Las izquierdas en el poder ante el ciclo electoral 2014-2019 en América Latina

Tras un intenso ciclo electoral 1998-2013, América Latina ha observado la aparición de nuevas expresiones de izquierda, identificadas entre “revolucionarias” y “moderadas”, que no sólo han llegado al poder electoralmente sino que han reconfigurado el mapa y el escenario sociopolítico hemisférico. Con todo, el nuevo ciclo electoral 2014-2019 definirá nuevos retos y pulsos políticos orientados a medir la consistencia y consolidación de esta nueva “izquierda latinoamericana”. 

Tras un intenso ciclo electoral 1998-2013, América Latina ha observado la aparición de nuevas expresiones de izquierda, identificadas entre “revolucionarias” y “moderadas”, que no sólo han llegado al poder electoralmente sino que han reconfigurado el mapa y el escenario sociopolítico hemisférico. Con todo, el nuevo ciclo electoral 2014-2019 definirá nuevos retos y pulsos políticos orientados a medir la consistencia y consolidación de esta nueva “izquierda latinoamericana”. 

El giro político y electoral hacia diversas manifestaciones de izquierda establecido en América Latina desde la elección de Hugo Chávez en Venezuela (1998) supone un acontecimiento inédito en la historia política contemporánea del continente que, observado a distancia, permite intuir la asunción de nuevos modelos de representatividad y de participación política.

Este proceso consolida, al mismo tiempo y de forma global, un notable nivel de estabilidad política e institucional tras la progresiva transición democrática experimentada en la región desde mediados de la década de 1980. Toda vez, surgen como retos principales la consolidación de los marcos de representatividad y participación política, la lucha contra las desigualdades socioeconómicas y la exclusión social y la adopción de mecanismos adecuados de actuación para sobrellevar las crisis económicas en una región tradicionalmente productora de materias primas y económicamente periférica del sistema-mundo capitalista.

El presente artículo ofrece una reflexión sobre la izquierda y el poder en la América Latina de comienzos del siglo XXI. Se reflexiona sobre el alcance del vertiginoso giro hacia la izquierda experimentado en la región y su consolidación electoral y democrática, así como se intentan identificar las diversas expresiones de izquierda y sus respectivos modelos políticos adoptados en diversos países, en particular el marco institucional y constitucional en que se consolidaron esos cambios, las polarizaciones y diversidades de carácter ideológico y programático existente entre ellos y la incidencia de estos procesos de cambio en la concepción de una nueva arquitectura de integración regional y de su inserción en un orden internacional cambiante. Finalmente, se identificarán los principales desafíos políticos y electorales existentes dentro del actual ciclo electoral abierto hasta el 2019.

  1. De izquierdas y modelos

El cambio hacia diversas expresiones de la izquierda y del progresismo en América Latina a partir de la elección de Hugo Chávez en Venezuela en 1998, define las variables correspondientes a un momento histórico de cambio en el quehacer político contemporáneo de la región.

El rasgo más distintivo de estas expresiones de cambio tiene que ver con la alteración del péndulo hegemónico hasta ahora establecido por parte de los partidos políticos y de las elites tradicionalmente existentes en la región. En este proceso de cambios aparecen nuevos líderes (Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Lula da Silva, entre otros); nuevos partidos y movimientos (Movimiento V República – Partido Socialista Unificado de Venezuela, Movimiento al Socialismo en Bolivia, Alianza País en Ecuador, Partido de los Trabajadores en Brasil); nuevas propuestas (proceso constituyente, democracia participativa, recuperación de la identidad aborigen, integración autóctona); ascenso o retorno al poder de una antigua insurgencia guerrillera reconvertida en movimiento político (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional en El Salvador, Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua, Tupamaros a través del Frente Amplio en Uruguay), entre otros.

