Aunque no es el primer encuentro entre ambos líderes, la visita que Hu Jintao, el presidente chino, realiza a Washington es la primera de carácter oficial desde que en noviembre de 2002 asumió la jefatura del Partido Comunista. Para China, las relaciones con Washington han sido siempre de extrema importancia. En el pasado, por esa alianza contra natura frente a la URSS, que estos días se recordaba en Beijing al cumplirse el 35 aniversario del inicio de la diplomacia del ping pong. Y hoy, por su dimensión económica y comercial, y también de carácter geopolítico y estratégico.
Si hubiéramos de comparar la lista de asuntos que acercan y alejan a ambas naciones, sin lugar a dudas, los últimos serían los más numerosos. Desde las diferencias en materia de protección de la propiedad intelectual, el déficit comercial estadounidense, la reevaluación de la moneda china, por no hablar de los derechos humanos, los singulares matices que separan sus puntos de vista en cuanto a la proliferación nuclear, los desencuentros en materia energética, etc. Les acerca, es verdad, una visión muy próxima en cuanto a la lucha antiterrorista. Pero ¿es suficiente para establecer un diálogo fluido? Parece que no. Pese a ello, las autoridades chinas hacen mil y un esfuerzos por reducir los factores de confrontación y tender puentes para que el diálogo que ahora se inicia con Bush pueda dejar entrever el horizonte de un entendimiento a largo plazo, en el que la emergencia de China no suscite tantas reticencias ni hostilidades en Washington. Pero no está nada fácil. Ni siquiera en el tema de Taiwán.
China y EEUU se están haciendo a la idea de que su agenda puede ser un elemento determinante del sistema internacional en los próximos años. A los asuntos estrictamente bilaterales, cada vez se suman más problemas colaterales y crisis internacionales (antes Corea del Norte, ahora Irán) en los que la opinión de China empieza a contar. Una de las novedades de este encuentro radica, precisamente, en la inclusión de América Latina en las negociaciones. Recientemente, el secretario ejecutivo de la CEPAL, José Luis Machinea, recordaba que, aun cuando el papel de China en el campo de las inversiones no es relevante, en el futuro seguramente invertirá para “asegurarse” ciertos recursos naturales existentes en los países de la región. Machinea señalaba que en el informe sobre la “Inserción de América Latina en el Mundo”, presentado el pasado año por la CEPAL, hay un capítulo dedicado a China, donde se pronostica el rol que tendrá este país en el desarrollo de América Latina en los próximos años. Hoy ya dispone de cierta relevancia en Argentina, Brasil, Chile o Cuba. Y Hu es mejor recibido que Bush en muchas capitales del hemisferio.
A pesar de la larga lista de problemas, nadie se plantea por el momento que las diferencias no puedan resolverse de forma dialogada. De hecho, esta cumbre ha sido preparada a conciencia, con múltiples escenarios previos en los que se plantearon los temas más espinosos, avanzándose en compromisos de cierta importancia, en especial, en las esferas económica y comercial, e incluso en materia de seguridad. China parece dispuesta a hacer algunas concesiones, en la creencia de que eso puede reducir la animosidad creciente que se puede advertir en numerosos informes oficiales de la Administración estadounidense en los que proliferan las alertas sobre las consecuencias de la emergencia china.
EEUU asume que es en Asia donde se va a definir la hegemonía en el siglo XXI. Y hablar de Asia en sentido de futuro es, sobre todo, hablar de China, quien, pese a negar cualquier aspiración dominante, podría liderar un bloque de poder si, como parece, mejora sus relaciones con la vecina Rusia y consolida la Organización de Cooperación de Shangai (OCS). El último encuentro con Putin ha derivado en una nueva aproximación entre ambos países y en el verano próximo se reunirá la OCS, una alianza cada vez más compacta y con posibilidades de ampliación y reforzamiento, pese a la modestia y cautela con que se está trazando su configuración para no despertar más inquietudes de las estrictamente necesarias.
El problema para China es que EEUU no entiende de delicadezas y está dispuesto a asegurarse una posición ventajosa en los escenarios de mayor importancia (léase Asia Central, Oriente Medio, Caspio), donde el control de los recursos energéticos puede facilitar la protección de sus intereses frente a potenciales competidores, entre ellos, China, a quien intenta frenar a toda costa en su auge, como ha demostrado el reciente y sorprendente (y controvertido) acuerdo con Nueva Delhi, para alejarla de Rusia y China (y de la OCS, donde ya participa como observadora, al igual que Irán y Pakistán).
A EEUU le vendría bien una guerra fría con China. Pero Pekín parece tener claro que su principal arma es la economía y, sin dejar de modernizar su defensa, no caerá en la trampa de competir con Washington sobre capacidades militares, terreno en el que perdería antes de empezar. Reducir algo la ventaja militar le supondría hipotecar su crecimiento. Su apuesta es otra. Por ejemplo, los dos tercios de las reservas chinas (820 mil millones de dólares en 2005) están depositados en dólares, la mitad en bonos del Tesoro estadounidense (247 mil millones de dólares) y cualquier insinuación de diversificación de la cartera produce una enorme intranquilidad en Washington. Aunque China no abandera un proyecto ideológico y político tan abiertamente antagónico como en el caso de la URSS, apuesta por la multipolaridad y define su emergencia como pacífica. Pero también como civilizatoria. O nacionalista, si se prefiere. Pero la única soberanía que EEUU puede admitir es la suya propia y ninguna más. Y ahí los polos pueden repelerse.