Hispanoamérica en tres tiempos

Luego de obtenida la independencia, tres interpretaciones fundamentales con respecto al pasado colonial emergieron en Hispanoamérica. La primera de éstas vendría dada por los Conservadores. En esencia, estos aspiraban a que las estructuras sociales permanecieran como antes de la independencia, sólo que sin los españoles. La segunda interpretación vendría dada por los Liberales y, como extensión de éstos, por los Positivistas que los sucedieron en el tiempo. Para ambos era necesario borrar el pasado colonial y toda traza de la herencia española. La tercera, emanada de un grupo de pensadores venezolanos con Bolívar a la cabeza, creía que había que moldear el futuro a partir de la realidad social y de la arcilla humana heredadas.

Liñas de investigación International Relations
Apartados xeográficos Latin America
Idiomas Castelán

Luego de obtenida la independencia, tres interpretaciones fundamentales con respecto al pasado colonial emergieron en Hispanoamérica. La primera de éstas vendría dada por los Conservadores. En esencia, estos aspiraban a que las estructuras sociales permanecieran como antes de la independencia, sólo que sin los españoles. La segunda interpretación vendría dada por los Liberales y, como extensión de éstos, por los Positivistas que los sucedieron en el tiempo. Para ambos era necesario borrar el pasado colonial y toda traza de la herencia española. La tercera, emanada de un grupo de pensadores venezolanos con Bolívar a la cabeza, creía que había que moldear el futuro a partir de la realidad social y de la arcilla humana heredadas.

De las tres interpretaciones anteriores, la de los Conservadores resultó la más frágil. La fórmula de un orden social inalterado resultó insostenible y terminó por agotarse luego de que los regímenes de ese signo permanecieron en el poder alrededor de dos décadas. Como en el caso de la demencia senil, en el que las personas regresan a una infancia rodeada de caras y lugares familiares que dejaron de existir hace ya tiempo, la suya resultó una búsqueda inalcanzable. Con la fuerza bruta representada por los caudillos, tratando de reemplazar la legitimidad que había encarnado el Monarca español, fue imposible mantener artificialmente con vida a un modelo ya caduco.

A partir de mediados del siglo XIX en adelante los regímenes Liberales se afianzaron en casi toda la región. Ya éstos habían tenido un breve paso por el poder inmediatamente después de la independencia, pero luego de los estragos causados por sus repúblicas aéreas que no aterrizaban en la realidad fueron sustituidos por los caudillos conservadores. En esta segunda oportunidad alcanzarían mayor longevidad política, manteniéndose en el poder alrededor de tres décadas. En torno a 1880 serían sustituidos en su mayoría por gobiernos de inspiración Positivista. Más que una denominación política, estos últimos encarnaban una filosofía del gobierno y del poder. El denominador común entre Liberales y Positivistas es que ambos creían que había que borrar del mapa la herencia colonial española e importar modelos políticos y societarios de Estados Unidos, Gran Bretaña o Francia. Los Positivistas llegaron aún más lejos, pues pensaban que también había que importar seres humanos de Europa que “blanquearan” a nuestras sociedades.

La tercera interpretación tuvo sus mayores intérpretes en Bolívar, Simón Rodríguez y Andrés Bello. Para ellos la respuesta no estaba en volver al pasado o en copiar instituciones y modelos de otras latitudes. Por el contrario, había que construir estructuras propias a partir de las propias realidades. Ello implicaba aceptar herencia colonial y sangre mestiza, esencias de nuestro ser real. En el corto plazo ésta fue una propuesta perdedora. Atrapada en medio de la polarización Liberal-Conservadora, y de sus visiones extremas, esta propuesta no encontró espacio para desarrollarse. Con el tiempo, sin embargo, este planteamiento habría de demostrar inmensa fortaleza, con figuras de primer rango como José Martí, José Enrique Rodó o José de Vasconcelos, sumándose a ella.

La desaparición temprana de los Conservadores (aun cuando esta denominación política subsistiría más allá de su visión política originaria), hizo que el debate a más largo plazo quedase centrado entre quienes querían importar modelos ajenos y quienes querían dar vida a modelos propios. Para los Liberales-Positivistas la herencia colonial española era un fardó demasiado pesado que nos impedía evolucionar. Refiriéndose a ellos, Leopoldo Zea afirmaba: “Al analizarse, el hispanoamericano se encontró lleno de contradicciones. Sintiéndose incapaz de realizar una síntesis entre estas características contradictorias, optó por la solución más fácil: la amputación. Escogió así uno de los trazos de su carácter, rompiendo definitivamente con el otro (…) De esta manera el hispanoamericano intentó la tarea casi imposible de amputar su pasado” (El Pensamiento Latinoamericano, Barcelona, 1976).

Así las cosas, para construir el futuro los Liberales-Positivistas renunciaban al pasado. Ello los condujo a un curioso laberinto: no tenían pasado, su presente no terminaba de concretarse y todas sus esperanzas estaban puestas en un futuro que podría no llegar a darse. Mientras los Conservadores se habían aferrado a un pasado que ya no existía, los Liberales-Positivistas se aferraban a un futuro que podía no llegar a existir.

Mucho más sensata, a no dudarlo, fue la opción encarnada por Bolívar. Refiriéndose a él, John Lynch decía: “Bolívar era insistente: las constituciones deben adaptarse al ambiente, carácter, historia  y recursos de un pueblo” (Simón Bolívar: A Life, New Haven, 2006).

En definitiva, Hispanoamérica osciló entre quienes querían recrear el pasado, quienes querían obviar el pasado para alcanzar el futuro y quienes querían construir un futuro en base al pasado.