La sensibilidad china con respecto a lo que considera su integridad territorial lleva tiempo a flor de piel. Si su ocupación por las potencias extranjeras y el cercenamiento de porciones de su vasta geografía a favor de sus vecinos y otros se impuso en el pasado como hecho asociado a su decadencia, hoy día, con su emergencia, es en la vertiente territorial donde también se manifiestan sus anhelos de superación de aquel tiempo traumático. Si comparamos los mapas de la China republicana del Kuomintang (1911) y la China del Partido Comunista (1949) es fácil observar la considerable dimensión de lo “perdido”. Pero no se advierte, al menos de momento, una tentación que pudiéramos calificar de revanchista. No obstante, aumentan los indicios de un endurecimiento de los postulados en torno a las áreas más disputadas y que pueden afectar a las relaciones con los países vecinos y a la estabilidad regional.
La sensibilidad china con respecto a lo que considera su integridad territorial lleva tiempo a flor de piel. Si su ocupación por las potencias extranjeras y el cercenamiento de porciones de su vasta geografía a favor de sus vecinos y otros se impuso en el pasado como hecho asociado a su decadencia, hoy día, con su emergencia, es en la vertiente territorial donde también se manifiestan sus anhelos de superación de aquel tiempo traumático. Si comparamos los mapas de la China republicana del Kuomintang (1911) y la China del Partido Comunista (1949) es fácil observar la considerable dimensión de lo “perdido”. Pero no se advierte, al menos de momento, una tentación que pudiéramos calificar de revanchista. No obstante, aumentan los indicios de un endurecimiento de los postulados en torno a las áreas más disputadas y que pueden afectar a las relaciones con los países vecinos y a la estabilidad regional.
Aunque negada por Beijing, hace pocas semanas se produjo una inusual incursión de tropas chinas en territorio del Himalaya, en la región de Lakadh, disparando algunas alertas que hicieron recordar el conflicto vivido en 1962. No falta quien relacione esta acción con el propósito de advertir a Nueva Delhi respecto a los peligros de conformar una alianza militar estratégica con Tokio que parece ir ganando terreno en este mandato de Shinzo Abe.
Conocidas son las disputas en torno a las islas Diaoyu/Senkaku, con Japón, y también los litigios relacionados con los diferentes archipiélagos que le enfrentan en el Mar de China meridional con buena parte de los países del sudeste asiático. Taiwán, aunque “interno”, es parte inevitable de esa heterogénea significación del problema territorial en China. Y dicha sensibilidad explica, a fin de cuentas, la contumacia en cuanto a la forma de encarar los litigios con los movimientos secesionistas que proliferan en el oeste del país (Xinjiang y Tibet). No es tiempo de restar, sino de sumar.
Los mensajes oficiales indicando que China nunca aceptará sacrificios territoriales se han acompañado de la definición de sus reivindicaciones en este orden como un “interés central”. Esta categoría, a la que se asimilan principios maximalistas como la naturaleza de su sistema político o la no injerencia en los asuntos internos, nos viene a decir que forman parte de lo no negociable, lo cual ofrece muestras de una nula disposición a la discusión acerca de la soberanía, aunque sí podría acceder a una explotación compartida de los recursos subyacentes.
Desde su llegada al poder, Xi Jinping parece haber tomado buena nota de las críticas a su antecesor en el cargo, Hu Jintao, acusado por amplios sectores de ser demasiado “blando” en este asunto respecto a las demandas de los países vecinos. Xi ha instado al ejército a estar preparado para el combate y a no escatimar esfuerzos para preservar la integridad territorial, desarrollando en todos estos diferendos que aquejan su perímetro continental y marítimo una política mucho más contundente y menos contemporizadora.
Al igual que la lucha contra la corrupción, la firmeza en estas cuestiones puede granjearle simpatías internas en un momento en que el propio liderazgo reconoce muy serias quiebras en la relación de confianza entre poder y sociedad, contribuyendo a restablecer una sintonía que, a mayores, provee garantías de cierta estabilidad. No es que una China exageradamente nacionalista pretenda ahora recurrir a la fuerza para imponer su criterio a ultranza en dichas disputas, pero la gesticulación en el plano defensivo y las muestras de intransigencia pueden tener efectos muy nocivos, mucho mayores que los perceptibles habitualmente cuando Beijing tira provecho de su preponderancia económica para recordar a terceros lo que considera desafíos inadmisibles.
El crecimiento logrado en estas décadas brinda a China la posibilidad cierta de erigirse como una potencia estabilizadora en la región. Pero no será viable si se pretende construir sobre la base de la exacerbación de las diferencias con sus principales rivales estratégicos, India y Japón, a quienes habría que sumar EEUU, cada vez más presente en la zona de motu proprio y como aliado protector requerido por quienes desconfían del proceder chino. La exhibición de musculatura brinda poderosos argumentos a quienes tradicionalmente han expresado reservas respecto a la bonhomía del comportamiento futuro del gigante asiático. Confiarlo todo a una bilateralidad asimétrica y códigos de conducta nominativos, línea prioritaria en su acción diplomática en detrimento de los foros multilaterales que pudieran restarle autonomía, acabarán por afectar a su estrategia, dando lugar de forma inevitable a la conformación de bloques.
El pacifismo ha adjetivado en buena medida la modernización china. A pesar del constante incremento del gasto militar, sus capacidades a día de hoy están lejos de suponer una amenaza seria. Pero solo sería cuestión de tiempo si los conceptos que inspiran la resolución de los conflictos no se basan en el diálogo y la negociación que reivindica para terceros supuestos en los que sus intereses pueden no ser tan directos. La generación de confianza va a depender sobre todo de la capacidad para implicarse en la prosperidad y desarrollo regional arbitrando propuestas que fomenten la integración y una multilateralidad compartida.