En estos últimos años, como lo han analizado figuras como Daniel Yergin o Gregory Zuckerman, se ha producido un torbellino de cambios globales en materia energética. Los mismos han echado por tierra paradigmas y certidumbres. Hace cinco años Estados Unidos parecía enfrentar el declive inevitable de su era petrolera. Desde entonces su producción ha aumentado en 56% y sus importaciones se han reducido en 40%. Tres años atrás el mundo se adentraba en un renacimiento de la energía nuclear. Hoy, luego de Fukushima, la energía nuclear retrocede en casi todos los frentes. Hace cuatro años la energía solar lucía como una apuesta incierta dados sus exorbitantes costos.
En estos últimos años, como lo han analizado figuras como Daniel Yergin o Gregory Zuckerman, se ha producido un torbellino de cambios globales en materia energética. Los mismos han echado por tierra paradigmas y certidumbres. Hace cinco años Estados Unidos parecía enfrentar el declive inevitable de su era petrolera. Desde entonces su producción ha aumentado en 56% y sus importaciones se han reducido en 40%. Tres años atrás el mundo se adentraba en un renacimiento de la energía nuclear. Hoy, luego de Fukushima, la energía nuclear retrocede en casi todos los frentes. Hace cuatro años la energía solar lucía como una apuesta incierta dados sus exorbitantes costos. Tras la sobrecapacidad a la que condujo la construcción de paneles solares en China, el precio de esta energía se redujo en 60%. Cinco años atrás Estados Unidos era el mayor importador mundial de gas licuado natural con gastos anuales en este campo de 100 mil millones de dólares. En la actualidad, y gracias al gas de esquisto, Estados Unidos es el mayor productor mundial de gas natural y se apresta a convertirse en uno de los principales exportadores globales de gas. Y así sucesivamente.
Tomemos como ejemplo el caso del petróleo en Estados Unidos. De acuerdo a las proyecciones del año 2004 de su Departamento de Energía, para 2025 ese país debía estar importando el 70% de sus requerimientos de petróleo. Para 2013, sin embargo, Estados Unidos había logrado aumentar su producción en 5 millones de barriles diarios en relación a 2005 y se estima que para 2020 esté extrayendo 11 millones de barriles al día. En otras palabras dicha nación no tendrá necesidad de importar petróleo o, en cualquier caso, sólo lo hará de sus vecinos Canadá y México.
Los cambios anteriores representan retos gigantescos para un país como Venezuela cuya economía gira en torno al petróleo. Sin embargo a las transformaciones energéticas globales se unen a la vez las políticas y las económicas. La configuración de factores anteriores plantea un cuadro inmensamente complejo para los venezolanos. En términos generales el país se ve afectado por la pérdida paulatina pero inexorable de su principal mercado de exportación, Estados Unidos. A la inversa ha ganado mercados y volúmenes de exportación que hace algunos años lucían impensables. Actualmente exporta 600 mil barriles diarios a China, que para 2015 llegarán al millón, así como 400 mil barriles al día a India. También ha accedido a mercados como el japonés y el vietnamita. Este posicionamiento resulta clave pues la trilogía China-India-ASEAN se plantea como la de mayor crecimiento mundial de demanda. Según algunos analistas venezolanos estos nuevos mercados resultarían vulnerables y el ahora previsible retorno de Irán a sus antiguos volúmenes de exportación podría afectar lo alcanzado. Ello implica desconocer que la seguridad de aprovisionamiento energético de dichos mercados les impone diversificar sus fuentes y no depender de la más inestable de las regiones del planeta: el Medio Oriente. Con 297 mil millones de barriles en reservas probadas de petróleo, las mayores del mundo, es difícil no reconocer el significado energético de Venezuela.
El reto planteado le impone a Venezuela la necesidad de acelerar el incremento de su producción y de posicionarse lo antes que pueda en respuesta a las oportunidades emergentes. Anuncios como el formulado por el Presidente de la empresa petrolera rusa Rosneft el 21 de noviembre pasado, según el cual dicha compañía invertirá 65 millardos de dólares en el desarrollo de la Faja Petrolífera del Orinoco apuntan en la dirección correcta. Ello se une a lo dicho por el Presidente de PDVSA Rafael Ramírez, el pasado 14 de noviembre, según el cual la cartera de inversiones públicas y privadas de las que se dispone para el desarrollo de dicha Faja asciende a 200 mil millones de dólares. Venezuela debe ocupar el espacio internacional que corresponde a sus reservas tan pronto como posible.