Visto desde una perspectiva global, el giro a la izquierda en América Latina desde finales del siglo XX implica al mismo tiempo el triunfo de nuevas expresiones plurales y progresistas, desprovistas de la ortodoxia ideológica imperante durante la “guerra fría”, en gran medida fortalecida por una legitimidad y movilización ciudadana manifestada por la preeminencia de los movimientos sociales. El Foro de Sao Paulo a partir de 1994, y su reconversión a través de la visión altermundialista del Foro Social Mundial (FSM) a partir de 2001, define buena parte de estas expresiones progresistas de izquierda en la región.

El análisis político y sociológico de estas expresiones ilustra una división constante entre estos movimientos de izquierda. En este artículo se intentará establecer una clasificación binaria entre estas expresiones: una izquierda “revolucionaria”, marcadamente rupturista con el sistema, el cual recupera postulados del tradicional populismo latinoamericano. Con la impronta de la revolución cubana de 1959, en este apartado se impone visiblemente la revolución socialista y bolivariana de Chávez en Venezuela, así como sus aliados regionales, algunos de ellos incluidos en el denominado “eje del ALBA”.

La otra expresión agruparía a una izquierda “reformista”, probablemente provista de mayores similitudes con la clasica socialdemocracia europea. No plantea una transformación radical del sistema sino una reforma decisiva y gradual. Lula en Brasil, Frente Amplio en Uruguay o el “kirchnerismo” en Argentina, aparecen como los modelos más visibles de esta tendencia.

1.1 La izquierda “revolucionaria”: ¿Progresistas, populistas, post-neoliberales?

El influjo de la Revolución Cubana (1959) ha establecido un punto de inflexión en los diversos partidos de izquierda latinoamericanos. La caída del Muro de Berlín (1989), la desaparación del campo socialista en Europa del Este (1990) y finalmente de la URSS (1991) coincidió con el avance y consolidación de las transiciones democráticas en América Latina para, posteriormente, definir el curso hemisférico hacia los parámetros de la globalización, el neoliberalismo imperante en la “posguerra fría” y el predominio del considerado “Consenso de Washington”.

Este contexto definió un panorama de complejidades y dilemas para una izquierda aparentemente desarticulada ante el avance de expresiones centristas y liberales, imperantes durante el ciclo electoral latinoamericano 1990-1998, algunas de ellas provistas de movimientos considerados alternativos que reprodujeron rasgos de un neopopulismo, considerado ahora como “autoritarismo competitivo”, particularmente en el caso del “fujimorismo” en Perú y con menos intensidad, el  “menemismo” en Argentina.

La parálisis de la izquierda latinoamericana durante la década de los noventa tuvo dos puntos de inflexión. El primero, la aparición de la rebelión zapatista en Chiapas (a partir de 1994), coincidiendo con el ingreso mexicano en la Tratado de Libre Comercio impulsado por EEUU y Canadá.

El “zapatismo”, tanto como movimiento armado como expresión política e ideológica, supuso la reacción al neoliberalismo imperante, fortalecido igualmente por su expresión de identificación indigenista y su vocación a crear un “nuevo mundo posible”, expresión que simbolizará posteriormente las acciones del Foro Social Mundial de Porto Alegre (Brasil) a partir de 2001.

El segundo punto de inflexión posee una dimensión política de mayor calado, tomando en cuenta su ascenso al poder por la vía electoral. La Revolución Bolivariana impulsada por Chávez en Venezuela a través del Movimiento V República (y su reconversión a partir de 2007 en el actual Partido Socialista Unificado de Venezuela, PSUV) obtuvo el triunfo en las elecciones presidenciales de 1998, impulsando una alternativa: el poder constituyente y la democracia participativa.

En este sentido, el “chavismo”, como coloquialmente se ha identificado a este movimiento, implica una novedad en la expresión política de la izquierda hemisférica: alcanza el poder por la vía electoral e inicia las transformaciones dentro del sistema, apostando por la vía de la participación popular y la oferta de un poder constituyente que reestructure todos los poderes públicos, cuya expresión máxima fueron la Asamblea Nacional Constituyente y la Constitución de la República Boliviarana de Venezuela, ambas en 1999.

