Fonte: Waltz e o neorrealismo, Creative Commons Attribution-Share Alike 4.0

Idealismo y realismo en la política exterior estadounidense

Idealismo y realismo se han alternado en la política exterior estadounidense, con el primero predominando la mayor parte del tiempo. La vertiente idealista se remonta a la fundación misma del país y tiene sus raíces en su pasado colonial. Según señalaba en 1835 Alexis de Tocqueville en su célebre Democracia en América, la democracia estadounidense constituía una forma particular de Cristianismo, una suerte de religión republicana en la cual política y religión se fusionaban en una alianza indisoluble. Desde sus inicios, los estadounidenses se han sentido depositarios de un mandato de la Providencia que los llamaba a difundir las virtudes de su modelo político por el mundo. No en balde, Thomas Jefferson declaraba que la política exterior de su país debía basarse en los valores morales enraizados en su religión civil: La democracia. Estos debían servir como un faro que iluminara a la humanidad. 
Liñas de investigación Relacione Internacionales
Apartados xeográficos Estados Unidos
Idiomas Castelán

Idealismo y realismo se han alternado en la política exterior estadounidense, con el primero predominando la mayor parte del tiempo. La vertiente idealista se remonta a la fundación misma del país y tiene sus raíces en su pasado colonial. Según señalaba en 1835 Alexis de Tocqueville en su célebre Democracia en América, la democracia estadounidense constituía una forma particular de Cristianismo, una suerte de religión republicana en la cual política y religión se fusionaban en una alianza indisoluble. Desde sus inicios, los estadounidenses se han sentido depositarios de un mandato de la Providencia que los llamaba a difundir las virtudes de su modelo político por el mundo. No en balde, Thomas Jefferson declaraba que la política exterior de su país debía basarse en los valores morales enraizados en su religión civil: La democracia. Estos debían servir como un faro que iluminara a la humanidad. 

El porqué de esta particular visión de si mismos y de su sentido de misión podría explicarse por el hecho de que la cuna de la sociedad estadounidense estuvo formada por disidentes protestantes ingleses. Para estos, la existencia de un pacto entre Dios y ellos constituía el tema central de su organización religiosa, política y social. En efecto, a diferencia de la Corona española que siempre se preocupó por evitar que la heterodoxia religiosa llegase a sus colonias, la Corona inglesa siempre consideró que la mejor forma de lidiar con ésta era propiciando su exportación hacia sus colonias. Como bien señalaba el colonizador James Winthrop, en su famoso sermón del siglo XVII “Una Ciudad sobre una Colina”: “Seremos como una ciudad sobre una colina, con los ojos de todos los pueblos posados sobre nosotros”.   

Teodoro Roosevelt constituyó, ya comienzos del siglo XX, la excepción más notable a esta visión idealista de la sociedad y de la política exterior del país. Para él, esta última debía basarse en nociones tales como el interés nacional o el balance de poder y debía perseguir una política de poder sin ambages. Sin embargo no sería Roosevelt sino Woodrow Wilson, quien algunos años más tarde lo sucedería en la presidencia, quien dejaría una marca indeleble en la política exterior de su país. En sintonía con las ideas de Jefferson, Wilson creía que el excepcionalísimo estadounidense debía ser puesto al servicio de una cruzada ideológica: Promover la democracia por el mundo. 

Si bien es cierto que en el período transcurrido entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se volcó sobre si mismo bajo una política aislacionista, ello no entrañó un abandono de su vertiente idealista. De hecho, también en otros períodos de su historia esa introspección se había manifestado. Ocurre en efecto que, al igual que en la cosmovisión china, la política exterior estadounidense posee sus propias características de yin y yang. Es decir, fuerzas opuestas que forman parte de una misma unidad. La unidad, en este caso, se ve representada por la auto percepción de superioridad moral de su modelo de sociedad con el yin y el yang representando los períodos oscilantes entre un impulso misionario por difundir dicho modelo y el aislacionismo. El aislacionismo, en tal sentido, era expresión de la búsqueda de barreras a la influencia de modelos o procesos políticos ajenos, susceptibles de contaminar a su sociedad. En cualquier caso, a partir del inicio de la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos se embarcó nuevamente en una visión wilsoniana de su política exterior. 

