La Asamblea Nacional de Taiwán, elegida el pasado 14 de mayo ha aprobado un nuevo paquete de reformas constitucionales, que cuentan con el apoyo de los principales partidos políticos (Kuomintang, Partido Democrático Progresista, Partido del Pueblo Primero), en virtud de un consenso establecido en 1996, pero que sólo ahora, nueve años después, ha podido darse por cerrado. La votación ha registrado una única abstención y 48 votos en contra (de un total de 300), que se corresponden con los pequeños partidos.
Las propuestas aprobadas incluyen la reducción del tamaño del Yuan Legislativo o Parlamento, de 225 escaños a 113; la extensión de su mandato, que pasará de tres a cuatro años; la progresiva abolición de la propia Asamblea Nacional; una simplificación del proceso electoral en las legislativas, que deja pendiente una mayor y muy necesaria clarificación; la inserción del derecho al referéndum en la propia Constitución; una modificación de las modalidades de destitución del presidente y del vicepresidente de la República. Las reformas habían sido aprobadas por el Yuan Legislativo en agosto de 2004.
Ante los rumores de deserciones, los partidos habían adoptado numerosas precauciones para asegurar que sus representantes participaran en la sesión y secundaran las propuestas. Una de las características de la vida política taiwanesa es la insuficiente vinculación entre los representantes elegidos y sus formaciones, siempre mediatizada por intereses particulares y por la intensa red de dependencias existentes con el poder económico, indispensables financiadotes de campañas electorales que son muy costosas.
La sesión constituyente de la Asamblea Nacional, celebrada el pasado 30 de mayo, se había saldado con la dimisión de tres de los cinco miembros de la Alianza de Acción Democrática, como protesta por la falta de legitimidad de la Asamblea, elegida con una abstención del 77%, y por la forma en que se pretendía conducir las sesiones, sin prácticamente debate. Dicen querer más democracia y esto no es más que una parodia de democracia, afirmaban estos representantes.
En el sistema político de Taiwán, la Asamblea Nacional es una especie de Senado a punto de pasar a mejor vida. A partir de los años noventa se había convertido en un cuerpo permanente que se elegía cada seis años y que desarrollaba importantes funciones, entre ellas, la de elegir al propio presidente de la República. Sin embargo, la apuesta por la elección directa, a partir de 1996, del jefe del Estado, inició su declive. Hoy solo se reúne de forma extraordinaria y para tratar asuntos muy concretos. La tendencia a simplificar y homologar el sistema político, refuerza el papel del Legislativo que se convertirá en la única Cámara. A partir de ahora, las propuestas de cambio constitucional, una vez aprobadas, podrán someterse a referéndum, sin necesidad de convocar la Asamblea Nacional. Sus días están contados.
La aprobación de este nuevo paquete de reformas pone fin al consenso entre los principales partidos. Mientras el presidente Chen ha insistido en la necesidad de promover la redacción de una nueva Constitución, oportuna y viable en palabras de Su Tseng-chang, presidente del PDP, que debería quedar aprobada en 2008, instando la constitución de una Comisión en la que participen las principales fuerzas políticas y sociales, el KMT y el PPP, ambos en la oposición, rechazan el proyecto, alegando que es el momento de concentrar las energías en la economía y no en una reforma que suscitaría nuevas controversias con China.
KMT y PPP, cuyos principales líderes han sido recibidos en Beijing con los máximos honores, promueven un nuevo tiempo de entendimiento con China Popular, convencidos de que la estrategia de enfrentamiento constituye el principal activo de Chen.
El presidente taiwanés es consciente de su aislamiento y por ello multiplica los gestos hacia el continente, con propuestas de encuentro al máximo nivel, difícilmente asumibles para Beijing en tanto Chen Shuibian no acepte el llamado consenso de 1992, que remite a las partes a un acuerdo sobre el objetivo común, la creación de una sola China. En realidad, Chen no cree en dicho principio ni está dispuesto a suscribirlo, por lo que será difícil el entendimiento.
Hu Jintao, el presidente chino, sigue apostando por ignorar a Chen, y, con la complicidad del KMT y del PPP, puede terciar hábilmente en la política taiwanesa que deberá aguardar a mejor momento para acabar una larga transición, iniciada en 1987 y cuyo final, con varios guiones en borrador, aún no ha sido escrito.