El proceso constituyente venezolano alentó otras fórmulas regionales: el indigenismo del Movimiento al Socialismo (MAS) de Evo Morales en Bolivia a partir de 2005; y la alternativa de Alianza País de Rafael Correa en Ecuador a partir de 2007. Con menos intensidad aparece el Partido Nacionalista Peruano de Ollanta Humala, en el poder desde 2011.

Al mismo tiempo, el ejercicio de intentar identificar ideológicamente al “bolivarianismo” y al “chavismo” implica observar diversas complejidades. Chávez, un ex militar que intentó un Golpe de Estado (1992) pareciera corresponder a un liderazgo típicamente establecido en el populismo nacionalista y militar en América Latina (peronismo, Velasco Alvarado en Perú, “torrijismo” en Panamá), ampliado a la conformación de una heterogeneidad de partidos, sindicatos y movimientos progresistas y de izquierda que han ido conformando el actual PSUV como partido unitario de la revolución.

Del mismo modo, el “bolivarianismo” presente en ciertos estratos de la cultura política venezolana (sin menoscabar otros países andinos, en particular Colombia), corresponde a un ideario no menos vago, cuyos rasgos distintivos suponen un proceso de veneración del líder de la independencia Simón Bolívar, la adopción de una ideología nacionalista, republicana y antiimperialista, así como del viejo sueño bolivariano de la integración hemisférica autóctona (ALBA, CELAC).

Con todo, la propuesta “bolivariana” que define al “chavismo” y la adopción del modelo del Socialismo del Siglo XXI (particularmente establecida por el sociólogo mexicano de origen alemán Heinz Dieterich) aborda dos propuestas programáticas: el proceso constituyente de reformulación de los poderes públicos y la democracia “participativa” que sustituya a la imperante “democracia representativa”; y la vocación social, en particular por parte de la diversidad y amplitud de programas de asistencia como las Misiones Sociales a partir de 2003 (salud, educación, infraestructuras, vivienda, cultura, cooperativismo social y económico, etc), dirigidas a las clases pobres y populares.

Desde una perspectiva global, la democracia participativa, las Misiones y la pretensión a consolidar los Consejos Comunales como “geometría del poder”, suponen un efectivo ingrediente de popularidad y de legitimación del “chavismo”, principalmente traducido en los diversos procesos electorales establecidos en Venezuela desde 1998, con no menos secuelas de clientelismo, burocratización y corrupción. Así mismo, presuponen la identificación del pueblo como actor histórico preponderante en este proceso de cambios.  

Principalmente a través de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA, 2004), la propuesta “bolivariana” ha calado en otros contextos donde ha contribuido a llegar al poder (Bolivia, Ecuador, Nicaragua, El Salvador, Perú), entrando en contacto con formaciones políticas ya existentes (FSLN, FMLN, MAS) e incluso a la hora de constituirse en un actor no menos polarizador (Colombia, Honduras) al entrar en contacto con organizaciones armadas (FARC en Colombia).

Con un “zapatismo” cuyo influjo parece progresivamente desvanecerse sin haber logrado consolidarse a nivel hemisférico, el “chavismo” se ha convertido en el actor político e ideológico de mayor dimensión militante y de movilización de apoyos e influencias en la América Latina de principios del siglo XXI. En esta variable igualmente influye el carácter geopolítico estratégico de una nación petrolera como Venezuela, así como de la cooperación otorgada por la Cuba socialista a través de sus redes de apoyo y de solidaridad, dentro y fuera de América Latina.

1.2 La izquierda “reformista”: ¿una socialdemocracia latinoamericana?  

En el otro péndulo de modelos de izquierdas en la América Latina del siglo XXI, puede identificarse el carácter progresista y reformista de otros movimientos que, como el “chavismo”, han alcanzado el poder por la vía electoral.

