Tras la Segunda Guerra Mundial, y durante las décadas subsiguientes, la integración económica jugó un papel de la mayor importancia en América Latina. De hecho, ésta resultó un subproducto del proceso de sustitución de importaciones articulado a partir de 1947. Lo cierto es que la formulación de dicho proceso no prestó suficiente atención a la desigual distribución de ingreso en América Latina. Ello se tradujo en mercados nacionales reducidos, insuficientes para dar sustento al reto de una industrialización autónoma.
Tras la Segunda Guerra Mundial, y durante las décadas subsiguientes, la integración económica jugó un papel de la mayor importancia en América Latina. De hecho, ésta resultó un subproducto del proceso de sustitución de importaciones articulado a partir de 1947. Lo cierto es que la formulación de dicho proceso no prestó suficiente atención a la desigual distribución de ingreso en América Latina. Ello se tradujo en mercados nacionales reducidos, insuficientes para dar sustento al reto de una industrialización autónoma.
Salvo Brasil y México, países que por su dimensión poblacional disponían de un amplio mercado doméstico, o Argentina, poseedora de una amplia clase media, los demás confrontaron problemas. Para enfrentar esta limitación, los economistas de la CEPAL propusieron aumentar el tamaño de los mercados por vía de la integración económica. De esta manera, la idea de un crecimiento económico “hacia adentro”, evolucionó desde una perspectiva nacional a otra de naturaleza regional o subregional.
Desafortunadamente, en la medida en que los diversos países latinoamericanos se habían adentrado en la implantación de un mismo tipo de industrias, la relación entre estos resultó mas competitiva que complementaria. Más aún, cada país evidenciaba distintos niveles de inflación, de tipo de cambio frente al dólar o de remuneración de su mano de obra. Todo ello hacía que el esfuerzo integracionista se tornase cuesta arriba. Sin embargo, a pesar de las grandes dificultades confrontadas, la integración nunca dejó de ser vista como un objetivo de máxima importancia.
Como resultado del llamado Consenso de Washington y de la Ronda Uruguay del GATT, a finales de los ochenta y comienzos de los noventa, América Latina abrió su puertas a la economía global. A pesar de que la integración latinoamericana siguió su curso, su relevancia no resultó la misma. No podía ser de otra manera, en la medida en que la verdadera integración económica que estaba teniendo lugar en América Latina era con el resto mundo. Sin embargo, nuevos mecanismos de integración latinoamericana y caribeña surgieron a la luz durante este nuevo período.
Lo cierto es que los volúmenes del intercambio comercial entre nuestros países se redujeron de manera sustancial. De acuerdo a un reporte conjunto de OECD, CAF y CEPAL, en la actualidad sólo un 16% de las exportaciones latinoamericanas van dirigidas a la propia región (Perspectivas Económicas de América Latina 2018: Repensando las Instituciones para el Desarrollo, 2018). De manera significativa, sin embargo, las exportaciones de mayor valor agregado se mantienen dentro de la misma.
A título de ejemplo podemos citar el caso de Argentina, que en 2006 dirigía el 69% de sus exportaciones de manufacturas a los demás países latinoamericanos (Kevin P. Gallager, Roberto Porzecanski, The Dragon in the Room, Stanford, 2010). La razón de ello es simple. La competencia de los productos chinos y de otras naciones asiáticas de mano de obra intensiva es tan intensa, que las posibilidades argentinas de exportar sus manufacturas fuera del ámbito del MERCOSUR resultan escasas.
Efectivamente, en 2010 alrededor del 90% de las exportaciones manufactureras de Brasil y Argentina se encontraban bajo la fuerte amenaza de la competencia china. Sin embargo, mientras las exportaciones de manufacturas de México alcanzan al 72% del total de sus exportaciones, ellas sólo representan el 39% en el caso de Brasil y el 27% en el de Argentina (Gallager y Porzecanski, citados). Así las cosas, mientras Brasil y Argentina enviaban a China el grueso de sus exportaciones, consistentes en recursos naturales, se vendían entre si o entre sus socios del MERCOSUR, o de otros mecanismos de integración latinoamericana, un porcentaje mayoritario de sus manufacturas.
De tal manera, el volumen total del comercio intra regional es limitado. Sin embargo, gracias a los mecanismos de integración económica existentes, los países de la región cuentan con un destino seguro para sus exportaciones de mayor valor agregado. Es así como México, sometido a la necesidad de renegociar el TLCAN bajo perspectivas inciertas, está aumentando su exportaciones hacia los países de América Latina.
América Latina debe comenzar a dar la debida valoración a los mecanismos de integración que la unen. Ello en la medida en que la convergencia del populismo proteccionista y de las nuevas tecnologías, amenaza con desacoplarla crecientemente de sus mercados tradicionales de Estados Unidos y Europa. Si bien Asia luce como una apuesta comercial más segura, es, al mismo tiempo, un continente signado por una geopolítica expansiva y un elevado potencial de conflicto. Así las cosas, el puerto seguro de los mercados latinoamericanos debe ser visto con mayor atención. Desde luego, no para replicar impulsos autárquicos como los que caracterizaron al proceso de sustitución de importaciones, pero si para resguardarse en la medida de lo posible de un entorno internacional cargado de incertidumbres.