China ante el espejo árabe

Los disturbios en el norte de África y sus consecuencias en Túnez y Egipto están generando preocupación en China, aunque no han tenido el impacto registrado en el mundo occidental, en parte por su coincidencia con las celebraciones de la Fiesta de la Primavera, la más importante del calendario chino. Lo ocurrido en la plaza Tahir, por otra parte, evoca el recuerdo de Tiananmen, aunque los tiempos y las circunstancias son diferentes.

En primer lugar, cuando se destaca el papel de Internet para magnificar la amplitud de la revuelta, una vez más, no debiéramos infravalorar el control que de la Red tiene el gobierno chino, aunque también es verdad que a cada paso puede resultarle más complejo contener y reprimir el dinamismo y la creatividad de sus ya más de 400 millones de usuarios. En segundo lugar, internamente, nada sólido invita a pensar en una desafección del Ejército al régimen. Es más, este mismo mes, la Comisión Militar Central ha aprobado una nueva norma con miras a reforzar el funcionamiento del PCCh en las fuerzas armadas. En tercer lugar, cabe destacar que, en efecto, en China existe descontento, con presencia de factores similares a los manifestados en el norte de África, desde las alzas de precios hasta las desigualdades, pero no parece haber llegado al nivel de hastío y exasperación que hemos podido ver en los países arabo-africanos. Por ello, cuarto, el margen de maniobra del PCCh es bastante mayor que en estas otras autocracias; y se ve reforzado, quinto, por el pavor al caos, muy interiorizado socialmente, que hace temer por su impacto en la estabilidad del país.
Pese a ello, el miedo al contagio existe y pese a lo descabellado que pudiera parecer pensar en una reproducción mimética de hechos similares a tantos miles de kilómetros de distancia, lo cierto es que toda prudencia es poca.

Pese a su legitimidad revolucionaria, el énfasis chino al tratar estos procesos no pone el acento en sus hipotéticas bondades sino, al contrario, en las negativas consecuencias que pudiera deparar en el orden económico, alertando de los “monstruos” que estarían despertando (islamismo radical), reforzando las indulgencias del presente y descartando cualquier hipótesis comparativa, aun cuando una democracia, interpretada de diferente manera, se formule como aspiración compartida.

Estos hechos advierten, no obstante, de los peligros de la inercia como no-actitud por simple temor a las consecuencias de las reformas, ya que su aplazamiento hará cada vez más difícil que puedan gestionarse en hora las demandas de los nuevos actores sociales.