Se abre una nueva etapa histórica en Japón

El 11 de marzo de 2011, a las 14 h. 46’, se abrió un nuevo ciclo histórico en Japón. La restauración Meiji impulsó en 1868 la primera modernización del país. Tras la derrota militar del Imperio japonés en 1945, se abrió otra etapa de reconstrucción y de desarrollo que convirtió Japón en 1968 en la segunda economía mundial.

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El 11 de marzo de 2011, a las 14 h. 46’, se abrió un nuevo ciclo histórico en Japón. La restauración Meiji impulsó en 1868 la primera modernización del país. Tras la derrota militar del Imperio japonés en 1945, se abrió otra etapa de reconstrucción y de desarrollo que convirtió Japón en 1968 en la segunda economía mundial. La crisis del modelo japonés se inició en 1991 cuando explotó la burbuja financiera e inmobiliaria y se frenó el crecimiento durante las siguientes dos décadas. En 2010, el PIB chino superó al japonés. Japón aun sufre los efectos de las 3 D (deuda pública, déficit presupuestario, demografía en declive). La catástrofe de la central nuclear de Fukushima es el detonante que provocará una tercera reforma substancial de las instituciones del país.

Japón es la tercera economía mundial. Y una potencia industrial y exportadora con gran capacidad de innovación tecnológica. Y un gran actor financiero gracias a su capacidad de ahorro. La calidad del pueblo japonés ha quedado demostrada con su ejemplar y tenaz reacción ante una gran catástrofe. Entonces, ¿cuales son las razones de la crisis del país? El núcleo reside en su sistema de gobernabilidad política y económica. Un dato concluyente: el país que ha tenido 5 primeros ministros en los últimos 5 años.

El 30 de agosto de 2009 el Partido Democrático de Japón (PDJ) acabó con el casi monopolio del poder político en manos del Partido Liberal Democrático (PLD) que gobernaba desde 1955. El PDJ se comprometió a “reformar” la Administración Pública para limitar el poder exorbitante de los “burócratas” sobre los políticos. Pretendía corregir el entramado de intereses entre los burócratas, las dinastías políticas y los “lobbies” económicos-empresariales de los sectores industriales, de la construcción, los agrarios y ganaderos. Una tarea titánica. Se quería controlar unos nexos que se asientan en una praxis histórica existente desde la restauración Meijí y que continuó durante décadas con los sucesivos gobiernos del PLD. El PDJ pregonó que el nuevo Gobierno recuperaría las riendas efectivas del poder  y asumiría con decisión la dirección, la planificación y la ejecución de las diversas políticas reformistas. Una vez en el poder,  el PDJ cayó en los tentáculos de los poderes establecidos. Los japoneses habían votado por  un profundo cambio político en Japón. Pero el PDL dilapidó pronto las esperanzas en él depositadas.  El primer ministro Yukio Hatoyama dimitió en junio de 2010, tras solo 8 meses en el cargo. Y su sustituto, Naoto Kan, ya estaba políticamente muy debilitado antes del 11 de marzo. Tampoco ha sabido liderar esta última crisis.

Los japoneses han contenido hasta ahora “externamente” sus emociones ante la tragedia. Forma parte de su ADN cultural. Pero aquellas pueden desbordarse si se confirma la mala o pésima gestión de la crisis nuclear provocada en la central de Fukushima, cuyas consecuencias son hoy aún imprevisibles. TEPCO, con la connivencia de algunos burócratas, “controló” o retuvo, con silencios o datos incompletos e incluso contradictorios, la información transmitida al Gobierno y a todo el país. También se produjo una evidente falta de transparencia con la AIEA y los gobiernos de otros países preocupados por lo ocurrido en Fukushima. Ha habido muchas y graves negligencias antes y después del tsunami. Y se exigirán responsabilidades políticas.

Habrá un antes y un después del 11 de marzo de 2011. En el plan económico, el impacto es aún difícil de cifrar pero la crisis será superada a medio plazo, una vez despejadas las amenazas de contaminación nuclear. La reconstrucción de las infraestructuras generará un gran impulso de la capacidad productiva. En el plano político, Japón es una democracia parlamentaria pero se precipitarán los cambios hacia un nuevo modelo de gobernanza política, más transparente y menos ligado a los clientelismos de los grandes conglomerados empresariales, entre ellos el lobby de la industria nuclear. En el plano social, se deberá afrontar el rápido envejecimiento de la población, abriéndose incluso a la inmigración extranjera. Y en el plano cultural, se corregirán algunas contradicciones, que se explican por razones históricas y geográficas.

En algunos aspectos, Japón es aún una gran isla o archipiélago en un mundo globalizado. Se da la paradoja que es una potencia comercial mundial pero la sociedad  japonesa permanece algo cerrada al exterior. Los viejos valores de la solidaridad y tenacidad de los japoneses son la gran fuerza que mantiene la cohesión social del país que explica como ha reaccionado con serenidad y civismo ante la tragedia. Pero los Poderes Públicos no han estado a la altura del “contrato social” que tienen establecido con los japoneses. Por otro lado, las elites japonesas no acaban de abrirse al mundo, a diferencia de las chinas, surcoreanas o taiwanesas. Las universidades japonesas no cuentan apenas con la presencia de profesores y estudiantes extranjeros. Tampoco los japoneses suelen complementar o ampliar sus estudios en el extranjero. Es otra de las asignaturas pendientes del modelo educativo japonés. Pero, tras lo sucedido el 11 de marzo de 2011, cabe esperar que, además de las grandes empresas, también la sociedad japonesa evolucionarán rápidamente hacia una mayor apertura al mundo.