reloj de arena hourglass01b

Huecos en la memoria

 Reloj de arena; clic para aumentar
Hu no será el líder que inaugure un nuevo tiempo político en China y su previsible triunfo en el XVIII Congreso del PCCh, previsto para el próximo otoño, añade un plus de veracidad a su vaticinio: en lo político, no se moverá pieza antes de 2020. Un reloj de arena mide el tiempo de la política en China.
 

La tragedia de Tiananmen en 1989 regresa cada año para ensombrecer el tantas veces loado éxito de la reforma china. El cuatro de junio se consolida como un referente cronológico esencial para tomar el pulso al ritmo de las desiguales transformaciones que se suceden en este gigantesco país. El registro de los últimos años, marcados por el relevo generacional en la cúpula del Estado y del Partido Comunista que a partir de 2002 dejó atrás el largo mandato de Jiang Zemin, iniciado a raíz de aquellos sucesos, evidencia un singular cambio de orientación que, no obstante, excluye cualquier atisbo de democratización profunda o con parámetros internacionalmente homologables.

Lo cierto es que la mayor parte de los problemas que sirvieron de argumento para aquel estallido de protesta no sólo permanecen en la China de hoy sino que muchos de ellos se han agravado. El exponente más irritante de este retrato son las alarmantes desigualdades que afectan a los diferentes segmentos sociales y territorios, discriminando sin contemplaciones entre quienes tienen fácil acceso a todo tipo de bienes y servicios, y los que sobreviven en las más severas condiciones. La geografía china está pigmentada de acusados contrastes. La gravedad de la situación es de tal calibre que el gobierno y el Partido han debido impulsar, a partir de 2006, un claro giro en las políticas sociales del régimen, pero tardará años en dar sus frutos, pese a los esfuerzos mediáticos para tratar de convencer a todos de lo contrario. La corrupción y los abusos de poder están al orden del día y la reiteración de purgas y medidas administrativas, vieja y fracasada fórmula, no parecen contemplar mecanismos más atrevidos, transparencia incluida, ante el temor a perder el control y dañar la sacrosanta estabilidad.

Que ha cambiado? El régimen se ha vuelto más diligente y sofisticado, para evitar el riesgo de una sorpresa contestataria que agriete sus filas. Esa ha sido la principal respuesta a las tensiones sociales que se han agravado como consecuencia del desarrollismo exacerbado y de la subsiguiente desintegración del tejido social. Los nuevos signos del poder son fácilmente reconocibles: el populismo, la progresiva asunción formal de la cosmética democrática, la búsqueda de la relegitimación permanente, etc. A pesar del notable incremento de la proyección y el contacto de China con el mundo exterior, lo cierto es que la sensibilidad del régimen respecto al concepto de democracia no es mayor que el existente en 1989, aunque se hayan asumido trazos parciales y siempre rígidamente tamizados por el vademécum heredado del maoísmo.

Hu Jintao es consciente de los puntos negros de la reforma y por ello ha multiplicado sus gestos en diferentes direcciones, tanto a nivel interno como externo, reclamando tiempo para afrontar las serias y paradójicas carencias originadas por las décadas precedentes de un alto desarrollo que ha orillado la justicia en todos los sentidos, incluyendo la rehabilitación de los represaliados en tan agrios momentos. Hu no será el líder que inaugure un nuevo tiempo político en China y su previsible triunfo en el XVIII Congreso del PCCh, previsto para el próximo otoño, añade un plus de veracidad a su vaticinio: en lo político, no se moverá pieza antes de 2020. Un reloj de arena mide el tiempo de la política en China.