Durante la Guerra Fría con la Unión Soviética, esta última visión prevaleció claramente dentro de los lineamientos del llamado internacionalismo liberal. Paradójicamente, mientras Estados Unidos se enfrascó en una confrontación ideológica con la URSS, que buscaba proyectar la superioridad de sus valores, el sustrato de su estrategia de contención a la expansión soviética respondió a una visión puramente realista de la política exterior. Es decir, de una contención geopolítica a los impulsos expansionistas del modelo soviético, la cual debía mantener su vigencia hasta que las contradicciones propias de dicho modelo condujeran a su implosión. Ello incluía el axioma de que todo enemigo de mi enemigo es mi amigo sin importar sus credenciales democráticas o su respeto a los derechos humanos. 

Sin embargo, durante la Guerra Fría un período presidencial en particular se alejó de las premisas del wilsonianismo para encuadrarse cabalmente dentro de un realismo regido por la persecución del interés nacional y del balance de poder. La política exterior de Richard Nixon fue, en efecto, una lograda expresión de la versión realista. Por lo demás, el ocupante de turno de la Casa Blanca en el momento en que se produjo el colapso de la Unión Soviética, George Bush padre, se acercó también bastante al realismo político. Los sucesores de este, no obstante, se subsumieron por entero en la vertiente idealista simbolizada por el internacionalismo liberal. Incluso el agresivo unilateralismo de George Bush hijo no fue más que un wilsonianismo con dientes. La única excepción manifiesta a la vertiente idealista vino dada por Donald Trump. En su caso, sin embargo, no se trató de una nueva manifestación de realismo, sino expresión de una visión pedestre de la política exterior en la cual el perro grande está llamado a imponerse prepotentemente sobre el perro chico. 

Tras el colapso soviético, Estados Unidos ha evidenciado un intenso debate entre el internacionalismo liberal que encarna la versión idealista y el realismo. Dicho debate se ha centrado básicamente en el como lidiar con Rusia y con los países europeos que en el pasado pertenecieron a la órbita soviética. Mientras los primeros insistían en la necesidad de ganar para la democracia liberal y para la arquitectura institucional occidental a los ex satélites soviéticos, los realistas advertían sobre los riesgos de que Rusia se sintiera rodeada por vecinos hostiles. Estos realistas se veían representados por personalidades o intelectuales prominentes como George Kennan, Henry Kissinger, Kenneth Waltz, John Mearsheimer o Stephen Walt, quienes criticaban a las políticas oficiales predominantes. Si bien la espada de Damocles de la catástrofe nuclear que hoy se cierne sobre el mundo tuvo mucho que ver con la falta de realismo de los idealistas, también es cierto que los realistas poco tomaron en cuenta la vocación imperialista arraigada en la tradición política rusa. Mientras los primeros subestimaron abiertamente las sensibilidades geopolíticas rusas, los realistas minusvaloraron el instinto expansivo ruso, el cual, por cierto, supieron contener tan bien durante la Guerra Fría. Valga señalar en relación a esto último que Kenneth Waltz, uno de lod prohombres del realismo, distinguía entre realismo defensivo y realismo ofensivo, siendo el primero expresión de estados que respetan el status quo y se limitan a mantener el balance de poder y el segundo expresión de estados revisionistas que buscan expandir su hegemonía sobre su vecindario. Si algo puede achacársele a los realistas en relación a la Rusia de Putin, es haberla visualizado bajo la óptica del realismo defensivo sin haber anticipado su naturaleza intrínsecamente revisionista.