Franklin D. Roosvelt, fotografiado por Leon Perskie, en agosto de 1944

Estados Unidos y América Latina: La Buena Vecindad

Siete capítulos

El primero de ellos es el de la definición de un espacio de influencia. Su año clave es 1822, cuando se promulga la Doctrina Monroe. El segundo, es el del Destino Manifiesto. La guerra de 1847 contra México, en tiempos del Presidente James Polk, persigue anexar territorios de su vecino del sur considerados como esenciales para su realización como nación. El tercero, es el del llamado Imperio. Este, toma cuerpo a partir de 1898 con la guerra contra España y la adquisición de sus territorios coloniales remanentes. Ello se traducirá, en el área del Caribe, con la absorción colonial de Puerto Rico y la transformación de Cuba en un Protectorado estadounidense. Propiciar la secesión de Panamá de Colombia e incorporarlo como un Protectorado de facto, será la acción siguiente. Sucesivas invasiones estadounidenses a los países de la Cuenca del Caribe, para imponer en ellos su voluntad, tendrán lugar durante esta fase.

El cuarto capítulo se corresponde a la política de “Buena Vecindad”, iniciada en 1933 en tiempos del segundo de los Roosevelt. El quinto capítulo fue el de la Guerra Fría, cuando en función de la bipolaridad, el “patio trasero” latinoamericano será sometido a un rígido control estadounidense. Aunque dicho período comienza en 1947, su primera manifestación palpable en la región de producirá en 1954 con el derrocamiento de Jacobo Árbenz. El sexto capítulo, iniciado en 1989, se focalizará en comercio, lucha contra las drogas y seguridad. El mismo perseguirá la conformación de una Zona de Libre Comercio regional bajo la égida estadounidense, lucha anti drogas y la persecución de la seguridad en Colombia. El séptimo capítulo, en curso actualmente, oscila entre la indiferencia política y económica (con Venezuela representando una excepción en lo político y México otra en lo económico) y el énfasis en el control de los flujos migratorios provenientes del sur.

Franklin Delano Roosevelt

Tras el fin de la Guerra Fría las relaciones entre Estados Unidos y la región mejoraron mucho. Sin embargo, de los siete capítulos anteriores, el único que resultó verdaderamente positivo y constructivo en relación a América Latina, fue el de la llamada “Buena Vecindad”. De allí lo significativo del mismo. Esta se inicia en 1933 con la llegada al poder de Franklin Delano Roosevelt y su objetivo queda plasmado en su discurso inaugural: “Dedicaré a esta nación a una política de buena vecindad -la del vecino que se respeta absolutamente a sí mismo y que, en consecuencia, respeta a la vez el derecho de los otros- la del vecino que respeta sus obligaciones y la santidad de sus obligaciones con y dentro de un mundo de vecinos (…) Nos damos ahora cuenta, como nunca lo habíamos hecho antes, de la interdependencia que existe entre nosotros; que no podemos simplemente tomar, sino que también tenemos que dar”. (Grandin, 2006, p. 34).

Esta política sobreviviría un par de años a la muerte de Roosevelt en el año de 1945. En tal sentido, cubriría también los dos primeros años de la presidencia de Harry S. Truman, durante los cuales pervivirá por inercia. El surgimiento de la Guerra Fría marcará su fin. En palabras del académico de la Universidad de Yale, Greg Grandin: “La razón de este cambio será, por supuesto, la Guerra Fría. Washington encontró que prefería manifiestamente a las dictaduras anti-comunistas, que a la posibilidad de que la apertura representada por las democracias brindará una puerta de entrada a los comunistas dentro del continente”. (Grandin, 2006, p. 41).

Acciones

Durante la duración del paréntesis representado por la aplicación de esta política, Estados Unidos tomará medidas de la mayor significación en relación a la región. Ello comenzará por el retiro de las tropas de ocupación que mantenía en varios países del Caribe. De igual manera, y en relación a esta misma subregión, se derogan una serie de tratados que brindaban privilegios desmesurados a Washington. De manera particularmente significativa, se abrogará la Enmienda Platt a la Constitución Cubana, la cual le otorgaba a Estados Unidos el derecho de intervenir a voluntad en dicha isla. En contrapartida, Roosevelt promulga la Doctrina de “No Intervención Absoluta” en los asuntos internos de los países latinoamericanos.

Su administración no se opondrá al surgimiento de diversas democracias progresistas, al tiempo que se mostrará dispuesta a aceptar un grado significativo de independencia económica regional. Ello incluyó, de manera notoria, el que se tolerase la nacionalización de la industria petrolera mexicana por parte del Presidente Lázaro Cárdenas. A la inversa, la administración Roosevelt mantendrá, por primera vez en la historia de su país, disputas laborales con diversas corporaciones estadounidenses en virtud de los abusos cometidos por éstas en América Latina. Al mismo tiempo, dicho gobierno hará sucesivos préstamos para el desarrollo de la infraestructura de la región. En síntesis, el respeto hacia los vecinos del sur prevalecerá abiertamente durante este capítulo.

