Brasil en la visión integracionista de Simón Bolívar

                     El año de 1825 resulta clave para entender la percepción y la política de Simón Bolívar hacia el Brasil.  A diferencia de la América Hispana donde el modelo republicano se impuso (excepción hecha de la breve y fracasada monarquía que Agustín de Iturbide estableció en México), la familia real portuguesa siguió reinando en el Brasil independiente. La rebelión del Príncipe Pedro contra su padre Juan VI, rey de Portugal, permitió una independencia sin sangre en la que los derechos dinásticos de la casa reinante en la metrópoli fueron preservados en la persona del hijo, como resultado de un acto de aceptación por parte de los brasileños. 

Liñas de investigación Gallician Observatory of Lusophony
Apartados xeográficos Latin America
Idiomas Castelán

                     El año de 1825 resulta clave para entender la percepción y la política de Simón Bolívar hacia el Brasil.  A diferencia de la América Hispana donde el modelo republicano se impuso (excepción hecha de la breve y fracasada monarquía que Agustín de Iturbide estableció en México), la familia real portuguesa siguió reinando en el Brasil independiente. La rebelión del Príncipe Pedro contra su padre Juan VI, rey de Portugal, permitió una independencia sin sangre en la que los derechos dinásticos de la casa reinante en la metrópoli fueron preservados en la persona del hijo, como resultado de un acto de aceptación por parte de los brasileños. 

                       Bolívar desconfiaba del Brasil. Ello no derivaba sin embargo de su condición monárquica “per se”. Provenía, por el contrario, de la posibilidad de que dicho país se transformara en punta de lanza de los intentos de la coalición de monarquías conservadoras europeas, conocida como la Santa Alianza, por recuperar para España a las repúblicas hispanoamericanas recién liberadas. Desde el momento en que la intercesión británica hizo posible el reconocimiento de la independencia de Brasil por parte de Portugal, a comienzos de 1825, Bolívar entendió que Rio de Janeiro no actuaría como portaestandarte de los intereses de la Santa Alianza. Por el contrario, ello le confirmó dos cosas. Primero, que el Reino Unido, país con el que mantenía las más cordiales relaciones, tendría fuerte influencia sobre el gobierno brasileño. Segundo, que Londres actuaría como factor natural de conciliación entre el Imperio del Brasil y las repúblicas recién liberadas de la región. De allí en adelante Brasil dejó de ser visto por él como un adversario potencial, para convertirse en un miembro de la región con el que había que trabajar de manera constructiva.

                           En 1825 Bolívar detentaba al mismo tiempo las presidencias de la Gran Colombia (hoy Venezuela, Colombia, Panamá y Ecuador) y de Perú, mientras su lugarteniente Antonio José de Sucre estaba al mando de la provincia peruana del Alto Perú. Esta última se convertiría pronto en República independiente tomando el nombre de Bolivia en honor del Libertador. Desde estas posiciones Bolívar tomó tres acciones que pusieron en evidencia su buena voluntad hacia Brasil, luego de hacerse claro que la relación con aquel no tenía por qué estar signada por la confrontación.

                           El primero fue imponer moderación y exigir una cuidadosa evaluación de las circunstancias en ocasión de la invasión a Chiquitos en Alto Perú, por parte de las tropas del gobierno de la provincia brasileña de Matto Grosso. Tras dicha acción, sucedida en abril de ese año, Sucre recomendó una declaración de guerra a Brasil. Bolívar, sin embargo, se inclinó por la prudencia. El Libertador reflexionó que o bien se estaba ante una invasión propiciada por la Santa Alianza, en cuyo caso la situación era grave y requería de una respuesta coaligada de repúblicas hispanoamericanas, o se trataba simplemente de una acción no autorizada por parte de un caudillo local. De ser este último el caso no había razón para una guerra. Por ello se hacía necesario esperar hasta que el gobierno brasileño se pronunciara. Su prudencia se vio recompensada cuando el Emperador Pedro I desautorizó la invasión y envió una carta de disculpas a Bolívar.

                           El segundo fue negarse a conformar una coalición de repúblicas hispanoamericanas en contra de Brasil, tal como lo proponía Buenos Aires. Esto último le fue solicitado por una comisión oficial de las Provincias Unidas del Río de la Plata, presidida por Carlos María de Alvear y Eustaquio Díaz Vélez, que se reunió con él en Potosí a comienzos de octubre de ese año. En las palabras pronunciadas en ocasión del banquete ofrecido a la comitiva visitante, Bolívar señaló que Pedro I “era un príncipe americano que hacía parte de la noble insurrección de independencia en contra de Europa” y que “había erigido su trono…sobre la base indestructible de la soberanía popular y de la soberanía de las leyes” (Citado por Thomas Millington, Colombia’s Military and Brazil’s Monarchy, London, Greewood Press, 1996). Con ello Bolívar cerró cualquier intento por unirse a los argentinos en contra de Brasil.

                            El tercero fue invitar a Brasil, también en octubre de ese año, a participar en el Congreso Anfictiónico de Panamá que habría de celebrarse al año siguiente y, a través del cual, Bolívar aspiraba a propulsar una confederación de los estados recientemente liberados. Si bien Rio de Janeiro aceptó la invitación no llegó a participar en el Congreso pues, para el momento de su celebración al año siguiente, se encontraba en guerra con los argentinos.

                               Muy poco se ha escrito sobre este tema. Lo cierto es, sin embargo, que la muerte prematura de Bolívar y de su proyecto político pusieron fin a una visión integracionista iberoamericana, conformada por federaciones, confederaciones y alianzas defensivas. La inexistencia de este marco de referencia inevitablemente transformó a Brasil en una suerte de cuerpo extraño dentro de una región mayoritariamente republicana y de habla hispana. Ello habría de proyectarse sobre la psiquis brasileña, sobreviviendo a su paso del sistema monárquico al republicano. Hubo que esperar a que el renacimiento de las ideas bolivarianas de integración ascendieran a la agenda política regional, ya bien entrado el siglo XX, para que Brasil e Hispanoamérica se reconocieran como parte de una misma familia de naciones con un destino común.