Después de más de un año lleno de confusión, era previsible que nadie ganase con mayoría absoluta las elecciones parlamentarias del pasado domingo. Ni programas, ni candidatos, podían variar el estado de ánimo de una población que debe soportar una grave crisis económica y política, con unos dirigentes que no saben como atajarla. Ese es el problema que más afloraba en la superficie. El otro, más de fondo, tiene que ver con la identidad geopolítica de Ucrania. Los ucranianos podían levantarse este lunes con un nuevo gobierno dispuesto a decretar que su lengua oficial pasaba a ser el inglés, que abrazaban la religión musulmana o dispuesto a emitir en la Tv local todos los partidos del Barca en vez del Dínamo de Kiev, pero no podría alterar la posición geográfica de Ucrania.
Las llamadas revoluciones de color, y que yo llamaría de papel, de papel carbón para ser más exactos (la última copia, Bielorrusia, no ha salido, como tampoco en Asia central), se hacen y se deshacen aprovechando situaciones de desesperanza social e inmovilismo político, con la reflexión de fondo de la elección entre Rusia y Occidente. Es una elección política que trata de imponerse a la geografía, y podría tener el mismo destino que otros empeños anteriores de distinto signo, aunque algunas cosas se olvidan pronto y siempre hay personas obstinadas en mover montañas pese a lo absurdo de la tarea. Ni a la URSS, a fin de cuentas, le fue posible sovietizar o rusificar los países del centro y este de Europa, como tampoco cabe considerar a Rusia un país totalmente ajeno a Europa. Aún siendo euroasiático, circunstancia que imprime carácter, está también en Europa.
Ni la aproximación a la UE debería basarse en un alejamiento de Rusia, ni a la inversa. Kiev debe tomar conciencia de su posición geográfica y convertirla en un activo en vez de un problema; por eso, sólo participando en formatos conjuntos de cooperación entre la UE y Rusia puede tirar provecho de esa identidad fronteriza. Dialogar y acordar con la UE en materia energética o emigración, de espaldas a Rusia es, sencillamente, imposible. A Europa también le resultará más fácil gestionar una aproximación a Ucrania, de realizarse sin tensiones con Rusia. La opción europea de Ucrania debe tener más socios, so pena de transformarse en un enredo interminable. Ucrania necesita espíritu creador e iniciativa para minimizar las contradicciones y ser capaz de acreditarse como puente y no como frontera.
Con los resultados de las elecciones del domingo sobre la mesa, deberá producirse un acuerdo político. O se restaura la coalición naranja o puede darse una repetición del precedente de 22 de septiembre cuando el partido de Yanukovich apoyó la candidatura de Ejanurov al cargo de primer ministro. La salida a esta crisis debe gestionarla un Presidente con menos poder, en virtud de sus malos resultados y de la reforma política impulsada por el mismo y de la que ahora no podrá desdecirse. Caso de seguir Ejanurov o alguien similar, Moscú estará satisfecho porque el acuerdo sobre el suministro de gas está garantizado. Caso de optar por otra figura, la revisión de los acuerdos entra dentro de lo posible. Y con independencia de quien gobierne, los apoyos parlamentarios exigirán entendimientos muy amplios, con una negociación que promete ser dura, en especial con Iulia Timoshenko, con unos intereses difícilmente compatibles con Yuschenko. Yanukovich, el candidato proruso, no aspira a colocar a uno de los suyos en el puesto de primer ministro, pero su respaldo electoral no puede ser ignorado por Yuschenko. El futuro de tal laberinto es predecible: inestabilidad, lucha por el poder, desilusión social.
El romanticismo de la "revolución" no ha durado nada, incluso en la aproximación a Europa, generosa en las grandes palabras, pero cicatera siempre en la letra pequeña. Si algo positivo puede hacer la UE en la crisis de Ucrania es ser consciente de la posición geográfica de este país y actuar en consecuencia. El éxito de la estrategia occidental en Ucrania no puede ser proporcional al grado de distanciamiento logrado por este país con respecto a Moscú. Porque la identidad no solo es lengua, cultura, o historia, también es geografía, y no la podemos variar.