El caso paradigmático es el Partido de los Trabajadores (PT) de Lula da Silva y de la actual presidenta Dilma Rousseff, en el poder en Brasil desde 2003. Miembro del Foro de Sao Paulo y activista incesante dentro del FSM de Porto Alegre, el PT y el “lulismo” han trazado una histórica etapa de hegemonía política en Brasil así como ejercido una notable influencia política y electoral a nivel hemisférico, en particular dentro de la arquitectura de integración regional (UNASUR, CELAC) y global (BRICS, IBSA, Foros América Latina-Mundo Árabe, etc)

Originario de los movimiento sindicalistas de finales de la década de 1970, en plena dictadura militar brasileña (1964-1985), el PT y Lula han consolidado un proceso reformista muy similar a la socialdemocracia europea de posguerra. A pesar de procrear un programa de fuerte acento social y redistributivo de la riqueza nacional (Bolsa Familia), el “lulismo” no ha propuesto una transformación radical de la estructura de poder en Brasil. Más bien, ha logrado inserir a Brasil como una potencia emergente global y con aspiraciones geopolíticas.

La sincronía con el “chavismo” y otras expresiones más revolucionarias no ha significado, en absoluto, la adopción de un programa o modelo similar por parte del “lulismo”. Su influjo parece tener relación con la pluralidad desde la izquierda del Frente Amplio en el poder en Uruguay desde 2004, así como en otras expresiones regionales (Fernando Lugo en Paraguay; Rafael Correa en Ecuador; levemente el “kirchnerismo” peronista).

Desde una perspectiva política, la correlación de fuerzas e intereses entre las izquierdas “revolucionaria” y “reformista” definirá el nuevo perfil sociopolítico de las fuerzas progresistas y de izquierdas en la región, particularmente a la hora de captar militantes y simpatizantes.

Pero existente acontecimientos puntuales que pueden alterar significativamente los factores de poder de estas nuevas manifestaciones de izquierda. El fallecimiento de Chávez (2013) supone un duro golpe simbólico para un “chavismo” que intenta consolidarse en Venezuela toda vez su influjo exterior parece ir desvaneciéndose. Del mismo modo, el fallecimiento de Néstor Kirchner (2010) y las complejidades políticas de su esposa y sucesora Cristina Fernández de Kirchner, en el poder desde 2011, complican seriamente las aspiraciones electorales del “kirchnerismo” de cara a las elecciones presidenciales de 2015.

Por otro lado, el PT brasileño deberá acometer un horizonte de sucesión “post-Lula” y “post-Dilma” que se anuncia incierto y complejo, misma perspectiva que el FA uruguayo con Pepe Mújica y Tabaré Vázquez, sus principales líderes. En Bolivia, Evo Morales, recientemente reelecto (octubre 2014) igualmente deberá observar la posibilidad de una sucesión política en su partido MAS a partir de 2019. En Ecuador, Rafael Correa intenta reformar la Constitución Nacional para poder consolidar su presidencia a partir de las elecciones de 2017.

Del mismo modo, el escenario electoral servirá de pulso permanente en cuanto a esta correlación de fuerzas, así como en su confrontación con otras expresiones e ideologías políticas, en particular conservadoras, liberales y centristas, las cuales igualmente han adoptado un nuevo perfil. Este pulso irá definiéndose con mayor claridad en el ciclo electoral hemisférico 2014-2019.

  1. Los retos ante un nuevo ciclo electoral   

Coincidiendo con un nuevo ciclo electoral hasta 2019, América Latina dirimirá un prolongado pulso político entre las fuerzas progresistas y de izquierdas políticamente predominantes en la región y una compleja reconstitución de nuevas fuerzas de oposición, particularmente visibles en la aparición de actores de contestación ciudadana, metabolizados por la presión de los tradicionales intereses clasistas y partidistas, así como de la atenta mirada de los mercados financieros internacionales.

Este péndulo político y electoral, derivado de las expectativas sobre la continuidad y consolidación de las fuerzas progresistas hegemónicas en contraposición con las perspectivas de posibles cambios de tendencias y de modelos políticos y de desarrollo, igualmente definirá un pulso hegemónico sobre los modelos de integración hemisférica actualmente existentes, en particular a la hora de medir el radio de incidencia que tendrán los diversos marcos de integración, con especial atención en la Alianza del Pacífico, la UNASUR, el MERCOSUR, la CELAC y el ALBA, dentro de la evolución de los próximos procesos electorales.

