Taiwán ¿en venta?

Las elecciones presidenciales y legislativas que se celebran en Taiwán este fin de semana revisten una gran importancia. Al votar a unos o a otros, los electores de la aun llamada oficialmente República de China decidirán en gran medida el porvenir de su “Estado de hecho”, quizás no solo de los próximos cuatro años. Los “azules”, liderados por el Kuomintang y el actual presidente, Ma Ying-jeou, son partidarios de dar pasos decisivos para cerrar la fractura abierta con China continental en 1949, tras la victoria de Mao. Los “verdes”, liderados por el Partido Democrático Progresista, se oponen. Unos hablan del consenso con Beijing como vía para lograr la unificación pacífica que, en cualquier caso, no sería de hoy para mañana. Otros reclaman un consenso entre los taiwaneses para definir cuál debe ser su futuro político y acusan al gobierno saliente de querer malvender la isla desoyendo las voces que reclaman un estatus de soberanía plena para Taiwán.

En los últimos años, el proyecto unificador ha avanzado en todos los frentes, especialmente en el económico. Ya más del 40 por ciento de las exportaciones taiwanesas se dirigen al continente. Los intentos de superar esa dependencia no han dado resultado. Ni siquiera con India (apenas el 1,2% de su comercio exterior) ni con Vietnam (donde Taiwán es el primer inversor exterior), y las posibles mejoras con Japón o Brasil son meras expectativas a día de hoy. La superación de décadas de enfrentamiento (2008) ha dado paso a un intenso maratón negociador tanto a nivel gubernamental como interpartidario que del entendimiento permite pasar a la alianza en cuestión de poco tiempo, aunque subsistan algunos desencuentros que exigirá esfuerzos suplementarios a ambos. El atractivo del gran vecino del otro lado es irrefutable, aunque no inspire confianza a buena parte de la sociedad isleña.

En China continental, la apuesta por intensificar las relaciones económicas de forma que estas abran camino a la superación de las tensiones en otros ámbitos, ha ganado enteros frente a los partidarios del uso de la fuerza. Para estos, el enemigo no solo serían los soberanistas, sino también el propio KMT, considerado ambiguo por aferrarse a la defensa del statu quo. De hecho, Beijing aprobó recientemente un ambicioso programa para desarrollar la región situada al oeste del Estrecho de Taiwán que abarca nueve ciudades en la provincia de Fujian y 11 más en las provincias de Zhejiang, Jiangxi y Guangdong. Se trata de una decisión estratégica de alcance muy superior a los misiles que apuntan a la isla y que ayudará a expandir la cooperación a ambos lados.

La normalización de las relaciones bilaterales le ha permitido a Taiwán tomar aire en el espacio exterior. Ningún aliado internacional ha abandonado a Taipei aunque, probablemente, a más de uno no le importaría. Por el momento, China continental y Taiwán han decidido dejar las cosas como están. A Taipei, en realidad, dada la significación creciente de China continental en el orden global, no le queda otra opción. Tras el Acuerdo Marco de Cooperación Económica (2010), incluso han mejorado sus posibilidades de participación en la firma de acuerdos de libre comercio y en foros internacionales de diversa naturaleza. A nadie se le escapa que la ruptura de esta tregua diplomática podría suponer para Taipei la pérdida de valiosos socios.

Hay dos frentes, no obstante, donde las cautelas de fondo se resienten. El primero es el político. Taiwán se ha convertido en una democracia internacionalmente homologable. La sociedad taiwanesa no quiere renunciar a su sistema político y no pocos temen que una negociación a la baja con el continente tendría consecuencias nefastas. Ma, al recordar recientemente que él fue uno de los nueve solitarios jefes de Estado de todo el mundo que felicitaron al disidente Liu Xiaobo cuando fue galardonado con el Nobel de la Paz (2010), rechaza esa posibilidad.

El segundo es la seguridad. La multiplicación de los casos de espionaje, la admisión por parte de Beijing de la existencia de una célula de guerra electrónica con la mirada puesta en la isla, los misiles que apuntan a las principales ciudades taiwanesas, etc., acreditan que a pesar de la mejora del clima bilateral, China representa una amenaza para Taiwán. Ello viene a justificar sus compras de armamento. La última, por valor de 6.400 millones de dólares, añadió más nubarrones a las complejas relaciones sino-estadounidenses.

La influencia de Washington en la evolución de este contencioso es notoria. No parece fácil encajar sus intereses estratégicos en Asia-Pacífico con la unificación de China y Taiwán. Sus implicaciones en el orden económico o en el transporte de crudo por el Estrecho, por ejemplo, podrían ser sustanciales. Esto explica la importancia de que la decisión final no se sustraiga a la propia sociedad taiwanesa. De aceptar su protagonismo, también se evidenciaría la tozudez de aquellos que abundan en el recurso a la guerra por ser, a la postre, la única forma de lograr una reunificación que Occidente nunca aplaudiría o incluso intentaría impedir.