EEUU: Protestas y cambio

De un extremo a otro de Estados Unidos, el país se encuentra sumido en protestas contra del racismo y la brutalidad policial. La muerte de George Floyd, a manos de esta última, sirvió de desencadenante en contra de un comportamiento por parte de los uniformados azules que un porcentaje importante de la sociedad no se muestra ya dispuesto a tolerar. Desafiando al coronavirus, miles y miles de manifestantes de distintas razas han salido a las calles para expresar su descontento, su rabia y su frustración.

Apartados xeográficos Estados Unidos
Palabras chave Galicia USA internacional
Idiomas Castelán

De un extremo a otro de Estados Unidos, el país se encuentra sumido en protestas contra del racismo y la brutalidad policial. La muerte de George Floyd, a manos de esta última, sirvió de desencadenante en contra de un comportamiento por parte de los uniformados azules que un porcentaje importante de la sociedad no se muestra ya dispuesto a tolerar. Desafiando al coronavirus, miles y miles de manifestantes de distintas razas han salido a las calles para expresar su descontento, su rabia y su frustración.

Cómo en tantas otras ocasiones, sólo que en ésta magnificado por la amplitud de la protesta, la brutalidad policial que se busca controlar no ha hecho más que aflorar en múltiples episodios. La gran pregunta es si las manifestaciones en curso lograrán cambiar algo. No ya el racismo inmerso en los tuétanos del sistema policial y judicial de Estados Unidos, sino al menos la patente de corso para el uso de la violencia excesiva de la que disfruta la policía.

Explorar el problema anterior requiere comprender la esencia del sistema político estadounidense. Los llamados “Padres Fundadores” de ese país siempre alertaron contra la “tiranía de la mayoría”. Esta visión les venía de Locke, así como de los liberales ingleses. Desde la gestación de la vida independiente de Estados Unidos se fue así delineando una visión alternativa al predominio de las mayorías. La misma se asentaba en la noción de una sociedad conformada por grupos e intereses divergentes a cuya protección se debía el Estado.

La responsabilidad de los gobernantes, bajo esta óptica, consistía en mantener a raya a la mayoría para reguardar los espacios de los distintos grupos. Esta visión, que veía con desconfianza cualquier aglutinación de masas que buscase expresar el sentimiento de amplias parcelas de la población, encontró un reforzamiento conceptual a partir de mediados del siglo XX. Ello, a través de las llamadas tesis de las “élites”, las cuales encontraron su punto de partida en Joseph Schumpeter. Los representantes de estas escuelas de pensamiento establecieron una distinción entre “democracia de masas” y “democracia liberal”, siendo vista la primera como una amenaza a la verdadera democracia representada por la segunda.

Es así como en los Estados Unidos de hoy, la democracia se concibe como una proliferación de agrupaciones de toda naturaleza, las cuales deben ser protegidas de la aplanadora de las mayorías. Más aún, la actividad electoral misma gira en torno al financiamiento que proporcionan estos grupos de interés. Los procesos electorales han sucumbido así a la influencia de “lobbies”  y “Comités de Acción Política”, consolidando la relación simbiótica entre grupos de presión y gobierno.

Bajo esta óptica, la presencia multitudinaria de las masas en las calles no es susceptible de generar mucha tracción política. La última vez en la que un cambio político significativo fue el resultado de la acción de las masas, se remonta a los años sesenta del siglo pasado con la lucha de los Derechos Civiles. Allí, la población afroamericana obtuvo beneficios importantes, pero aún manifiestamente insuficientes. Sin embargo, en esa oportunidad convergieron tres factores difíciles de repetir: un liderazgo carismático excepcional por parte de Martin Luther King, el impacto emocional representado por la muerte de Kennedy cuyo programa había contemplado dichas reformas y la presencia de un operador político fuera de serie como Lyndon Johnson, quien logró capitalizar dicho impacto emocional.

Por si solas, las grandes protestas que hoy cruzan Estados Unidos no ofrecen muchas perspectivas de éxito. Más aún, esta acción de masas vista con animadversión por la Casa Blanca, es a la vez rechazada por un poderoso grupo de presión: los sindicatos policiales. Un esclarecedor artículo publicado por The New York Times el pasado 6 de junio, daba cuenta del poder de estos sindicatos (Noam Scheiber, Farah Stockman and J. David Goodman, “How Police Unions Became Such Powerful Opponents to Reform Efforts”). 

En el referido artículo se explica como esta acción sindical, que ampara a los diversos cuerpos policiales de esa nación, se ha convertido en un factor mayor de contención a todo intento de reforma policial. Siguiendo pautas de comportamiento similares a las de la Asociación Nacional del Rifle, el todo poderoso lobby de las armas personales en ese país, los sindicatos policiales asumen actitudes desafiantes cada vez que el comportamiento de sus miembros se ve cuestionado. En lugar de propiciar la auto crítica frente a los excesos, su reacción es la solidaridad incondicional ante quienes los cometen, el pago de costosas firmas de abogados para defenderlos y el bloqueo de cualquier interferencia ajena dirigida a la reforma.  

La narrativa populista de Trump insiste en la existencia de un “Estado Profundo”, que busca neutralizar la acción de los gobernantes elegidos. Todo pareciera indicar que si algún Estado Profundo existe en ese país, es precisamente el de los cuerpos policiales.