Un mundo peligroso

A no dudarlo el escenario internacional se está haciendo crecientemente riesgoso. Diversos elementos apuntan en este sentido.

                        En primer lugar los pactos militares existentes o en formación amenazan con desencadenar reacciones en cadena, susceptibles de transformar conflictos focalizados en conflagraciones mundiales. Tales pactos irían desde los acuerdos de defensa de Estados Unidos con Japón, Filipinas, Corea del Sur, Taiwán, Australia y Nueva Zelandia hasta la OTAN misma.  Entre los diferendos puntuales aptos para desatar conflictos mayores podrían citarse a título de ejemplo los de las islas Senkaku-Diaoyu o las islas Spratly.

A no dudarlo el escenario internacional se está haciendo crecientemente riesgoso. Diversos elementos apuntan en este sentido.

                        En primer lugar los pactos militares existentes o en formación amenazan con desencadenar reacciones en cadena, susceptibles de transformar conflictos focalizados en conflagraciones mundiales. Tales pactos irían desde los acuerdos de defensa de Estados Unidos con Japón, Filipinas, Corea del Sur, Taiwán, Australia y Nueva Zelandia hasta la OTAN misma.  Entre los diferendos puntuales aptos para desatar conflictos mayores podrían citarse a título de ejemplo los de las islas Senkaku-Diaoyu o las islas Spratly.

                        En segundo lugar se configura la llamada Trampa de Tucídides, la cual alude a la probabilidad de un conflicto bélico cuando una gran potencia declinante busca preservar privilegios que se constriñen las ambiciones de una gran potencia emergente. Ello se materializa en los impulsos contrapuestos del denominado “Pivote Asia” -mediante el cual Washington busca contener a Pekín- y la aspiración china de proyectarse fuera de lo que considera como una camisa de fuerza geopolítica. Esto último superando los límites impuestos por la llamada “primera cadena de islas”: aquel conjunto de archipiélagos mayores al Este de sus costas signado por una presencia estadounidense que se materializa por vía de bases militares o alianzas defensivas.

                         En tercer lugar el status quo está siendo cuestionado en diversas latitudes y por razones variadas. Rusia lo enfrentó en Crimea saturada de un proceso envolvente que busca reducirla a la irrelevancia. China lo enfrenta en su Mar del Este ante la convicción de que el mismo fue definido en momentos en que su debilidad le impedía oponerse a él. Fuerzas insurgentes lo confrontan en el Medio Oriente luego de la desarticulación causada por la invasión estadounidense a Irak, la Primavera Árabe y el cambio de régimen resultante del bombardeo a Libia.

                        En cuarto lugar la sensación de seguridad derivada de la globalización económica ha estimulado que se apueste alto en materia geopolítica. Bajo la falsa creencia de que la interdependencia económica puede contener los estallidos bélicos, Washington, Bruselas, Moscú, Tokio, Pekín, o Manila  no han escatimado en jugar duro.

                       Todo lo anterior recuerda a esa gran guerra que se desencadenó hace cien años por estas fechas. Un incidente puntual, Sarajevo, puso en marcha una reacción en cadena de alianzas militares; una Alemania emergente que se sentía constreñida por el Reino Unido buscaba proyectar su fortaleza; poderosas fuerzas pugnaban por dar al traste con el status quo propiciando la creación de un nuevo orden; una globalización económica pujante brindaba una falsa sensación de seguridad frente a los riesgos de la guerra. El resultado fueron 9 millones de combatientes muertos; sufrimiento humano y costos materiales inenarrables; el desplome de gran parte del orden establecido y la aparición de una nueva realidad estatal, ideológica y política; el colapso de la globalización económica y la creación de las condiciones que condujeron a Hitler y a la Segunda Guerra Mundial.

                       El centenario que ahora se conmemora debería llamar a la reflexión.