De partida puede afirmarse los demócratas tienen la ventaja independientemente de los candidatos. Esta aseveración pareciera ir a contracorriente del éxito obtenido por los republicanos en las elecciones legislativas de 2014. Su más contundente victoria electoral en la Cámara de Representantes desde 1928 y, a la vez, un triunfo modesto en el Senado. No obstante, esto no guarda relación de cara a las presidenciales.
De partida puede afirmarse los demócratas tienen la ventaja independientemente de los candidatos. Esta aseveración pareciera ir a contracorriente del éxito obtenido por los republicanos en las elecciones legislativas de 2014. Su más contundente victoria electoral en la Cámara de Representantes desde 1928 y, a la vez, un triunfo modesto en el Senado. No obstante, esto no guarda relación de cara a las presidenciales.
Lo anterior en virtud de varias consideraciones. La primera es que la configuración de los distritos electorales, donde se elige a los miembros de la Cámara de Representantes, favorece a los republicanos. Tal situación se remonta al triunfo de este partido en las asambleas legislativas estadales del año 2010. Dado que el rediseño de los distritos electorales cae en mano de las asambleas legislativas de los estados, los republicanos sacaron provecho de aquella victoria para adecuar gran parte de esos distritos a los núcleos poblacionales que los favorecían. La segunda razón es que la base poblacional demócrata se encuentra concentrada en los grandes centros urbanos a expensas de una distribución más equitativa en el conjunto del país. Ambos factores crean, de partida, un sesgo favorable a los republicanos en relación a la elección de los miembros de la Cámara. A su vez, el triunfo republicano en el Senado en 2014 estuvo fuertemente influido por el elevado número de retiros por parte de senadores demócratas en funciones, lo cual dejó en posición vulnerable a ese partido. Esto en la medida en que los senadores que se presentan a reelección rara vez son derrotados.
Sin embargo de cara a una elección presidencial son los demócratas quienes se ven favorecidos. Ello en base a la correlación de los votos electorales. Es decir, aquellos que corresponden a cada entidad estatal y que hacen que el partido que gane la mayoría de los votos populares en un Estado, aunque sólo sea por una mínima diferencia, se lleve la totalidad de los votos asignados al mismo. En base a tal correlación encontramos que los 18 estados (más el Distrito de Columbia) que desde 1988 han votado sistemáticamente por los candidatos presidenciales demócratas, representan 242 votos electorales. Por el contrario los 13 estados que de manera reiterada han votado por los candidatos republicanos, durante el mismo período, sólo alcanzan a 101 votos electorales. Tomando en cuenta que para ganar la elección hay que llegar al número mágico de 270 votos electorales, vemos que los demócratas parten con una brecha mucho menor por llenar.
Estados oscilantes
Desde luego los llamados estados oscilantes, aquellos sin preferencia fija por uno u otro bando, hacen la diferencia. Sin embargo dada la disimilitud al momento de partida, un candidato republicano tiene que prevalecer en casi todos los estados oscilantes para poder ganar la elección. Eso o que alternativamente estados tradicionalmente pro demócrata pasen a su lado.
Ahora bien para ganar los votos electorales de un Estado el candidato tiene que comenzar por ganar la mayoría de los votos populares dentro del mismo. Aquí nuevamente los republicanos no la tienen consigo, pues se han quedado afincados en el voto blanco masculino a expensas no sólo del voto femenino sino también del de los grupos poblacionales emergentes (negros, latinos, homosexuales, etc.).
Cuello azul
Trump, como vemos, no la tiene fácil de entrada. Pero a esto se junta su particularidad como candidato. No sólo ha antagonizado fuertemente al voto femenino y al emergente, cerrando sus posibilidades de penetrar los mismos, sino que su retórica candente le ha hecho perder un segmento tradicionalmente alineado a los republicanos: el voto blanco masculino de mayor educación. El único sector electoral donde Trump predomina es el del voto blanco trabajador. Así las cosas, para poder ganar tendría no sólo que obtener un porcentaje desmesuradamente alto de ese voto blanco de cuello azul, sino que a la vez hacerlo en aquellos estados donde ello resulte electoralmente significativo. De nada le serviría aumentar esa votación en Wyoming, históricamente republicano, o en Nueva York, apabullantemente demócrata.
En 2012 Romney obtuvo el 62% del voto blanco trabajador con un 57% de concurrencia electoral de esos votantes. No obstante, perdió por 5 millones de votos populares. Para triunfar, Trump tendría que aumentar ostensiblemente los niveles de voto y de concurrencia electoral de ese sector. Sobre todo porque Romney, a diferencia suya, contó con la mayoría del voto blanco de mayor nivel educativo. En 2012 este votó en un 57% por Romney a partir de una concurrencia electoral del 77%.
Aunque difícil, el triunfo no le es imposible. Esto requeriría que a los factores antes señalados se le uniese una pérdida importante del voto demócrata en relación a las elecciones pasadas. La manera más evidente para que esto se materializara sería a través de un abandono mayor por parte del voto pro Sanders. De allí lo sensible que resultan los documentos internos de ese partido que WikiLeaks se dispone a publicar. Ello o un importante ataque terrorista que revalorizase el mensaje altamente pesimista de Trump.