La estrategia Obama

Las rencillas que acompañaron a la negociación para alzar el techo de la deuda pública norteamericana tuvieron dos efectos inmediatos. El primero fue lograr que Standard & Poor tomara la decisión inédita de rebajar la clasificación crediticia de Estados Unidos. Según el texto que acompañó a dicha medida: “Las rencillas al borde del precipicio, de estos últimos meses, han puesto en evidencia que la gobernabilidad y la capacidad de decisión política de Estados Unidos resultan menos estables, efectivas y predecibles de lo que se pensaba”.

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Las rencillas que acompañaron a la negociación para alzar el techo de la deuda pública norteamericana tuvieron dos efectos inmediatos. El primero fue lograr que Standard & Poor tomara la decisión inédita de rebajar la clasificación crediticia de Estados Unidos. Según el texto que acompañó a dicha medida: “Las rencillas al borde del precipicio, de estos últimos meses, han puesto en evidencia que la gobernabilidad y la capacidad de decisión política de Estados Unidos resultan menos estables, efectivas y predecibles de lo que se pensaba”. El segundo fue cargar la mayor parte del costo político derivado de dicha confrontación al Congreso en general y a la fracción Republicana del mismo en particular. Así lo evidencia una encuesta de New York Times/CBS News Poll, hecha pública el pasado 6 de agosto. De acuerdo a la misma 82% de los norteamericanos desaprueba la manera en que el Congreso manejó el tema y 72% la forma en que los Republicanos se condujeron, mientras que el Líder de la Cámara de Representantes, el Republicano John Boehner, ve aumentar en 16 puntos su nivel de rechazo. Obama, por el contrario, no pareciera haberse visto afectado, manteniendo el mismo porcentaje de aprobación que ha tenido durante el último año: 48% (cifra que aumentó coyunturalmente con la muerte de Bin Laden).

El lamentable espectáculo protagonizado por la clase política de Washington resultaba, sin embargo, innecesario. Máxime cuando la correlación de fuerzas en el Parlamento, la posición prevaleciente entre los Republicanos y el radicalismo propio del Tea Party, lo hacían predecible. Y era innecesario pues Obama tuvo dos oportunidades para haber evitado esta confrontación agónica. Si hubiese solicitado aumentar el techo de la deuda durante el lapso comprendido entre la derrota Demócrata en la Cámara de Representantes en noviembre de 2010 y la toma de posesión de la mayoría Republicana en enero de 2011, dicha aprobación hubiese resultado simple. No obstante, a pesar de que múltiples voces así lo sugirieron, el Presidente prefirió abstenerse de hacerlo argumentando que creía en la disposición al compromiso de los Republicanos (la cual no se evidenciaba por ningún lado). Pudo, también, haber elevado unilateralmente ese techo en virtud de la Sección 4 de la Decimo Cuarta Enmienda Constitucional de ese país, la cual señala que “La validez de la deuda pública autorizada por Ley…no puede ser cuestionada”. Era la opción que recomendaban sus secretarios del Tesoro y de Estado. Pero también se negó.

Parecería, entonces, que Obama buscaba que ocurriese lo que ocurrió. Ello posibilitaba una reedición de lo sucedido en 1995, cuando la intransigencia en este mismo tema del Líder de la Cámara Baja Newt Gingrich y de los Republicanos que la dominaban, dio un espaldarazo a la reelección de Clinton. A juzgar por las encuestas antes citadas algo similar podría suceder de cara a las elecciones del próximo año. De haber sido esa la razón que llevó a Obama a dejar que los gallos se destrozaran, mientras él se mantenía por encima de los picotazos, se trataría de una irresponsabilidad mayúscula. No sólo frente a la estabilidad económica mundial sino en relación al liderazgo internacional de su país.