Shinzo Abe en Europa

El primer ministro japonés Shinzo Abe está de gira por varios países europeos, entre ellos España. La iniciativa diplomática se produce tras la reciente visita a Tokio de Barack Obama, durante la cual Abe pudo celebrar la declaración del presidente estadounidense incluyendo las disputadas islas Diaoyu/Senkaku en el perímetro de defensa que abarca su tratado bilateral de seguridad.

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El primer ministro japonés Shinzo Abe está de gira por varios países europeos, entre ellos España. La iniciativa diplomática se produce tras la reciente visita a Tokio de Barack Obama, durante la cual Abe pudo celebrar la declaración del presidente estadounidense incluyendo las disputadas islas Diaoyu/Senkaku en el perímetro de defensa que abarca su tratado bilateral de seguridad.

Los objetivos de esta visita se centran en aspectos económicos pero, sin duda, el proceso de cambio interno que vive Japón y el agravamiento de sus diferencias con China estarán muy presentes en los encuentros que mantendrá con los principales dirigentes europeos. Abe busca en Europa fórmulas de compromiso para avanzar en la profundización de las relaciones económicas y comerciales que insuflen un nuevo impulso a su controvertida estrategia de crecimiento pero igualmente espera el asentimiento continental a una política que pretende hacer de Japón un país “normal”. Dicha normalidad tiene su máxima expresión en la propuesta de modificación del artículo 9 de la Constitución que restringe las capacidades del país en el orden de la defensa y cuya supresión podrá consolidar los anhelos militaristas de los conservadores japoneses.

Desde la llegada de Shinzo Abe al poder al frente del Partido Liberal Democrático, los sectores más derechistas de la política japonesa se han embarcado en una estrategia de negacionismo histórico que ha provocado airadas respuestas en la región, en especial por parte de Corea del Sur y China. Las visitas de autoridades y legisladores al santuario Yasukuni, donde se rinde culto a criminales de guerra, el cuestionamiento de la masacre de Nankín o del reclutamiento de “esclavas sexuales”, sugieren una búsqueda de la normalidad basada en la reinterpretación de hechos históricos por otra parte irrefutables. Dicha actitud está conduciendo a la región, la más dinámica del mundo en términos económicos, a una recapitulación del memorial de agresiones padecidas a consecuencia del militarismo imperial.

A ello hay que sumar los litigios territoriales con Corea del Sur y con China. El conflicto por el control de las islas Diaoyu/Senkaku, también reivindicadas por Taiwán, activado tras el anuncio de nacionalización de varias islas del archipiélago por parte de Tokio, agria las relaciones bilaterales entre las dos principales economías de la región y puede convertirse en el detonante de un enfrentamiento severo. Tokio no reconoce siquiera la existencia de esta disputa y dobla el desafío al revisar mapas y manuales escolares oficiales en una escalada que incluye medidas militares de final incierto. La reacción china, movilizando efectivos y declarando una zona de identificación de defensa y seguridad aérea, con las disputas en auge en el Mar de China meridional y la US Navy clamando por el respeto a la libertad de navegación, dibujan un escenario que aconsejaría, como poco, un llamamiento a la prudencia.

Es obvio que el populismo de Abe cuenta con el apoyo estadounidense. Como se ha podido constatar en la citada gira de Obama por la región, Washington promueve en Asia una estrategia de asunción de mayores compromisos por parte de sus aliados ante la perspectiva de una inevitable reducción de su nivel de gasto militar como consecuencia del declive de su economía. Pero, ¿qué nivel de comprensión puede tener la UE de la involución que vive Japón? Los titubeos de los dirigentes japoneses con su reciente pasado debieran ser rechazados en esta Europa que mayoritariamente desprecia las nostalgias militaristas, ya se manifiesten en Alemania o en Ucrania. No es imaginable que la señora Merkel reproduzca en Berlín los gestos de Abe en Tokio. De igual forma, esa combinación de renovado negacionismo histórico y neomilitarismo de los actuales líderes japoneses, debiera producir hilaridad. Pero por desgracia, previsiblemente, esta UE, que con sus políticas económicas neoliberales también da alas al renacer de los viejos fantasmas y los peores presagios, políticamente disminuida, primará el corporativismo transatlántico sobre cualquier otro matiz.

El temor a una China que sigue avanzando hacia la supremacía económica global y cada día más caracterizada a nuestros ojos como sigilosa alteradora del statu quo, nos invita a hacer la vista gorda ante un Japón que sin ambigüedades se desentiende del orden de posguerra.  Europa, en crisis y prosiguiendo sin pausa la deconstrucción de los valores que la hicieron posible, ve en Abe un aliado presuntamente fiel para implementar cualquier estrategia de contención del gigante asiático. Esta dinámica, no obstante, deudora de viejos comportamientos, entraña importantes riesgos. También para Tokio, Occidente puede ser un mero aliado de conveniencia.

Aun sin antes liquidar del todo los residuos de la guerra fría que perviven en el Lejano Oriente, la actitud de desentendimiento de los países occidentales a la hora de ponderar la hoja de ruta de Abe para lograr desembarazar a Japón de las condiciones impuestas en la posguerra, puede dar pie al más significativo paso de ruptura del statu quo vigente. Que ello se produzca en base a una pretendida relectura del pasado no es muy tranquilizador. Europa, que también padeció en carne propia el drama de la guerra y que abogó en consecuencia por la institucionalización de valores alternativos, debiera guardar distancia con la desmemoria.