Choque de culturas

El basamento cultural, entendido como el entretejido de creencias y convicciones raigales de una sociedad, tiene un impacto profundo sobre la economía. Ello quedó evidenciado en Europa a partir del siglo XVI, por vía de su división en dos esferas religiosas: la protestante y la católica. Mientras la segunda, representada esencialmente por el ámbito mediterráneo, evidenció un rezago profundo, la Europa nórdica y protestante dio un salto económico de grandes proporciones. Ello resultó particularmente notable en aquellos países donde se impuso el calvinismo, la más extrema de las versiones protestantes. La misma se sustentaba en un ciudadano homogeneizado: austero, laborioso, rígido y disciplinado. Más allá de su entrega a Dios lo único que parecía mover sus fibras interiores era el trabajo y por extensión de éste la acumulación de la riqueza.

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El basamento cultural, entendido como el entretejido de creencias y convicciones raigales de una sociedad, tiene un impacto profundo sobre la economía. Ello quedó evidenciado en Europa a partir del siglo XVI, por vía de su división en dos esferas religiosas: la protestante y la católica. Mientras la segunda, representada esencialmente por el ámbito mediterráneo, evidenció un rezago profundo, la Europa nórdica y protestante dio un salto económico de grandes proporciones. Ello resultó particularmente notable en aquellos países donde se impuso el calvinismo, la más extrema de las versiones protestantes. La misma se sustentaba en un ciudadano homogeneizado: austero, laborioso, rígido y disciplinado. Más allá de su entrega a Dios lo único que parecía mover sus fibras interiores era el trabajo y por extensión de éste la acumulación de la riqueza.

 ¿Pero para qué la riqueza en medio de una austeridad agobiante que le negaba todo disfrute a la vida? Era aquí donde la creencia en la predestinación entraba en escena: los seres humanos nacían con la salvación o la condena adosados a su ser. Y si bien nada podía hacerse para cambiar lo que ya estaba escrito, el éxito o fracaso materiales podían dar indicios de hacia adonde apuntaba esa predestinación. El propósito divino parecía equiparar así la salvación con la obtención de la riqueza. De allí la angustia por la obtención de esta última.

Esto se trasladaría al otro lado del Atlántico. Como bien ha señalado Bernard-Henry Levy la cuna de la sociedad estadounidense fue la iglesia calvinista. Fue en ella donde sus primeros colonos definieron los trazos esenciales de un modelo societario que aún pervive, generando las bases de su homogeneización ciudadana y de su ética del trabajo. Sin embargo Darwin tendría también mucho que aportar. Pero no en su versión científica, aún rechazada por la mayoría de la población estadounidense, sino a través del  llamado darwinismo social planteado por Herbert Spencer.

Esta última tesis arraigó en Estados Unidos con una fuerza que no conoció en ningún otro lugar. Según la misma la sociedad se concibe como una suerte de organismo biológico en el que sólo los más aptos prevalecen. Las víctimas de ese proceso son la resultante natural de una dinámica competitiva frente a la cual no debe producirse interferencia externa. Puritanismo y darwinismo social habrían de darse la mano para determinar el contexto productivo estadounidense y su aproximación a la riqueza. Marianne Debouzy describe bien esta amalgama: “Las dos doctrinas, puritanismo y darwinismo, se unieron para brindar justificación a la riqueza, la cual pasaba a presentarse como resultado simultáneo de la escogencia divina y de la selección natural” (Le Capitalisme Sauvage aux Etats-Unis, Paris, 1972).

La caída del Muro de Berlín se presentó como expresión del capitalismo triunfante. Sin embargo este planteaba tantas variables como aspiraciones válidas a presentarse como la mejor expresión del mismo. Entre tales variables se encontraban la estadounidense antes descrita, las diversas vertientes de Europa continental y la japonesa. La diferencia fundamental entre la primera y las otras era clara. Mientras las demás valoraban el consenso, la estabilidad laboral y las redes de sustentación social, el modelo estadounidense enfatizaba el lucro dentro del cabal respeto a las leyes del mercado. En inglés existe la distinción entre un capitalismo de “shareholders” y otro de “stakeholders”. En el primero sólo los accionistas de las empresas y sus ganancias cuentan, en el segundo empresarios, obreros, empleados, Estado y sociedad son todos relevantes. Lamentablemente fue el capitalismo de los accionistas el que impuso su dominio.

Dicho modelo se convirtió en la base conceptual e instrumental de la globalización económica. Ello dio lugar al proceso de transculturización más ambicioso y acabado que recuerde la historia. Culturas por entero ajenas a la angustia existencial por el lucro, al carácter depredador de la competencia o a la pasividad del Estado frente al libre juego de las fuerzas económicas, se vieron subsumidas bajo esa visión de mundo. Como era de esperarse ello no sólo generó inmenso sufrimiento sino una reacción generalizada frente a un modelo a contracorriente de las propias culturas.

 Estados Unidos enfrenta ahora a la idiosincrasia china. La misma, forjada en el hierro de la disciplina, subordina a la persona al cuerpo social, a la autoridad y a la familia, imponiéndole un fuerte código de responsabilidades. Una identidad personal contextualizada al entorno brinda poco espacio al fracaso, traduciéndose en un ciudadano frugal, frío y compulsivo frente al trabajo. Una auténtica e imbatible maquina productiva. Los herederos de Confucio bien pudieran dejar sin capacidad de respuesta a los de Calvino y Spencer.