EEUU: La lucha por el control del Senado

Superados los intentos del golpe de estado institucional desarrollados por Trump, se pasa ahora a un nuevo capítulo: la lucha por el control del Senado Federal. En efecto, luego de los intentos infructuosos de Trump por separar el mandato de los electores de la conformación del Colegio Electoral, y no existiendo duda alguna con respecto a la elección de Biden, el tema político clave es la conformación del Senado.

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Idiomas Castelán

Superados los intentos del golpe de estado institucional desarrollados por Trump, se pasa ahora a un nuevo capítulo: la lucha por el control del Senado Federal. En efecto, luego de los intentos infructuosos de Trump por separar el mandato de los electores de la conformación del Colegio Electoral, y no existiendo duda alguna con respecto a la elección de Biden, el tema político clave es la conformación del Senado.

La elección pendiente de los dos senadores del estado de Georgia está en capacidad de determinar si Biden comenzará su mandato con el viento en popa o en su contra. De ganar los Demócratas los dos curules en juego la correlación entre los dos partidos en el Senado resultará paritaria, en cuyo caso el voto de desempate correspondería a la Vicepresidenta Kamela Harris. De ser ese el caso, Biden dispondría del control de ambas cámaras del Congreso y podría materializar una agenda política de amplio alcance. De perder los Demócratas uno o dos de dichos puestos, la presidencia Biden se vería sometida a las mismas políticas obstruccionistas que caracterizaron a seis de los ocho años del gobierno de Obama. Este último, en efecto, no pudo designar a un Juez de la Corte Suprema de Justicia ni a una pléyade de jueces federales, así como tampoco dar vida a buena parte de su agenda política, ante la oposición feroz de un Senado controlado por los Republicanos. 

El porqué el futuro de la balanza política de ese país depende de la elección de dos senadores en Georgia, responde a una situación atípica. Ello por dos razones. La primera se corresponde a una regla electoral propia de ese estado, la cual exige que un Senador para ser electo debe obtener más del cincuenta por ciento de los votos emitidos. En caso contrario se va a una segunda vuelta que es ganada por quien obtenga una mayoría simple. Dicha norma, diseñada para detener el avance de candidatos negros, aplicó en este caso pues ninguno de los candidatos alcanzó tal porcentaje en la primera ronda. La segunda razón respondió al hecho de que manera inusual en esta elección estuvieron en juego los dos escaños senatoriales de ese estado, en lugar de uno como es lo usual. Así las cosas, las miradas del mundo entero se dirigen a la elección que habrá de tener lugar en Georgia el próximo 5 de enero.  

El simple hecho de que dicha elección resulte competitiva, y que los Demócratas tengan la opción de prevalecer en ella, es también bastante atípico. Georgia era considerada como coto cautivo de los Republicanos y el que Biden triunfará allí por 0,25 por ciento de la votación sorprendió a muchos analistas. Desde 1992, cuando Bill Clinton triunfó contra un contrincante deslucido como Bob Dole, no se veía un triunfo presidencial Demócrata en ese estado. La reconfiguración electoral de los suburbios de Atlanta y de otras ciudades de ese estado, que han atraído a un voto más liberal, es responsable de ese cambio. La posibilidad de un avance Demócrata se había vislumbrado ya hace dos años cuando la candidata de ese partido al cargo de Gobernador, Stacey Abrahams, perdió por apenas 1,4 puntos porcentuales. 

Bien pudiese ser que Trump se convierta en la razón por la cual los dos candidatos Demócratas prevalezcan el próximo 5 de diciembre. Cuatro argumentos apuntarían en tal sentido. Primero, al estigmatizar y desestimular el voto por correo, el actual Presidente creó las condiciones que empujan a los Republicanos a votar en persona en medio del pico de una pandemia. A diferencia de los Demócratas que se sienten cómodos con el voto por correo, los Republicanos deben arriesgarse al contagio para probar su convicción política. Sólo una movilización mayúscula es susceptible de lograr lo anterior, lo cual sin Trump en la competencia no es un supuesto dado.

Segundo, la narrativa de fraude electoral desarrollada por Trump resta credibilidad al sistema electoral ante los votantes Republicanos. Según una encuesta de Morning Consult, la confianza de los Republicanos en el sistema electoral de su país pasó de cerca del 70 por ciento a mediados de octubre pasado a cerca del 30 por ciento el 9 de noviembre. Es decir, una caída de casi 40 puntos porcentuales (Reed Richardson, “Republican Trust in Electoral Process Craters by 50%”, Mediaite, November 9, 2020). Tal desplome se hace sentir de manera particular en Georgia, donde los dos candidatos senatoriales Republicanos llegaron incluso a pedir la renuncia del Secretario de Estado de ese estado, encargado de conducir las elecciones, bajo la acusación de estar parcializado a favor de los Demócratas. Ello a pesar de que dicho funcionario es un militante Republicano.

Tercero, los altos decibeles del mensaje de Trump y todos sus esfuerzos por voltear los resultados de las elecciones han logrado mantener en pie la movilización de los Demócratas. En circunstancias normales la misma hubiese comenzado ya a desinflarse luego de pasadas la elección presidencial. Ello va a contracorriente de la desmoralización sufrida por lo Republicanos, lo cual podría traducirse en la premisa de que desmoralización es igual a desmovilización. 

Cuarto, la narrativa de Trump y su intento por alterar los resultados de la elección por vía de la manipulación del Colegio Electoral, son resentidos por los independientes y por los Republicanos moderados. Ello estimula la apatía electoral de estos. Más aún, la razón fundamental que podría llevarlos a votar en unas elecciones de estas características -evitar que la balanza del poder judicial pase a manos de los Demócratas- ya ha desparecido. Con el poder judicial bajo firme control conservador el mayor incentivo para una parte importante de estos votantes ya desapareció.

El 5 de diciembre se conocerá el efecto de la narrativa y de las acciones de Trump sobre el control del Senado.