2.1 La reconfiguración del péndulo político

En este sentido, el péndulo político latinoamericano afronta un nuevo ciclo electoral. Entre 1998 e 2013, la región evidenció inéditos cambios políticos y de modelos de desarrollo, principalmente propiciados por la pluralidad de movimientos y de partidos progresistas, nacionalistas y de izquierdas que alcanzaron democráticamente el poder en países como Venezuela, Brasil, Bolivia, Nicaragua, Uruguay, Argentina, Perú, Ecuador y El Salvador, entre otros

A consecuencia, la apertura del actual período electoral 2014-2019 identifica un nuevo escenario, el cual calibrará la eventual consolidación de esa orientación progresista de izquierdas, confrontada con la asunción de nuevos actores contestatarios, sin menoscabar el peso de las fuerzas opositoras y reaccionarias tradicionalmente existentes, así como de la posibilidad de que este proceso pueda deparar cambios de tendencias políticas y sociales en la región.

Estas alternativas contestatarias agrupan una compleja amalgama de movimientos cívicos, algunos de ellos aparentemente despolitizados o sin liderazgos ni estructuras políticas definidas, en las que el ascenso de nuevas capas sociales, un visible relevo generacional y la utilización de nuevas tecnologías (redes sociales) constituyen sus principales señales de identificación.

Paralelamente, estos nuevos actores se ven contextualizados e incluso polarizados por la incidencia, influencia e incluso presión por parte de los partidos y movimientos políticos tradicionalmente existentes dentro del establishment latinoamericano, especialmente a la hora de identificarlos en términos de representación política.

En otros casos, estos nuevos actores contestatarios observan la súbita aparición de liderazgos alternativos provistos de una nueva imagen política, en algunso casos persuadidos en atraer, polarizar e incluso contrastar los apoyos electorales de las clases populares y de las nuevas clases medias en ascenso.

2.2 Los focos de atención electoral

La intensidad de este pulso tuvo su mayor trascendencia geopolítica en los recientes comicios presidenciales brasileños celebrados en octubre de 2014, que igualmente coincidieron con los comicios presidenciales en Uruguay.  

La ajustada reelección presidencial de Dilma Rousseff en Brasil (51% de los votos) puso en juego la pervivencia de la hegemonía política establecida por el Partido de los Trabajadores (PT), en el desde 2003. En su segundo período presidencial, Rousseff observará una fuerte oposición por parte de su rival electoral Aécio Neves (Partido Social Demócrata, PSDB), quien se erige como una alternativa centrista y liberal que pretende igualmente atraer los espacios de descontento ciudadano con la gestión de Dilma y del PT.

Con todo, el pulso electoral PT-PSDB definió la ya clásica bipolaridad imperante en las últimas dos décadas dentro del sistema político brasileño entre “petistas” y “tucanos”, traducida igualmente en las influencias de los ex presidentes Lula da Silva (PT) y Fernando Henrique Cardoso (PSDB) dentro de sus respectivos partidos.

La súbita aparición de un nivel de descontento ciudadano contra Rousseff tuvo su particular énfasis en las denuncias de presuntos escándalos de corrupción en el entorno de poder (con epicentro en la estatal energética PETROBRAS) y ante el oneroso coste presupuestario en infraestructuras para acometer diversos eventos deportivos (Copa FIFA Confederaciones 2013, Mundial de Fútbol 2014, Juegos Olímpicos 2016).

En este sentido, las protestas ciudadanas de 2013-2014 implicaron en Brasil la aparición de un nuevo actor social, políticamente amorfo y aparentemente despolitizado, del cual los sectores opositores al PT intentan aceleradamente monopolizar buscando su eventual apoyo  electoral. Todo ello ha venido contrariando la pretensión hegemónica de un PT que muy probablemente se verá persuadido a acometer una etapa de sucesión post-Dilma con horizonte electoral 2019.

