Venezuela: el sector energético y la ley de la paranoia

Los últimos años han evidenciado cambios tectónicos en el mercado global de la energía. Paradigmas y certidumbres se han visto arrasados, haciendo de la inestabilidad lo único permanente. Hace media década Estados Unidos se veía enfrentado al declive inevitable de su era petrolera. Desde entonces su producción ha aumentado 56% y sus importaciones se han reducido en 40%. De acuerdo a las proyecciones de su Departamento de Energía de hace una década para 2025 dicho país debía estar importando 70% de sus requerimientos petroleros. Para 2013, sin embargo, Estados Unidos había logrado aumentar su producción petrolera en 5 millones de barriles diarios en relación a 2005, estimándose que para 2020 esté extrayendo 11 millones de barriles al día.

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Los últimos años han evidenciado cambios tectónicos en el mercado global de la energía. Paradigmas y certidumbres se han visto arrasados, haciendo de la inestabilidad lo único permanente. Hace media década Estados Unidos se veía enfrentado al declive inevitable de su era petrolera. Desde entonces su producción ha aumentado 56% y sus importaciones se han reducido en 40%. De acuerdo a las proyecciones de su Departamento de Energía de hace una década para 2025 dicho país debía estar importando 70% de sus requerimientos petroleros. Para 2013, sin embargo, Estados Unidos había logrado aumentar su producción petrolera en 5 millones de barriles diarios en relación a 2005, estimándose que para 2020 esté extrayendo 11 millones de barriles al día.

            Hace cinco años Estados Unidos era el mayor importador mundial de gas licuado natural, con gastos anuales en ese sector de 100 millardos de dólares. Hoy, y gracias al gas de esquisto, Estados Unidos no sólo se ha transformado en el mayor productor global de gas natural sino que se apresta a convertirse en uno de los mayores exportadores del planeta. Hace tres años el mundo se adentraba en un renacimiento de la energía nuclear, anunciándose gigantescas inversiones en esta área. Luego de Fukushima la energía nuclear ha retrocedido por doquier. No sólo se han paralizado las nuevas inversiones sino que el cierre de plantas se ha convertido en realidad en muchos frentes. Cuatro años atrás la energía solar aparecía como una apuesta incierta dados sus costos exorbitantes. No obstante, tras la sobrecapacidad a la que condujo la construcción masiva de paneles solares en China, el precio de esta energía se redujo en 60%.

            Hasta hace pocas semanas nadie cuestionaba el dominio del mercado europeo por parte del gas ruso. De hecho, en 2011 Qatar había intentado inundar al mercado europeo con su gas licuado natural, apuesta que para el año siguiente ya había abandonado. De igual manera en 2012 Noruega logró sacudir la posición de dominio rusa en este sector. Para 2013, no obstante, dicha situación ya había sido revertida con Noruega evidenciando un 5% de contracción en sus suministros y Rusia un 16% de expansión en los suyos. Tras los inesperados eventos de Crimea tanto Rusia como la Unión Europea están en proceso de disociarse. La primera volcándose hacia los mercados asiáticos y la segunda aproximándose a Estados Unidos y a proveedores alternativos. Otro tanto ocurre con el petróleo ruso.

            Venezuela ha logrado capear las tormentas del mundo energético, gracias a su rápido posicionamiento estratégico en el triángulo de mayor crecimiento mundial de la demanda: China-India-Sudeste Asiático. Sin embargo tres factores convergentes podrían amenazar su situación: el nuevo vuelco de Rusia a Asia; el re-direccionamiento de las exportaciones del Medio Oriente y África desde Estados Unidos hacia Asia y el previsible fin del bloqueo a las exportaciones de petróleo iraní.

            En el mundo de la energía de hoy podría replicarse la famosa frase de Andy Grove en relación al de la tecnología de la información de hace poco más de una década: sólo el paranoico sobrevive. Esta es una realidad de la cual Venezuela debe tomar conciencia.