, las expectativas son grandes. Se espera un gesto inequívoco del rey., que llega el 9 de marzo. Mohamed VI dirige un discurso a la nación en el que bosqueja una hoja de ruta que atiende las peticiones del 20-F, poniéndose en marcha una nueva generación de reformas: regionalización avanzada, reconocimiento efectivo del pluralismo cultural, adhesión a los principios universales de derechos del hombre, efectiva separación de poderes, refuerzo de las capacidades del ejecutivo y del jefe de gobierno, que deben emanar directamente de la mayoría parlamentaria, centralidad del legislativo, modernización e independencia de la justicia, buena gobernanza, lucha contra la corrupción... Estos elementos deben verse plasmados en una nueva Carta Magna, para lo cual se pone en marcha una comisión para la reforma constitucional. “Un momento histórico cuyo referente más cercano es España, donde Don Juan Carlos inició cambios similares, propiciando un régimen plenamente democrático”, me dijo entonces un politólogo de la plaza. Un nuevo inicio, o casi, más de once años después de la entronización de Mohamed VI.