Irak: ¿punto final?

Más que una promesa con claras perspectivas electorales, el anuncio realizado por el presidente Barack Obama de dar curso a una reducción sensible de las tropas estadounidenses acantonadas en Irak a partir del próximo 31 de agosto, supone un claro ejercicio geopolítico principalmente destinado a reforzar posiciones militares en la inestable Afganistán y Asia Central.

El pasado lunes 2, el presidente estadounidense Barack Obama anunció para el próximo 31 de agosto el paulatino retiro de las 144.000 tropas estadounidenses asentadas en Irak desde 2003. Hasta finales de 2011 quedarán en el país árabe unas 50.000 tropas destinadas a fortalecer el entramado de seguridad nacional e institucional iraquí.

Argumentando la necesidad de dar curso a “un final responsable” en Irak, Obama lograba parcialmente cumplir una de sus mayores promesas electorales: retirar a los soldados estadounidenses de Irak y poner fin a la invasión y ocupación militar en ese país. Acérrimo crítico de la guerra iniciada en marzo de 2003 por su antecesor George W. Bush, Obama parece dar carpetazo final a una guerra ilegal e ilegítima, la más larga librada por EEUU en el exterior, pero que dista sensiblemente de haber logrado los objetivos inicialmente estipulados.

Un legado claroscuro

El anuncio del retiro paulatino de las tropas estadounidenses ocurre en un momento en que Irak lleva seis meses sin un gobierno claramente definido, tras la celebración de las elecciones legislativas en febrero pasado. El vencedor sin mayoría absoluta, el ex primer ministro Iyad Alawi, sigue sin acordar con el actual primer ministro Nourri al Maliki, los resortes necesarios para constituir un gobierno de unidad nacional.

Con este prisma de vacío político, el tema de la seguridad nacional sigue confrontando a Washington y Bagdad. La semana pasada, las autoridades iraquíes publicaron un informe en el cual aseguraban que julio de 2010 fue el mes más sangriento en los últimos años en Irak, con más de 550 muertos entre civiles y militares. Inmediatamente, Washington reaccionó con otro informe, en el que cifraba en poco más de 200 el número de muertos en este período.

Cifras aparte y tras siete años de guerra e inestable pacificación, la situación en Irak sigue constituyendo un auténtico acertijo. Es cierto que la caída del régimen de Saddam Hussein dio paso a la realización de elecciones democráticas pero la sociedad iraquí se encuentra fuertemente atomizada, hastiada de la ocupación militar estadounidense (por lo demás ilegal a ojos de la ONU y el derecho internacional) y que comienza a adolecer de inéditos índices de pobreza y exclusión.

Este malestar social aumenta ante la percepción popular de que la guerra fue llevada a cabo por Bush y continuada por Obama con el fin de garantizar el control y reparto de las reservas petroleras iraquíes por parte de multinacionales estadounidenses y extranjeras.

Incluso, Washington se ha visto en la obligación de pactar con miembros del ex régimen de Saddam, especialmente del partido Ba´ath y de la ex poderosa Guardia Republicana, determinados objetivos políticos destinados a fortalecer a una Autoridad Nacional iraquí con débiles resortes institucionales y de legitimidad política.

La fragmentación étnica, tribal y religiosa entre las comunidades chiíta, sunnita y kurda ofrece un panorama sumamente volátil y complejo, que tienden incluso a manifestar la posibilidad de una eventual y futura desintegración territorial del Estado iraquí.

Si bien el tema de la seguridad nacional parece haber mejorado en los últimos tiempos, la proliferación de milicias armadas, especialmente entre las comunidades chiíta y kurda, ilustran un panorama ciertamente delicado para un futuro gobierno en Bagdad, una ciudad igualmente caótica en materia de seguridad y servicios públicos.

Pero no parece que el retiro anunciado por Obama signifique realmente el final de la guerra en Irak. Durante su discurso en Atlanta, el presidente comentó que “la cruda realidad es que no hemos visto el final del sacrificio estadounidense en Irak”. Con 50.000 tropas aún acantonadas hasta 2011 o 2012 y un ambiente político inestable, Washington sigue observando con preocupación el complicado tablero geopolítico en Oriente Próximo, ante el temor de observar cómo Irak puede caer paulatinamente bajo la esfera de influencia de su vecino Irán.

Objetivo clave: Afganistán

Pero la perspectiva del retiro militar anunciado por Obama coloca en el epicentro de atención a Afganistán, el verdadero motivo de preocupación de Washington en materia de seguridad internacional. Una perspectiva que se amplía al concierto de Asia Central, en especial hacia Pakistán como cuna del “yihadismo salafista” de los talibanes y del Al Qaeda.

En principio, no parece que el grueso de los 144.000 soldados estadounidenses que comenzarán a retirarse de Irak inmediatamente se destine hacia Afganistán. Pero todo depende de cómo evolucionen los acontecimientos en ese país. Semanas atrás, Obama realizó su más importante anuncio en materia militar al designar al prestigioso general David Petraeus como comandante de las fuerzas de EEUU y la OTAN en Afganistán.

Petraeus, a quien le avala un notable bagaje por su labor para afianzar la seguridad nacional en Irak y el fortalecimiento institucional de unas nuevas Fuerzas Armadas iraquíes, sustituye así al polémico general Stanley McChrystal, defenestrado por Obama al realizar unas controvertidas declaraciones sobre la estrategia de Washington en Afganistán.

Pero el panorama afgano es absolutamente incierto. Obama anunció en febrero el envío de más tropas estadounidenses mientras activaba un amplio ejercicio de diplomacia para garantizar el apoyo internacional a la misión de la OTAN en Afganistán.

Si la actual coyuntura en Bagdad aduce un vacío político y la inexistencia de un gobierno de unidad nacional, en Kabul la situación es incluso peor: las relaciones entre Obama y el presidente afgano Hamid Karzai son absolutamente tirantes y rayando en la desconfianza. Washington incluso llega a cuestionar la gestión de Karzai, acusado de actos de corrupción y nepotismo y con escasa legitimidad social bajo un paraguas de absoluta dependencia de la misión de la OTAN y la ONU.

Un retiro con miras electorales

Pero el volátil círculo desde Oriente Próximo hasta Asia Central puede reportar a corto plazo mayores quebraderos de cabeza para Obama. La actual tensión entre Líbano e Israel tras la breve escaramuza de enfrentamientos militares en la frontera puede ampliarse si otros actores Siria e Irán y los movimientos islamistas Hizbulah y Hamas deciden finalmente entrar en acción contra Tel Aviv. Del mismo modo, el misterio en torno al reciente y presunto atentado contra el presidente iraní Mahmud Ahmadíneyad incrementa aún más este nivel de tensión regional.

En todo caso, el retiro militar en Irak le servirá a Obama y al Partido Demócrata para acelerar algunos réditos políticos en clave electoral, en especial de cara a los comicios legislativos de noviembre próximo, donde los demócratas esperan renovar su actual mayoría en el Congreso y el Senado.

De este modo, los demócratas intentarán rentabilizar electoralmente la impopularidad de la guerra de Irak en la sociedad estadounidense en los últimos años, bajo un incierto test electoral para Obama, quien observará cómo la oposición republicana arremete con fuerza en temas sensibles como la polémica ley antiinmigración ilegal en Arizona, el controvertido vertido petrolero de British Petroleum en el Golfo de México o la crisis económica. Nada garantiza que el cálculo geopolítico de Obama en Irak le reporte inmediatas ganancias políticas y electorales.