La agridulce victoria de Chen Shui-Bian

¿Se puede ganar y perder al mismo tiempo? En Taiwán, si. La victoria de Chen Shui-bian en las elecciones presidenciales celebradas el pasado sábado, probablemente difícil de cambiar a pesar de las reclamaciones de la oposición, se ha saldado, paradójicamente, con una derrota en el referéndum que debía plebiscitar uno de los ejes esenciales de su política. Bien es verdad que ese fracaso no resta ningún valor al denodado esfuerzo del candidato del Partido Demócrata Progresista, PDP, que partiendo con desventaja ha conseguido movilizar a la ciudadanía y a su electorado hasta niveles nunca vistos (más del 80% de participación), reforzados en el último momento con el atentado frustrado que le ha propiciado el leve empujón necesario para ponerse por delante en el escrutinio final.

La ajustadísima victoria de Chen se explica sobre todo por esa solidaridad del último minuto con el candidato que ha sido víctima de la sinrazón y que ha inclinado la balanza del elevado porcentaje de indecisos, más del quince por ciento al iniciarse la campaña, dejando sobrecogidos a los seguidores del opositor Kuomintang (KMT), que siempre ha ido por delante en la intención de voto. Pero sería un error creer que su triunfo expresa una simpatía absoluta con su política, en especial en cuanto se refiere a las relaciones con el continente. La derrota en el referéndum conlleva el mensaje de que la ciudadanía no desea confrontación ni cree que el mejor camino consista en echar más leña al fuego, respondiendo con más y nuevo armamento a la proliferación de misiles en las costas situadas frente a Qemoy. Hay que desarmar el contencioso y buscar vías de diálogo y de entendimiento que inspiren confianza a las partes.

Toda la campaña ha sido especialmente dura, con el país prácticamente dividido en dos facciones: azules (KMT) y verdes (PDP). El debate en torno a la taiwanización de la isla y las relaciones con el continente, propuestas de Chen, le han facilitado la iniciativa en todo momento. Esa exitosa estrategia le ha permitido al presidente saliente recuperar parte de la popularidad perdida entre los desencantados por su gestión en el dominio económico o social y los defraudados por su aggiornamento en la reclamación independentista; incluso frenar el ascenso de su aliado rival, el ex presidente Lee Teng-hui, de la Unión Solidaria de Taiwán, y también pro-independentista; y situar a la defensiva a su oponente, que ha respondido a las movilizaciones multitudinarias en contra del despliegue militar continental con iniciativas simbólicas como donaciones de sangre o similares.

¿Por que ha perdido el Kuomintang? Son varios factores a tener en cuenta. En primer lugar, el candidato. Muy pocos se explican la candidatura de Lien Chan, una figura gastada y en declive. Hace dos años se especulaba con la posibilidad de que Ma Ying-jeou, alcalde de Taipei, quien cosechó una apabullante victoria en las elecciones municipales de diciembre de 2002 frente al candidato del PDP, representara a su partido en estas elecciones. La otra figura destacable y con mucho mayor carisma que Lien Chan es su aliado James Soong, del Partido Pueblo Primero, una escisión del KMT que a raíz de los resultados de las elecciones municipales de diciembre de 2002, decidió apostar por una candidatura conjunta frente a Chen. Esa alianza parecía entonces imbatible. En segundo lugar, su incapacidad para renovar el mensaje ante la sociedad, lastrado aún por los efectos de una dilatada presencia en el poder (nada menos que 55 años), y cierta ambigüedad en alusión al manejo de las relaciones entre los dos lados del Estrecho.

¿Que lectura se hace desde Beijing? Frustración y descontento, habría que señalar. Se diría que lo han intentado todo. Al abandonar la presión militar, se apostó por restar capacidad de maniobra al candidato Chen, intensificando el acoso diplomático y el subterfugio empresarial para propiciar su derrota, lo que le permitiría recuperar el diálogo sobre bases más acordes con los planteamientos tradicionales. Durante la campaña, China se ha hartado de recordar a todos que la inversión de Taiwán en China continental alcanzó en 2003 la cifra de 3.400 millones de dólares, o que el volumen comercial asciende a 58.400 millones de dólares, que 60.623 empresas de capital taiwanés se han instalado en el continente, e hizo múltiples guiños a la clase empresarial de la isla garantizando la defensa de sus intereses legítimos y prometiendo más facilidades para las empresas taiwanesas que aspiren a entrar en sus mercados, si la cosa va bien. Los “azules”, partidarios de la unificación, incluso fueron autorizados para hacer campaña en Shanghai a fin de atraer a los comerciantes taiwaneses al mar de calma que representa su opción frente al arriesgado soberanismo del PDP.

Las propuestas de Chen para el futuro consisten en reforzar la “identidad nacional”, avanzando en la integración económica pero no en la reunificación política. Los signos de identidad de la isla son, según Chen, la democracia y esa nueva demografía que supone la incorporación de nuevas generaciones de ciudadanos que no han padecido los rigores de la separación a causa de la guerra civil y que se sienten ciudadanos de Taiwán, integrados en la cultura china pero sin el más mínimo sentimiento patriótico. Chen, como señalaba a Time recientemente, rechaza la idea de convertir la isla en un segundo Hong Kong. Ganadas las elecciones, en su agenda destaca el proyecto de una nueva Constitución, prevista para 2006, coincidiendo con el veinte aniversario de la fundación del PDP, que culminaría la primera fase de la fabricación de ese nuevo país y colocando a China ante la decisión más trascendente de su historia reciente.