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La tercera vía china

Liu Jian
Lula enfatizaba en la reciente visita de Hu Jintao a Brasil que sus relaciones, reforzadas, constituyen un paradigma dentro de la cooperación Sur-Sur, asegurando que con ese acercamiento se estaba rediseñando el mapa mundial en el flujo de las mercancías y en el establecimiento de nuevas rutas comerciales. No más. Con todo, a nadie se le escapa que con estos impulsos está surgiendo una nueva geografía también política y estratégica, pues todo ello se desarrolla mientras, por ejemplo, el ALCA permanece en el limbo de la indefinición y las negociaciones bilaterales y regionales con la UE se estancan o avanzan lentamente. (Foto: Hu Jintao e Lula, Brasilia 12/11/2004, @Antonio Cruz/ABr).

¿Puede o quiere China cambiar el mundo? En la escena internacional, es bien sabido que China, aunque sea con la boca pequeña, habla otro lenguaje. En la gira que está desarrollando su Presidente, Hu Jintao, por América latina, cumbre de la APEC incluida, y que finaliza esta semana en Cuba, China es sinónimo de esperanza, incluso para los más escépticos, despertando muchos menos temores que simpatías, y materializando un incremento significativo de su peso e influencia en la región. Pero ¿cuál es la variable determinante en sus últimas actuaciones en el exterior?

La presencia de China en el mundo está creciendo. El principal instrumento de su proyección exterior es la economía, no la defensa. Sin descartar, obviamente, la modernización de sus fuerzas armadas, sus armas esenciales son hoy el comercio, las inversiones y el respeto por la soberanía de cada cual. Sus éxitos internos, aún con sus sombras, le hacen cada vez más difícil “ocultar las intenciones y acumular las fuerzas de la nación” y “no llevar la bandera ni encabezar la ola” para evitar despertar alarmas que no convienen demasiado, según aconsejaba el viejo Deng.

Por otra parte, el dramático episodio de la neumonía asiática, felizmente controlado y con repercusiones políticas internas nunca vistas anteriormente; o las presiones financieras sobre el yuan, la moneda local, renovadas estos días por George Bush exigiendo su apreciación; el ingreso en la OMC; la formulación, en suma, de una política exterior más compleja, evidencian que algo está cambiando ““y necesita cambiar- en Pekín. En las organizaciones internacionales, no solo se constata ya una participación activa en las misiones de mantenimiento de la paz, a las que siempre había sido muy reacia, también está dispuesta a asumir más obligaciones, como señalaba recientemente Chen Jian, un alto funcionario destinado en la ONU.

La lucha contra el hegemonismo y la apuesta por la multipolaridad constituyen una referencia indispensable en el discurso exterior de la China Popular. En esa línea, en los primeros años de reforma, se vislumbró ya el proyecto de definición de “asociaciones estratégicas” con los principales actores de la comunidad internacional: Estados Unidos, Rusia, Unión Europea, y Japón. En los últimos quince años, esa política le ha reportado a China un mecanismo de inserción internacional importante, mejorando globalmente sus posiciones y reforzando su condición de potencia regional responsable y comprometida con la estabilidad.

Asimismo, las exigencias de su proyecto modernizador le vuelcan cada vez más hacia el exterior. Sus necesidades de aprovisionamiento diverso, en especial energético, le exigen una diplomacia muy activa. Una de las primeras decisiones del nuevo equipo dirigente que preside Hu Jintao ha sido la creación de un Grupo de Trabajo Interministerial que coordina las áreas de diplomacia, defensa y energía. La inclusión de la energía entre las áreas de diplomacia y defensa en ese Grupo de Trabajo es bien elocuente acerca de la conciencia existente en Pekín respecto a la naturaleza de los desafíos que enfrenta el proceso de reforma.

Todas esas variables convergen en una misma dirección que realza a corto y medio plazo el protagonismo internacional de China. Pero el factor predominante es, por el momento, de naturaleza económica, y tiene que ver más con la necesidad de diversificar sus mercados exteriores, siempre problemáticos con la UE y, sobre todo, con EEUU, que con la fijación de alianzas para un cambio global. Lula lo enfatizaba en la reciente visita de Hu Jintao a Brasil: sus relaciones, reforzadas, constituyen un paradigma dentro de la cooperación Sur-Sur, asegurando que con ese acercamiento se estaba rediseñando el mapa mundial en el flujo de las mercancías y en el establecimiento de nuevas rutas comerciales. No más. Con todo, a nadie se le escapa que con estos impulsos está surgiendo una nueva geografía también política y estratégica, pues todo ello se desarrolla mientras, por ejemplo, el ALCA permanece en el limbo de la indefinición y las negociaciones bilaterales y regionales con la UE se estancan o avanzan lentamente.

No parece que exista o pueda existir mucha conexión entre quienes reivindican, desde los movimientos alterglobalizadores, que otro mundo es posible, y el hipotético empeño que puedan poner las autoridades chinas en establecer un sistema internacional más equilibrado, pacífico y justo, contribuyendo a afirmar otros polos de poder.

En cualquier caso, las posibilidades de influencia de China en la configuración de un orden internacional distinto, objetivas por su dimensión económica, dependerán de su capacidad para seguir conservando su soberanía en la toma de decisiones en asuntos clave, de su voluntad para afirmarse como un pilar independiente y sólido del sistema, evitando su transformación en un gigante económico más, pero políticamente disminuido. Y en esas parecen estar. Si tienen éxito, el mundo será diferente y esperemos que mejor.

Xulio Ríos (El Correo24/11/2004AIS, Agencia de Información Solidaria26/11/2004Bolpress01/12/2004aporrea.org03/12/2004Gloobal30/11/2004Presente07/12/2004Diario Co Latino15/12/2004El Otro Diario06/12/2004Madrid Digital08/12/2004)