Con menor peso geopolítico, Uruguay reprodujo un contexto similar al caso brasileño en las elecciones presidenciales de octubre y noviembre. En este sentido, estaba en juego la hegemonía política y electoral del progresista Frente Amplio (FA) gobernante desde 2004,  contrariada por la reagrupación de fuerzas opositoras, principalmente por la conjunción de intereses electorales entre conservadores, centristas y liberales.

La FA del actual presidente Pepe Mújica acudió con la candidatura de su antecesor, el ex presidente Tabaré Vázquez (2004-2009), dentro de un escenario de complejidades derivados de los efectos de la crisis económica internacional en un país periférico como Uruguay. Este contexto fue aprovechado por el súbito avance del candidato opositor Luís Alberto Lacalle Pou (41 años, Partido Nacional), hijo de otro ex presidente uruguayo, y quien intentó ofrecer una imagen de renovación política simbolizada en un cambio generacional claramente enfocado en contrariar la imagen más veterana del FA bajo Mújica y Tabaré.

En lo relativo al contexto electoral 2015, tres países acometerán elecciones clave: Argentina (presidenciales en octubre), Venezuela (legislativas en diciembre) y México (legislativas en junio). En esta coyuntura, el “kirchnerismo” en Argentina y el “post-chavismo” en Venezuela actualmente liderado por el presidente Nicolás Maduro y el Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV), se juegan sus respectivas hegemonías políticas ante la eventual reconstitución de las fuerzas opositoras en un marco de crisis socioeconómica

Desestimada cualquier iniciativa legal para reconducir una nueva candidatura para la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, el “kirchnerismo” gobernante desde 2003 bajo el Frente para la Victoria (FpV) deberá someterse a una sucesión política que se presume incierta, toda vez la oposición intentará aprovechar este contexto con la candidatura del peronista disidente Sergio Massa y de una derecha liberal rabiosamente anti-kirchnerista, liderada por el actual gobernador de Buenos Aires, Mauricio Macri.

En el caso venezolano, el “chavismo” intenta mantener su hegemonía desde 1998 acometiendo problemas crónicos (inseguridad ciudadana, crisis económica, corrupción) así como las expectativas de un eventual nuevo liderazgo en la plataforma opositora, la Mesa por la Unidad Democrática (MUD), fuertemente fracturada entre sectores radicales y moderados, tal y como se evidenció durante las violentas protestas contra Maduro entre febrero y abril de 2014.

A consecuencia, la MUD debió asumir una urgente reconstitución con la elección como nuevo secretario general de Jesús “Chúo” Torrealba, un comunicador social ligado a los sectores populares. Esta elección supone una clara tentativa de la MUD orientada a “juegar en el terreno” electoral y político tradicionalmente “chavista”.

Estos comicios para renovar la Asamblea Nacional en 2015 son considerados como estratégicos para el “chavismo” y la oposición, tomando en cuenta que muy probablemente definirán el mapa político venezolano a mediano y largo plazo. En el foco de atención están las eventuales tentativas opositoras por impulsar una hipotética celebración de un referéndum revocatorio contra Maduro (constitucionalmente factible a partir de 2016) así como en la polarización del escenario político de cara a las elecciones presidenciales de 2019.

Finalmente, los comicios legislativos mexicanos de junio de 2015 suponen la apuesta política del presidente Enrique Peña Nieto (Partido Revolucionario Institucional, PRI) para consolidar su programa de reformas estatales (sector energético, combate a la corrupción y el narcotráfico), así como para sentar las bases de su eventual reelección presidencial en 2018.

En materia exterior, Peña Nieto impulsa una estrategia en la que predominará el avance de la Alianza del Pacífico así como el equilibrio de las relaciones mexicanas con EEUU y China.

Para el ciclo 2016-2017 se encuentran tres elecciones clave. Otro miembro de la Alianza del Pacífico, el presidente peruano Ollanta Humala (Partido Nacionalista Peruano) medirá los embates de su fuerte caída de popularidad en los comicios presidenciales 2016 sin aún definir una candidatura, con las expectativas enfocadas en la eventual entronización de su esposa Nadine Heredia.