Razones

¿Qué razones motivaron este comportamiento tan atípico en relación a la historia previa y posterior? Importantes consideraciones internacionales y de política doméstica hacían aconsejable un cambio de orientación. Lo significativo, sin embargo, es que ante los retos que se planteaban, Roosevelt hubiese optado por una apertura de compuertas en relación a la región, en lugar de privilegiar un mayor cierre de éstas. Esto, en si mismo, era evidencia de sus convicciones y de su talento político.

Entre los factores que definieron el entorno bajo el cual se movió su política hacia América Latina, se encontraron los siguientes. En primer lugar, la necesidad de concentrar esfuerzos en la superación de la gran depresión económica que vivía Estados Unidos. En segundo lugar, la constatación de los límites del poder militar de su país para lidiar con los problemas políticos de la región, ejemplificado por la traumática experiencia de la lucha contra las fuerzas de Augusto Sandino en Nicaragua. La misma anticiparía en varias décadas, el mismo tipo de frustración que habría de experimentar Washington frente a las largas guerras en Vietnam, Afganistán e Irak. En tercer lugar, la fuerza telúrica de los movimientos nacionalistas latinoamericanos, cuya mayor expresión había estado representada por la Revolución Mexicana, así como la toma de conciencia con respeto a los costos que implicaba una oposición frontal a dicho fenómeno. En cuarto lugar, la necesidad de afianzar lealtades regionales como fórmula para bloquear la influencia en ascenso de los fascismos europeos sobre la región. Esto último adquirió particular relevancia una vez que se produjo la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, más allá de consideraciones directas como las anteriores, hubo también un importante factor indirecto. Roosevelt se encontraba empeñado en la disolución del Imperio Británico, al cual visualizaba como un anacronismo histórico. Ello, desde luego, conllevaba a predicar con el ejemplo. Mal hubiese podido argumentarle a Churchill que devolviese Hong Kong a China o que brindase la independencia a la India, mientras su país daba muestra de apetitos imperiales en su propio hemisferio.

Es una auténtica lástima que la “Buena Vecindad” hubiese resultado la excepción y no la regla, en las relaciones de los Estados Unidos con sus vecinos del sur. Cuan distinta hubiese podido ser la historia de América Latina si las cosas hubiesen sido al revés. Hubo, sin embargo, otros momentos caracterizados por la buena vecindad.

Jimmy Carter

De la misma manera en que Franklin Delano Roosevelt representó un bienvenido paréntesis entre dos capítulos particularmente duros (Imperio y Guerra Fría), la presidencia de Jimmy Carter habría de representar, algunas décadas más tarde, un interludio de aire fresco en un período particularmente difícil de la Guerra Fría. La misma, se introdujo como una cuña entre las presidencias Nixon-Ford y Reagan. Durante éstas, la Doctrina de la Seguridad Nacional estadounidense amparó violaciones masivas a los derechos humanos tanto en el Cono Sur como en América Central. Como señalado por el reputado académico de Harvard Jorge I. Domínguez: “En aspectos claves de su política hacia América Latina, el gobierno estadounidense se comportó frecuentemente como si estuviese bajo el hechizo de demonios ideológicos. Más aún, desde mediados de los años sesenta hasta el fin de la Guerra Fría, esta política ideológicamente guiada exhibió con frecuencia características reñidas con la lógica”. (Dominguez, 1999, p. 33).

Sin embargo Carter, al igual que Roosevelt, supo conducir su política hacia América Latina en base a parámetros de moderación, racionalidad y respeto. Su énfasis en el respeto a los derechos humanos, su relajamiento de la ideología para privilegiar la interdependencia, su promoción de las reformas sociales, el costo político asumido para impulsar los tratados Torrijos-Carter llamados a poner en cuenta regresiva la devolución del Canal a Panamá, representaron algunos de los puntos más resaltantes de su administración en relación a la región.

John F. Kennedy

John F. Kennedy estuvo también cerca, a comienzos de los sesenta, de representar un foco brillante en las relaciones con América Latina. Su promoción de la democracia en la región, la ayuda al desarrollo instrumentada a través de su “Alianza para el Progreso” y la labor del llamado “Cuerpo de Paz” en las comunidades locales, brindaron un impacto altamente positivo a estas relaciones. Lamentablemente, su impulso a la contrainsurgencia en América Latina, dentro del marco de las técnicas de “guerra especial”, puso en marcha lo que en las administraciones subsiguientes conduciría a graves excesos. De no haber sido por esto último, su administración hubiese representado también un momento muy especial de buena vecindad.


Referencias

  • Dominguez, Jorge I., “US-Latin American Relations during the Cold War and its Aftermath” in Bulmer-Thomas Victor and Dunkerley James, editors (1999). The United States and Latin America: The New Agenda. Cambridge, Mass.: Harvard University Press.
  • Grandin, Greg (2006). Empire’s Workshop. New York: Metropolitan Books.