¿Por qué caen los precios del petróleo?

       Los precios del petróleo rondan actualmente los 80 dólares por barril. Su nivel más bajo en cuatro años. Hasta el verano los precios se encontraban todavía sobre los 110 dólares y de pronto el tobogán. Con Irak, Libia, Siria y Nigeria en problemas los precios deberían estar moviéndose hacia arriba y no hacia abajo. ¿Qué ocurre entonces? La respuesta sería básicamente dual: la demanda se afloja y la oferta se expande.

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       Los precios del petróleo rondan actualmente los 80 dólares por barril. Su nivel más bajo en cuatro años. Hasta el verano los precios se encontraban todavía sobre los 110 dólares y de pronto el tobogán. Con Irak, Libia, Siria y Nigeria en problemas los precios deberían estar moviéndose hacia arriba y no hacia abajo. ¿Qué ocurre entonces? La respuesta sería básicamente dual: la demanda se afloja y la oferta se expande.

       La economía global se encuentra indudablemente débil. El PIB de Japón cayó por segundo trimestre consecutivo, Alemania la locomotora europea, vio también caer el suyo por segunda vez y pareciera ir rumbo a una recesión. China da una dura lucha para mantener el crecimiento de su PIB en los términos anticipados y Estados Unidos, aunque crece, evidencia una recuperación débil de acuerdo a estándares históricos. Por tercera vez consecutiva el FMI bajó sus proyecciones de crecimiento para la economía mundial en 2014,  situándola en 3,3%.

       Sin embargo, la debilidad de la demanda no puede explicar una caída tan drástica en los precios petroleros: 15% en tres meses. Máxime en momento de tanta inestabilidad para algunos productores relevantes. Así las cosas, lo fundamental de la respuesta debe buscarse en la oferta. Es decir, en la sobreproducción petrolera, la cual sobrepasa en 2,8 millones de barriles diarios a la de hace exactamente un año. Aquí encontramos que la responsabilidad principal recae en dos países: Estados Unidos y Arabia Saudita. 

       El caso estadounidense pareciera ser más transparente: 65% de incremento en su producción petrolera en apenas cinco años como resultado de la revolución del esquisto (o de la lulita), lo que lo ha llevado a su mayor nivel de producción en casi 30 años, 8,8 millones de barriles diarios. Arabia Saudita, persiguiendo intereses particulares, abre más el chorro petrolero, llevándolo casi a 10 millones de barriles diarios.

       ¿Qué busca este último país? En términos estrictamente comerciales la respuesta es clara: mayores porcentajes de mercado. O más explícitamente mayor porcentaje del mercado de Asia, donde se sitúa el 75% del crecimiento mundial de la demanda petrolera. Dados sus bajos costos de producción y su flexibilidad para aumentar ésta, Arabia Saudita puede arrinconar a muchos de sus socios de la OPEP, capturando a sus clientes. Tan evidente en su intención en este sentido que aparte de empujar los costos a la baja, redujo en un dólar el precio de su barril para el mercado asiático. Ahora bien, según algunos analistas la monarquía saudita buscaría también hacerle perder rentabilidad al petróleo de esquisto estadounidense. Esto, sin embargo, se sostiene menos como argumento pues alrededor del 80% de la producción petrolera de esquisto sólo dejaría de ser rentable a partir de 60 dólares por barril.

       Sin embargo, habría que ser muy ingenuo para no suponer que detrás del objetivo comercial hay también otro de naturaleza política. No olvidemos que Arabia Saudita lidera al bloque sunita, enfrentado al chiita que encabeza Irán. De hecho ambos países han venido librando una guerra en Siria por vía de intermediarios. Cuando apenas Teherán comenzaba a levantar cabeza gracias a la flexibilización de las sanciones internacionales empujadas por Occidente, viene el duro golpe de la caída de los precios petroleros. Habiendo pasado al octavo rango como productor dentro de la OPEP, en función de las sanciones, Irán había logrado sobrellevar la situación gracias a los altos precios. La caída de éstos es un duro golpe.

       Ahora bien si llevamos la suspicacia a nivel de realismo político, bien podríamos suponer que Arabia Saudita no está sola en este intento de bajar los precios con fines geopolíticos. Así como Riyadh tiene interés en arrinconar a Teherán, también Washington desea llevar a las cuerdas a Moscú. De hecho, el columnista estrella del New York Times, Thomas Friedman, se preguntaba en días de pasados si detrás de la baja de los precios no se encontrarían las manos estrechadas de Estados Unidos y Arabia Saudita. Nada tendría mayor sentido estratégico que esto.

       ¿Cómo no recordar que la caída de los precios del petróleo, a partir de septiembre de 1985, desató la crisis económica de la Unión Soviética y puso en movimiento una dinámica que condujo a su implosión? De la misma manera, por lo demás, fue la recuperación y aumento sostenido de los precios petroleros lo que devolvió a Moscú parte de su influencia perdida. Si en conjunción con las sanciones que le han sido impuestas por Occidente, Moscú debe sobrellevar ahora una merma en la sabia vital de su economía,  el impacto será inmenso.

       De ser así la historia habría que preguntarse por cuanto tiempo pueden Washington y Riyadh mantener el actual nivel de precios. Dado que los costos de producción de Arabia Saudita son de apenas 6 dólares por barril, cabría suponer que por siempre. Pero no es así. Mantener la estabilidad política y social de ese reino requiere de ingentes gastos sociales a lo que debe adicionarse costosos proyectos de infraestructura en desarrollo. Para  mantener la rueda en marcha habrá que echar mano a las reservas internacionales. Siendo éstas de 750 millardos de dólares ello alcanzará para rato. ¿Pero a quien le gusta comerse las reservas? El costo de producción del petróleo de esquisto en Estados Unidos está sustancialmente más arriba que el saudita, aunque todavía por debajo de los actuales precios. Este nivel de precios les representa ventajas y desventajas. De un lado dinamiza a la economía pero, del otro, introduce incertidumbre en un sector clave para el crecimiento de ésta: el esquisto. Ello indudablemente desestimula inversiones en el mismo.

           Todo indica que los precios permanecerán bajos por un rato. Pero no muy largo.