Mientras los demócratas en EEUU empezaban a saborear su triunfo, al otro lado del Pacífico, en China, se disponía la infraestructura imprescindible para que la población pudiera ejercer su derecho de sufragio en las elecciones directas a representantes distritales y de cantones: una solitaria urna opaca y engalanada de rojo en el centro, una mesa de administración donde intercambiar la credencial de votación por la papeleta, otra mesa para los informadores, algunos modestos paneles informativos dando cuenta de los candidatos… La afluencia de votantes, sin colas, se garantiza, sobre todo, por la instalación de las urnas en los centros de trabajo donde los empleados son invitados a votar por los candidatos presentados, siempre alguno más que los diputados a elegir y con presencia de “independientes”.
¿Quiénes se presentan? Pocos les conocen. Nadie ha podido enterarse de sus propuestas, de sus ideas o ideales porque la campaña política sencillamente no ha existido. Pero una de las razones que justifica que las elecciones a mayor nivel no sean directas es precisamente esa: el distanciamiento entre electores y elegibles que se supera a nivel de distrito hacia abajo con un contacto más directo de los candidatos con la población. Un cuento. Y al día siguiente de la votación, nadie pregunta tampoco quien ha ganado o cual ha sido el índice de participación. En los medios apenas es noticia. Y llama la atención que un miembro del Comité Permanente del Buró Político que se halla en el ojo del huracán desatado por Hu contra la corrupción, Huang Ju, quien no ha podido presentarse en su colegio electoral, según la agencia de noticias Xinhua, “ha encargado a un asistente que votase por él”. Para complementar la lectura, otro signo relevante: la nueva aparición de Jiang Zemin, ex secretario general del PCCh, votando en el mismo colegio que Hu Jintao, imagen probablemente dirigida a escenificar la unidad del Partido y a demostrar que la campaña anticorrupción, contrariamente a lo asegurado por las malas lenguas, no va dirigida a desmontar el clan de Jiang Zemin y sus correligionarios.
Estos comicios se celebran cada cinco años y son la base de la renovación de las asambleas populares a todos los niveles que debe culminar en 2008 con el inicio de una nueva legislatura. A partir de aquí, todos los procesos electorales son indirectos (municipal, provincial, estatal) hasta llegar a la Asamblea Popular Nacional. Y así se constituye el poder legislativo, máxima expresión de la soberanía popular.
Con un planteamiento de tal naturaleza es fácil convenir que el ejercicio democrático en China, sin entrar en discusiones de mayor calado acerca del pluralismo, la alternancia y demás pormenores, es muy débil, formal hasta el extremo y carente de sustancia. En una jornada así, el protagonismo democrático debiera ser ejercido por la sociedad. Pero el único protagonista de verdad parece ser la indiferencia.
En el medio rural, donde aún reside aproximadamente el 70% de la población china, el formato es ligeramente distinto en virtud de algunos aditivos específicos. Ese “pasotismo” de la sociedad china está más ausente en las elecciones a los comités de aldeanos que se celebran cada tres años. Los campesinos tienen más posibilidades de conocer a los candidatos, el contacto es más estrecho y directo, y eso ha deparado más de un disgusto a las previsiones oficiales.
Sin duda, el erario público chino, rebosante de divisas, ahorra mucho dinero con un ejercicio tan sobrio del arte de votar, pero la intranscendencia social de este desempeño debería animar la reflexión en quienes aspiran a que la participación de la ciudadanía en la política, sea cual sea el sistema, no se traduzca en un ritual deprimente (ya sea en EEUU o en China) sino en un ejercicio vivo de responsabilidad y compromiso con el futuro de una sociedad.