¿Es Trump un desquiciado?

            A pesar de su ego superlativo, de sus planteamientos descabellados y de sus contradicciones habituales, Trump dista de ser un desquiciado. Por el contrario, su ofensiva electoral se enmarca dentro de una estrategia altamente racional. Ello no significa, sin embargo, que la misma se encuentre desprovista de fallas. De hecho, éstas seguramente terminarán frustrando sus aspiraciones presidenciales. No obstante, nadie debe ver su campaña como improvisada o desprovista de consistencia analítica.

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            A pesar de su ego superlativo, de sus planteamientos descabellados y de sus contradicciones habituales, Trump dista de ser un desquiciado. Por el contrario, su ofensiva electoral se enmarca dentro de una estrategia altamente racional. Ello no significa, sin embargo, que la misma se encuentre desprovista de fallas. De hecho, éstas seguramente terminarán frustrando sus aspiraciones presidenciales. No obstante, nadie debe ver su campaña como improvisada o desprovista de consistencia analítica.

            La estrategia electoral de Trump ha estado centrada en tres vertientes principales. Primero, aprovechar las contradicciones existentes al interior del Partido Republicano con miras a hacerse con el sector numéricamente más significativo dentro de éste. Segundo, obtener cobertura mediática masiva y gratuita a objeto de neutralizar el descomunal financiamiento electoral que los grandes donantes del partido otorgan a sus favoritos. Tercero, identificar los mensajes que resuenan entre su base electoral a fines de hacerlos a circular a través una gigantesca red social.

            En virtud de la primera de las tres consideraciones anteriores Trump pudo captar lo que el “establishment” del partido o los candidatos de éste no pudieron. Ello incluía, como punto inicial, la presencia de un profundo resentimiento entre los sectores obreros de raza blanca contra las consecuencias de la herencia económica reaganiana. La política de enriquecer aún más a los más ricos, bajo el supuesto de que el goteo de allí resultante terminaría por mejorar las condiciones económicas de la mayoría, seguía siendo dogma del partido. Ello a pesar de una poderosa evidencia en sentido contrario que mostraba la erosión sufrida por la clase media, y en particular por los trabajadores de cuello azul y raza blanca, como resultado de una política que los obviaba. Más aún, al identificar erróneamente a la poca penetración republicana entre los hispanos como la razón principal de la pérdida de las pasadas elecciones presidenciales, dicho partido se dedicó a cortejar a dicho grupo. Ello sin percatarse que para su base obrera blanca los hispanos representaban una competencia indeseada que tendía a deprimir sus salarios. Al dirigir la proa de su campaña electoral contra las contradicciones existentes entre el “establishment” republicano y su base trabajadora, Trump pudo separar a esta última de aquel, haciéndose con el control del sector numéricamente más significativo del partido.

            En virtud de la segunda de las consideraciones referidas, Trump utilizó su estatus de celebridad nacional y sus planteamientos rimbombantes como base para obtener cobertura mediática gratuita. En la medida en que aquellos garantizaban un salto en el “rating” de cualquier medio de prensa audiovisual o escrito que lo entrevistase, supo multiplicar su exposición mediática sin costo alguno para su bolsillo. Ello le permitió neutralizar el impacto de los cientos de millones de dólares en publicidad electoral que los grandes donantes republicanos dedicaron a sus favoritos. Según una investigación realizada por el New York Times, para finales de marzo pasado Trump había obtenido el equivalente a 1,9 millardos de dólares en cobertura mediática (Jim Rutenberg, “Trump and news media, co-dependents”, International New York Times, March 22, 2016). Es decir, sin pagar un solo centavo ha logrado un nivel de exposición en los medios muy superior al de sus contrincantes.

            En base a la tercera consideración citada, Trump ha hecho un uso extensivo y bien planificado de las redes sociales. Más allá de la cobertura mediática convencional ha recurrido también a los canales de quienes no creen en aquella. Según el decir de un reputado experto, Trump utiliza sus mítines públicos para medir la reacción visceral que generan sus diversos mensajes. Cuando alguno de éstos demuestra resonancia entre las masas, es inmediatamente twitteado con miras a su reproducción masiva en la red. Así las cosas, los más de siete millones de twitter que han sido puestos a circular directamente por Trump, han alcanzado difusión exponencial a través de los diversos canales de la red social (Zeynep Tufekci, “Life in Trump Twittersphere”, International New York Times, April 1, 2016).

            A pesar de apelar a los sentimientos más primarios de sus simpatizantes, Trump es un estratega a carta cabal. El cinismo de esta estrategia, sin embargo, genera sus propios límites. Entre éstos hay dos fundamentales que le impedirán llegar a la Casa Blanca. Al haber direccionado su mensaje hacia una base electoral específica, a expensas de alienar a todas las demás, ha dado pie a un nivel de rechazo general difícil de superar. Al subestimar la reacción que tendría el “establishment” republicano frente a su acto de insurgencia, no se dió cuenta que éste preferiría perder las elecciones antes de dejarlo llegar a la presidencia.