¿Confrontación, contención o cooperación? La disyuntiva de las relaciones sino-estadounidenses afronta un cambio de tendencia. Es evidente que la confrontación carece de sentido. A pesar de las diferencias sistémicas, China no es la URSS de antaño y el nivel de interdependencia entre las economías de ambos países hace insostenible una política así concebida, lo cual no quiere decir que no puedan darse conflictos e incluso guerras comerciales y tensiones de todo tipo entre Washington y Beijing.
Por otra parte, la contención parece inviable. Como ha demostrado la crisis financiera mundial, China dispone ya de un margen de maniobra lo suficientemente amplio como para resistir los embates, ya sean éstos de carácter económico, político e incluso estratégico.
La última opción es la cooperación. Esta es la estrategia de Obama. Pero no se trata de una cooperación exenta de matices, sino de un claro intento de empujar a China a cooperar más allá incluso de lo que pudiera inicialmente desear. Se trata de resolver en un nuevo clima las múltiples diferencias bilaterales del día a día, pero también de enfrentar las hipotecas que ensombrecen el futuro. Es por ello que, sin bajar la guardia ni un centímetro, la presión “benéfica” de la Administración Obama adoptará un claro signo deconstructor de aquellas aristas que impidan una homologación satisfactoria.
Ese plus de la cooperación se orienta a vencer las resistencias ideológicas, políticas y estratégicas que impiden la asimilación global de China, dispuesta a integrarse en una sociedad internacional más abierta en lo económico, pero sin renunciar a sus señas de identidad que incluyen no solo la reivindicación de su cultura sino también su derecho a conducirse por un camino propio que, por el momento, desoyendo en numerosas ocasiones los consejos de un Occidente en quiebra técnica, le está permitiendo afrontar con relativo éxito un largo y complejo proceso de modernización.
En lo económico y comercial, pese a la multiplicación de las tensiones, la estrategia de Obama puede permitir el arbitrio de soluciones y medidas compensatorias. Si hablamos del futuro del dólar, por ejemplo, las cosas pintan de otra forma. Empujar a China a cooperar con EEUU no es cosa fácil si la exigencia se formula desde la óptica de la admisión de su derecho al liderazgo universal. No es que China compita por el titulo o manifieste igual vocación mesiánica sino por las consecuencias que dicha premisa sugiere respecto a lo que define como sus intereses fundamentales y cuya observancia reclama a EEUU.