El Acuerdo de París y la seguridad energética global

            La seguridad energética podría definirse como la capacidad de acceso ininterrumpida a fuentes de suministro energéticas. Ello conlleva una clara vertiente de largo plazo en función de la necesidad de efectuar las inversiones requeridas para satisfacer la demanda futura.

            En estos últimos años el mundo ha experimentado cambios tectónicos en el mercado global de la energía que han hecho que la única certidumbre disponible fuese la incertidumbre misma. Bajo tales condiciones toda noción de seguridad energética a largo plazo ha resultado inexistente.

            La seguridad energética podría definirse como la capacidad de acceso ininterrumpida a fuentes de suministro energéticas. Ello conlleva una clara vertiente de largo plazo en función de la necesidad de efectuar las inversiones requeridas para satisfacer la demanda futura.

            En estos últimos años el mundo ha experimentado cambios tectónicos en el mercado global de la energía que han hecho que la única certidumbre disponible fuese la incertidumbre misma. Bajo tales condiciones toda noción de seguridad energética a largo plazo ha resultado inexistente.

            Hace siete años Estados Unidos se veía confrontado al inevitable declive de su era petrolera. Esta última, según señalaban los expertos, estaba tocando pico y adentrándose en un proceso gradual de agotamiento de reservas. De acuerdo a las proyecciones de su Departamento de Energía para 2025 el país estaría importando el 70% de sus requerimientos de petróleo.

            Sin embargo para 2013 Estados Unidos había logrado incrementar su producción en 56% y reducir sus importaciones en 40%. Ese último año Estados Unidos incrementó su producción en 5 millones de barriles diarios en relación a 2005, estimándose que para 2020 estaría en capacidad de producir más de 14 millones de barriles por día.

            Dos años más tarde, sin embargo, el petróleo de lutita que había sido responsable del incremento sustancial de su producción y de sus optimistas estimaciones de futuro, yacía postrado y sin credibilidad alguna. ¿Quién querría invertir en una industria cuya rentabilidad se descalabraba ante la sobreproducción que su propia existencia está llamada a generar?

            Hace diez años se consolidaba entre los expertos la teoría del pico de Hubbert. De acuerdo a la misma el mundo estaba llegando al punto máximo de sus reservas petroleras, luego de lo cual vendría el agotamiento rápido de éstas. En 2010 la Agencia Internacional de Energía identificó a 2006 como el momento de llegada al pico. Las implicaciones de lo anterior eran claras: el mundo estaba llamado a adentrarse en una era de precios petroleros altos en virtud del decrecimiento de reservas. Sin embargo a partir de 2014 los precios iniciaron una caída sostenida signada por la sobreproducción. Hoy, por lo demás, no se habla ya de agotamiento de reservas sino de la posibilidad de que un alto porcentaje de éstas queden sin explotar.

            Siete años atrás Estados Unidos iba camino a convertirse en el mayor importador mundial de gas licuado natural, viéndose en la necesidad de hacer desembolsos anuales de cien mil millones de dólares por este concepto. Desde hace dos años, no obstante, dicho país es no sólo el quinto productor mundial de gas sino que gracias a la industria del esquisto está a las puertas de transformarse en un exportador mayor a los mercados de Europa y Asia.

            En 2010 y 2012, respectivamente, Qatar y Noruega intentaron sin éxito socavar la posición dominante de Rusia en el mercado del gas licuado natural europeo. Para 2013 tal predominio lucía inexpugnable. No obstante en 2014 Rusia y la Unión Europea comenzaron a desasociarse. Mientras el primero ha iniciado un ambicioso vuelco hacia el mercado chino, el segundo hace llamados a Estados Unidos para que contribuya a suplir su mercado.

            A comienzos de 2011 el mundo se adentraba con paso firme en un renacimiento de la energía nuclear. Los recuerdos de Chernóbil comenzaban a borrarse de la memoria y las inversiones sobre el tapete en ese sector constituían el tópico caliente del día. A partir de abril de ese mismo año, sin embargo, se producía un viraje de 180 grados. Japón ponía el candado en todas sus plantas nucleares mientras Alemania ordenaba que para 2022 todas sus plantas debían estar cerradas. Con pocas excepciones, como la de China, las nuevas inversiones en este sector han caído en el letargo y el desprestigio.

            Hace seis años el costo de los paneles solares seguía siendo lo suficientemente alto como para desestimular las inversiones en ese campo. Inesperadamente, sin embargo,  la sobrecapacidad productora de China en este renglón hizo bajar los costos en un 60%. En la actualidad el costo por vatio de las células fotovoltaicas de energía solar ha caído en 85% en relación al año 2000. La reducción de costos ha sido tal que algunos afirman que dicha industria va camino al cero costo marginal.

            Y así sucesivamente.

            ¿Cómo puede garantizarse la seguridad energética bajo esas condiciones? ¿Cómo pueden acometerse inversiones que por su propia naturaleza son altas y requieren de una ejecución de largo plazo en medio de arenas movedizas como éstas?

            El Acuerdo del Cambio Climático de París, firmado en diciembre de 2015, representa sin duda el mayor aporte hecho en largo tiempo a la seguridad energética global. El mismo define un mapa de ruta claro, de largo plazo y de validez jurídica universal. Las prioridades en él no admiten duda.

            Lamentablemente dicho acuerdo sume a los productores de combustibles fósiles en la más absoluta inseguridad con respecto a su futuro. Sus mapas de ruta del siglo XXI han sido totalmente trastocados.