Trump y el control del Partido Republicano

Las recientes elecciones legislativas estadounidenses demostraron hasta que punto Trump controla al Partido Republicano. O, puesto en otros términos, como controla al voto que lo alimenta y por intermedio de este al partido mismo. Fue gracias a su involucramiento activo en la campaña que múltiples candidatos de esa tolda lograron conservar sus curules en el Senado o acceder él. Ello incluyó a su mayor rival de hace dos años por la candidatura presidencial Republicana, Ted Cruz, quien debió aceptar el trago amargo de su apoyo para alcanzar una reñida reelección. Gracias a esta participación activa pudo contenerse a la marea Demócrata donde realmente importaba: el Senado.

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Las recientes elecciones legislativas estadounidenses demostraron hasta que punto Trump controla al Partido Republicano. O, puesto en otros términos, como controla al voto que lo alimenta y por intermedio de este al partido mismo. Fue gracias a su involucramiento activo en la campaña que múltiples candidatos de esa tolda lograron conservar sus curules en el Senado o acceder él. Ello incluyó a su mayor rival de hace dos años por la candidatura presidencial Republicana, Ted Cruz, quien debió aceptar el trago amargo de su apoyo para alcanzar una reñida reelección. Gracias a esta participación activa pudo contenerse a la marea Demócrata donde realmente importaba: el Senado.

Ello confirma lo que venían señalando los analistas. Es decir, como Trump había logrado apropiarse del partido, transformándolo en una extensión de su personalidad y planteamientos. Tal como refería The Economist el 21 de abril de 2018: “Todos los presidentes Republicanos y Demócratas intentan reconfigurar al partido a su imagen y semejanza. En ello, Donald Trump ha sido más exitoso que la mayoría. Desde el comienzo, los votantes se vieron hipnotizados por él, abrazándolo mucho más fervientemente de lo que las autoridades del partido quisieron reconocer. Luego de 15 meses en el poder, él se ha apropiado totalmente del partido”.

Thomas L. Friedman llegaba más lejos: “El Partido Republicano ha cambiado en todo menos en el nombre, pasando de la noche a la mañana de ser internacionalista, pro libre comercio y anti deficit fiscal para transformarse en un partido proteccionista, anti inmigrantes y abierto a los deficit fiscales, todo ello  para adaptarse a los instintos de Donald Trump y de su base. Como bien señalaba el antiguo Presidente de la Cámara de Representantes John Boehner: ‘Ya no existe un Partido Repulicano. Lo que existe es un partido Trump’” (Why Are So Many Political Parties Blowing Up?, The New York Times, June 26, 2018). Todo lo anterior quedaba confirmado por una encuesta del New York Timesdel 24 de julio de 2018, según la cual Trump disfrutaba del apoyo del 90 por ciento del partido.

¿Cómo una figura que se introdujo como un cuerpo extraño en las las elecciones primarias por la candidatura presidencial del Partido Republicano, hace pocos años, logró apropiarse del partido de manera tan completa?

Trump supo aprovecharse de la inseguridad y los temores de una gran cantidad de estadounidenses, adaptando su mensaje a la realidad de aquellos. Sin embargo, eso por si sólo no hubiese bastado si la mesa no hubiese estado ya servida al interior del Partido Republicano mismo. Quien se ocupó de hacerlo fue una plutocracia que, a través de sus gigantescos donativos electorales, lo había doblegado a sus intereses. Jane Mayer, una de las periodistas investigativas de mayor prestigio en Estados Unidos, publicó en 2016 un libro de la mayor importancia para comprender la fuerza del dinero privado detrás del Partido Republicano. En él se explicaba cómo los hermanos Charles y David Koch, dueños de la sexta y la séptima fortunas más grandes del mundo, crearon en la más absoluta opacidad una suerte de “banco político” dedicado al financiamiento y control de dicho partido y de las ideas que lo sustentaban. Los integrantes de dicho grupo incluían a dieciocho billonarios y a un extenso número de multimillonarios con una fortuna combinada superior a los 214 mil millones de dólares. Dicha plutocracia propiciaba un gobierno limitado, una reducción drástica de impuestos, mínimos servicios sociales para los necesitados y mínima supervisión para las actividades económicas, particularmente en materia de Medio Ambiente (Dark Money, New York).

Estos plutócratas no sólo persiguían que el proceso político se amoldase a sus intereses patrimoniales, sino que para lograrlo recurrían a una movilización política de rasgos particulares. En otras palabras, junto a la agenda patrimonial existía un método de acción política. Martin Wolf describía así la esencia del modelo: “...el ‘obstruccionismo salvaje’, la demonización política de las instituciones, el coqueteo con la intolerancia y el racismo… ¿Por qué ha ocurrido esto? La respuesta es que esta es la manera en la que una poderosa casta de donantes, abocada a cortar impuestos y a achicar al Estado, logra ganarse a los soldados de a pie y a los votantes que necesita. Se trata, por tanto, de un ‘pluto-populismo’: un matrimonio de la plutocracia con el populismo de derecha”  (“Donald Trump embodies how great republics meet their end”, Financial Times, March 1, 2016).

Donald Trump aterrizó como un outsider en medio de este estructurado universo. No obstante, nadie como él supo aprovecharse con tanta maestría del terreno labrado en materia de demonización política de las instituciones y del coqueteo con la intolerancia y el racismo. Bastó con que voltease el fuego político creado por el establishment del partido en contra de éste, para que se apoderase de sus bases y por intermedio de éstas del partido mismo.