En Nicaragua, el presidente Daniel Ortega (Frente Sandinista de Liberación Nacional, FSLN), en el poder desde 2006, buscará una nueva reelección dentro de un contexto igualmente polarizado, tomando en cuenta los obstáculos constitucionales para su eventual candidatura de reelección, la presión exterior por su acercamiento al eje del ALBA y ante los avances en la construción del Canal de Nicaragua, que contando con la cooperación de China supone un claro desafío para la pretendida ampliación del Canal de Panamá (2015).

Finalmente, el presidente ecuatoriano Rafael Correa, en el poder desde 2007, buscará consolidar con favorables expectativas la hegemonía política de su formación Alianza País (AP) y el proyecto de “refundar Ecuador”, en unos comicios presidenciales donde las fuerzas reaccionarias comienzan a organizarse para intentar erosionar su popularidad.

Como paréntesis, la abrumadora reelección del presidente boliviano Evo Morales (octubre de 2014), en el poder desde 2005, constituye un suceso histórico que, al mismo tiempo, confirma la pervivencia y consolidación de los modelos progresistas e indigenistas a nivel hemisférico.

  1. Tensión en la integración hemisférica

Con este ciclo electoral en marcha, está por ver en qué medida los eventuales cambios políticos ejercerán una tensa pulsación dentro de los marcos de integración hemisféricos y de sus imperativos geopolíticos. Así, el foco de atención estará concentrado en observar qué sucederá con el rumbo electoral y de los modelos de desarrollo y de integración impulsados desde países estratégicos como Brasil, Argentina y Venezuela.

En este sentido, el avance de la Alianza del Pacífico, creada en 2012 por México, Colombia, Perú y Chile, define igualmente un marco de influencia para Washington a través de la Iniciativa Transpacífico impulsada por el presidente Barack Obama en 2011, toda vez los mercados financieros se decantan claramente por fortalecer este mecanismo de integración. Dentro del actual contexto electoral, la Alianza del Pacífico obtuvo un triunfo electoral con la reelección presidencial (mayo de 2014) de Juan Manuel Santos en Colombia.

Por tanto, la presión estará con toda probabilidad fijada en Brasil con la polarizada reelección de Dilma Rousseff. Lo que suceda en el gigante suramericano ejercerá efectos inmediatos sobre la coyuntura política en organismos de integración como MERCOSUR, CELAC y UNASUR, así como entre sus socios exteriores estratégicos (principalmente China), tomando en cuenta que ambas perspectivas constituyen apuestas estratégicas para los actuales gobiernos de Brasil, Venezuela y Argentina.

Misma perspectiva se presenta para una ALBA en fase expectante, sin el impulso de antaño, a pesar del importante triunfo electoral con la reelección de Evo Morales. La presión de la Alianza del Pacífico y de sus sectores afines hacia el área de influencia del ALBA será cada vez más evidente. Ecuador, miembro del ALBA, está estudiando la posibilidad de integrarse en la Alianza del Pacífico, desequilibrando así la geopolítica del eje del ALBA.

Se bien El Salvador no es miembro formal del ALBA, la ajustada reelección presidencial en marzo de 2014 del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), en manos del actual mandatario Salvador Sánchez Cerén, intensificó las presiones exteriores, tomando en cuenta los fluidos contactos que desde 2006 mantiene el FMLN con el gobierno venezolano a través de diversos programas sociales del ALBA. Misma perspectiva puede observarse en el caso de la Nicaragua sandinista de Ortega de cara a los comicios presidenciales 2016.

Paralelamente, la Alianza del Pacífico comienza a diseñar mecanismos de aproximación al MERCOSUR, UNASUR y CELAC, con evidentes expectativas cifradas en reducir el peso geopolítico de Brasil dentro de estos organismos de integración, así como en polarizar la inclinación electoral hacia modelos progresistas y de izquierda en America del Sur, en particular por la apuesta de estos modelos en distanciarse de los mecanismos de integración de carácter neoliberal.

 

 

 

Universidad Normal de Jiangsu (Xuzhou)

Noviembre de 2014