Idealismo y realismo se han alternado en la política exterior estadounidense, con el primero predominando la mayor parte del tiempo. La vertiente idealista se remonta a la fundación misma del país y tiene sus raíces en su pasado colonial. Según señalaba en 1835 Alexis de Tocqueville en su célebre Democracia en América, la democracia estadounidense constituía una forma particular de Cristianismo, una suerte de religión republicana en la cual política y religión se fusionaban en una alianza indisoluble. Desde sus inicios, los estadounidenses se han sentido depositarios de un mandato de la Providencia que los llamaba a difundir las virtudes de su modelo político por el mundo. No en balde, Thomas Jefferson declaraba que la política exterior de su país debía basarse en los valores morales enraizados en su religión civil: La democracia. Estos debían servir como un faro que iluminara a la humanidad.