Libia: ¿una China más activa?

China optó por abstenerse en la votación de la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU que autorizaba el establecimiento de una zona de exclusión aérea sobre cielo libio con el objeto de proteger a la población civil, sirviendo, a la postre, para justificar los mismos bombardeos de la OTAN que Beijing no ha dudado en criticar. Camino de cumplirse dos meses de aquella decisión, recientemente, ante el ataque a una residencia de Gadafi en Trípoli en la que murió uno de sus hijos y varios nietos, China ha mostrado su oposición a acciones que excedan la autorización de la ONU valiéndose de interpretaciones “arbitrarias” del contenido de dicha resolución. ¿Protesta retórica o algo más?

Internamente, algunas voces han sugerido que la diplomacia china debería implicarse más en la resolución de la crisis libia, desempeñando una activa labor mediadora que podría contar con la aceptación de las partes en conflicto y de organismos regionales como la Liga Árabe o la Unión Africana. De esta forma, China, quizás con el apoyo de Rusia, podría ofrecer un contrapeso a la acción de EEUU y la UE, apostando, no solo de palabra, por una vía pacífica y negociadora capaz de detener el cese de las hostilidades y abrir la puerta a un acuerdo y también para preservar mejor sus intereses económicos y aumentar su prestigio global. Algunos expertos chinos han abundado en el valor de esta crisis para señalar que su gobierno debiera procurar con más ahínco la salvaguarda de sus intereses nacionales haciéndolos valer en crisis internacionales en las que podría visibilizar las bondades de sus capacidades negociadoras.

Oficialmente, no obstante, se han rechazado dichas propuestas (como también la de reconocimiento y apoyo a los rebeldes), amparándose en el tradicional principio de no injerencia en los asuntos internos de otros países. La debilidad de la influencia china en la región dificultaría el éxito de cualquier hipotética mediación, se razona en Zhonanghai como argumento adicional.

Pero el debate está servido. En realidad, China teme que una implicación más activa en la crisis libia, con independencia de su resultado, suponga un motivo de confrontación con los países occidentales. Aunque la crisis económica y el atolladero de Irak y Afganistán reducen la capacidad de maniobra de EEUU, Washington no permitirá de buen grado que China saque partido de su situación en una zona de tanta importancia estratégica.

Frente a la impaciencia, la posición tradicional que confiere mayor importancia a la concentración en los asuntos internos mantiene su preeminencia. Solo el desarrollo económico permitirá contar con las capacidades precisas para poder influir exteriormente. Cualquier precipitación en tal sentido afectaría negativamente a dicho proceso. Pero a medida que avance el poderío de China, esta controversia crecerá, aventurando modificaciones sustanciales del modus operandi tradicional de la diplomacia del gigante asiático. La creciente intensidad de estos debates nos indica que dicho momento pudiera llegar antes de lo previsto.