La reunificación de terciopelo

¿Qué puede cambiar en las relaciones a través del Estrecho de Taiwan tras la cumbre celebrada en Singapur entre Xi Jinping y Ma Ying-jeou? Sin acuerdo de paz pero también sin perspectivas de reanudación de las hostilidades, el diferendo entre Beijing y Taipei nos remite al legado de la guerra civil china y de la guerra fría (con otro referente en la región en la península coreana). A priori, la cumbre del 7 de noviembre refuerza la tendencia al diálogo como mecanismo para resolver la disputa, alejando los pronósticos más siniestros. Sin embargo, las cosas podrían torcerse más pronto que tarde.

Apartados xeográficos China y el mundo chino
Idiomas Castelán

¿Qué puede cambiar en las relaciones a través del Estrecho de Taiwan tras la cumbre celebrada en Singapur entre Xi Jinping y Ma Ying-jeou? Sin acuerdo de paz pero también sin perspectivas de reanudación de las hostilidades, el diferendo entre Beijing y Taipei nos remite al legado de la guerra civil china y de la guerra fría (con otro referente en la región en la península coreana). A priori, la cumbre del 7 de noviembre refuerza la tendencia al diálogo como mecanismo para resolver la disputa, alejando los pronósticos más siniestros. Sin embargo, las cosas podrían torcerse más pronto que tarde.

La celebración de la cumbre reforzó la imagen de Xi Jinping en el continente. Si su antecesor, Hu Jintao, logró reunirse en 2005 con Lien Chan, entonces presidente del nacionalista Kuomintang, Xi realza su prestigio consumando este encuentro entre los dos máximos líderes del Estrecho en ejercicio. El problema es que, a la postre, puede servirle de poco. Ma Ying-jeou, su interlocutor, es un “pato cojo” y su presidencia,  a la que solo quedan seis meses, puede pasar a manos de la oposición si esta vence, como parece probable, en las elecciones de enero próximo.

En otro momento anterior, el encuentro, más allá de su intenso simbolismo, podría haber servido para desatascar numerosos temas bilaterales en los que encalló el diálogo en los últimos meses: los acuerdos de comercio de mercancías y de bienes, el intercambio de oficinas de representación, la utilización de Taipei como escala para los viajeros continentales, el ingreso de Taiwan en el banco asiático que promueve Beijing y muchos otros temas de la agenda.

El diálogo bilateral basado en el común rechazo a la independencia se intensificó en dos tiempos. Primero, en 2005, a través de los partidos PCCh y KMT, con historias tantas veces encontradas y paralelas; segundo, en 2008, tras vencer el KMT en las elecciones presidenciales y legislativas, una victoria renovada en 2012. El tercer tiempo no vendrá marcado por este encuentro entre Xi y Ma sino por la capacidad del PCCh para instrumentar un diálogo operativo con el PDP o Minjindang, el principal partido opositor que ahora lidera holgadamente las encuestas de cara a los comicios de enero.

Este otro diálogo, inexistente a día de hoy pero clave para el futuro de las relaciones a través del Estrecho, lo es todo menos fácil. El principal mensaje de la cumbre de Singapur fue la reafirmación del Consenso de 1992 como piedra de toque de la estabilidad. Dicho consenso preceptúa la existencia de una sola China, de la que formarían Taiwan y el continente, y no es aceptado por el PDP, que aboga por la soberanía de la isla, ahora bajo la fórmula inicial de la defensa del statu quo pero con una voluntad clara de poner coto a la dependencia de Beijing.

La hostilidad del PCCh con el PDP no ha cedido un ápice. En los últimos tiempos se han producido intentos de acercamiento a diversos niveles (académico, municipal, etc., pero con escaso éxito. El asunto genera tensiones inevitables en el seno de la formación independentista. Del lado continental, las advertencias son constantes: si la probable futura presidenta Tsai Ing-wen insiste en su proyecto, habrá respuesta y no debe descartarse el uso de medidas de presión para resolver la encrucijada.

Así pues, con su largo apretón de manos ambos líderes escenificaron la culminación de una evolución que podría haber llegado a su término. Las consecuencias políticas inmediatas para las relaciones en el Estrecho de Taiwan serán menores de las previstas, al menos en positivo. Pudiera dar la impresión, ciertamente equivocada, de que Taiwan ya no es un problema para Beijing y que su solución está perfectamente encaminada, pero la guardia no debe bajarse en absoluto. El PCCh no permitirá que su proyecto de reunificación de terciopelo derrape por un cambio de poder que atice las veleidades independentistas.

Los índices de respaldo al KMT en los próximos comicios siguen bajos, en torno al 20 por ciento. Las encuestas realizadas con posterioridad al encuentro ofrecen datos contradictorios sobre el impacto en las preferencias de los electores y no debe descartarse del todo que cuanto de positivo represente para Xi se traduzca en negativo para los nacionalistas en Taiwan, con una población habitualmente hostil a lo que considera injerencias del continente en su proceso político, especialmente el electoral.

La positiva imagen gráfica del encuentro pudiera ser engañosa. La situación es más compleja y volátil de lo que aparenta a simple vista. Convendría por ello extremar las cautelas y asegurar los puentes que hasta ahora han servido para establecer una rica ambigüedad de la que se han beneficiado ambas colectividades.