Nueva dirigencia en el PCCh

¿Qué rumbo seguirá China?

El perfil político de los dirigentes elegidos tras la conclusión del XVIII Congreso del Partido Comunista de China (PCCh) puede ayudarnos a escrutar algunas hipótesis respecto al rumbo general que puede adoptar en el próximo lustro la segunda potencia económica del mundo. También el tono y contenido de los discursos que han sido  objeto de discusión en este cónclave, marcado, de principio a fin, por la coreografía habitual, con la sola excepción del estilo menos ajado de un Xi Jinping que pareció encontrarse a gusto en su nueva responsabilidad.

Apartados xeográficos China y el mundo chino
Idiomas Castelán

El perfil político de los dirigentes elegidos tras la conclusión del XVIII Congreso del Partido Comunista de China (PCCh) puede ayudarnos a escrutar algunas hipótesis respecto al rumbo general que puede adoptar en el próximo lustro la segunda potencia económica del mundo. También el tono y contenido de los discursos que han sido  objeto de discusión en este cónclave, marcado, de principio a fin, por la coreografía habitual, con la sola excepción del estilo menos ajado de un Xi Jinping que pareció encontrarse a gusto en su nueva responsabilidad.

La primera impresión es que se trata de un equipo de transición. En efecto, de respetarse las edades de jubilación, en torno a los setenta años, ninguno de los nuevos cinco miembros incorporados al Comité Permanente seguirán más allá de 2017, por lo que en esa fecha habrá que proceder a una elección. La primera misión del actual sanedrín consistirá en evitar que dicho proceso se vea amenazado por los sobresaltos que se han vivido en esta ocasión, garantizando el máximo de normalidad. En 2017 conoceremos al probable sucesor de Xin Jinping, quien probablemente se esté curtiendo ya en el Buró Político. Es posible también que ese proyecto de sucesión a diez años vista con un primer tiempo en 2017 esté ya formulado, a día de hoy, entre bambalinas.

Los asuntos económicos y sociales seguirán en el epicentro de la acción política. El equilibro entre dos personalidades como Li Keqiang, futuro primer ministro, y Zhang Gaoli, quien fuera alcalde de Shenzhen, aun militando en corrientes diferentes, el primero afín a Hu Jintao y el segundo a Jiang Zemin, sugiere un acuerdo integrador marcado por el pragmatismo y el impulso a la reforma. Está por ver, no obstante, que Li Keqiang disponga de la capacidad suficiente para implementar las medidas sugeridas en el informe China 2030 del Banco Mundial que apuntaban a una clara criba de los monopolios públicos. En el Comité Permanente puede encontrar la hostilidad manifiesta de Zhang Dejiang, quien en marzo asumiría la presidencia del Parlamento chino, y, paradójicamente, el apoyo de Wang Qishan, un príncipe rojo, continuador de la estela de Zhu Rongji, quien fuera primer ministro y artífice del mayor proceso de privatización que ha vivido China.

En el orden político, la reforma seguirá discurriendo por cauces cómodos en lo inmediato para el PCCh, aunque con la duda añadida de su suficiencia para contrariar la notable erosión de su credibilidad. La superación del distanciamiento social dependerá del éxito o fracaso de la lucha contra la corrupción, de la que se ocupará Wang Qishan, un destino novedoso para él (los últimos años venía desempeñándose con éxito en la gestión económica) y que algunos interpretan maliciosamente como la solución menos mala para evitar que pueda hacer sombra a Li Keqiang. El otro eje de la recuperación es el dominio social, la lacra de las desigualdades. Xi Jinping, en su primera alocución pública como secretario general, invocó en numerosas ocasiones al pueblo chino, un guiño semántico que parece revelar cierta conciencia del desasosiego, desesperanza e irritabilidad que avanzan en la sociedad china. Con Wang Yang en la recámara, en el Buró Político, y la no promoción de Li Yuanchao, los dos afines a Hu Jintao, la ambición en esta materia queda fuera del horizonte.

También en lo institucional podemos observar cierto equilibrio entre Zhang Dejiang y Yu Zhengsheng, quienes presidirán, respectivamente, a partir de marzo el Parlamento y la Conferencia Consultiva. A diferencia del primero, próximo a Jiang Zemin, príncipe rojo y de talante nada reformista, Yu Zhengsheng, también príncipe rojo, es de sensibilidad progresista.

Liu Yunshan, responsable de propaganda, perfeccionará su estilo en el magnánimo empeño de un control social que promete no ceder un ápice. En este frente deberá encarar los retos de ese otro país emergente interno llamado Weibo donde una nueva ciudadanía conquista a pulso espacios de expresión que serán cada día más difíciles de cercenar.

La política exterior queda al cuidado directo de Xi Jinping, de quien podemos esperar una expresión más acabada y directa de los intereses del país. Si la modestia china acabó en Hu Jintao, ahora nos podríamos encontrar con el despliegue de una diplomacia dispuesta a pisar firme en el escenario internacional. China será menos ambigua, no se amilanará y las primeras señales podrían no tardar en llegar. También controlará la seguridad y defensa.

En su conjunto nos hallamos ante un liderazgo de corte nacionalista, reformista en lo económico, moderadamente conservador en lo político, y, por encima de todo, pragmático.