La Autoridad Nacional Palestina (ANP) está movilizando apoyos para lograr el reconocimiento por parte de Naciones Unidas como Estado independiente. La propuesta será sometida a consideración de la Asamblea General de la ONU a finales de este mes. Lo más probable es que se apruebe con una amplia mayoría de votos, aunque el veto de EEUU en el Consejo de Seguridad reducirá el resultado a una victoria moral, importante sin duda pero sin transcendencia jurídica efectiva.
A finales de agosto, el enviado especial de China para Oriente Medio, Wu Sike, anunció en Ramala el apoyo de Beijing a la reclamación palestina, con capital en Jerusalén oriental y sobre la base de las fronteras de 1967 previas a la Guerra de los Seis Días. También mostró su respaldo a las conversaciones de paz con Israel, estancadas desde mediados de 2010 mientras prosigue la construcción de viviendas en los territorios ocupados. En paralelo a la visita de Wu por la zona, el jefe del Estado Mayor del Ejército Popular de Liberación (EPL), Chen Bingde, pisaba Israel para devolver la visita de Ehud Barak a China dos meses atrás.
En el apoyo chino pesa el discurso tradicional de apoyo a la causa palestina y la convicción de que este paso puede favorecer el diálogo con Israel, ya que en modo alguno es alternativo a las negociaciones. Este matiz es importante porque la estrategia palestina que fundamenta su iniciativa parte de la convicción de que no es posible resolver el conflicto a través de negociaciones bilaterales con Israel, eje de la hoja de ruta seguida en las dos últimas décadas. Por otra parte, en las delicadas circunstancias que atraviesa el mundo árabe, el gesto chino expresa su proximidad con una demanda largamente compartida en la región, como constató Wu Sike en su encuentro en El Cairo con Nabi el-Arabi, secretario general de la Liga Árabe, circunstancia que podría ayudar a restaurar algunos vínculos que hoy podrían adolecer de cierta precariedad. Y a mayores demuestra cierta vigencia de las consideraciones Norte-Sur en su diplomacia cuando arrecian las reservas por el nuevo status de su poder mundial y surgen dudas acerca de la vigencia de su compromiso con las aspiraciones de los países en desarrollo.
Es sabido que para China, la ONU, donde se mueve habitualmente con moderación, es una pieza clave en su política exterior. A poco de cumplirse los cuarenta años de la recuperación de su asiento en la organización, es consciente de que a la iniciativa de la ANP puede seguirle un largo camino de debates y resoluciones, preñado de numerosos obstáculos. También que pese a ello, valdrá la pena para acceder a un ambiente internacional más pacífico y seguro, aunque inviable en lo esencial en tanto subsista la oposición de Israel y EEUU a la plasmación efectiva de la solución de los dos Estados.
El expreso apoyo chino es importante para la ANP, toda vez que además de su condición de miembro permanente del Consejo de Seguridad, su status de segunda potencia económica del globo le otorga unos márgenes de implicación e influencia muy superiores a lo común y tradicional, aunque su papel en la deriva del conflicto, a día de hoy, sigue siendo limitado y colateral.
Por otra parte, la más que probable decisión de la Asamblea General revelará los propios límites del funcionamiento de la ONU –incapaz de digerir sus propias decisiones democráticas- y la urgencia de una reforma que dé cabida a la exigible extensión de sus capacidades democráticas cuando la supuesta defensa de sus principios y valores lleva incluso a algunos países, también miembros del Consejo de Seguridad, a implicarse en guerras de incierto resultado. Dicha incoherencia es un flaco tributo a quienes se empeñan en la consecución de sus legítimos objetivos políticos por medios pacíficos.