20040426 zurab zhvania e colin powell

Georgia y la peligrosa trampa caucásica

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La muerte de Zhvania, cuyas investigaciones oficiales no convencieron a sus familiares, explota directamente en la cara al nacionalista y pro-occidental presidente Mikhail Shaakasvili, como una manifestación de un oscuro escándalo político. Es la primera muerte política en la joven ex república soviética desde que, en 1993, fuera asesinado el ex presidente Zviad Gamsakhurdia, en tiempos de la cruenta guerra civil. (Foto: Zurab Zhvania (ao fondo) e Colin Powell, 26/04/2004).
 

La misteriosa muerte del primer ministro georgiano Zurab Zhvania el pasado 3 de febrero, motivada por una inhalación de gases tóxicos mientras dormía, y la explosión de un coche-bomba en la ciudad de Gori que dejó tres muertos y una veintena de heridos, ambos ocurridos con apenas dos días de diferencia, deja abierto un incierto panorama en la república caucásica.

Figuras políticas georgianas atribuyeron los acontecimientos a una especie de "conexión rusa" que busca desestabilizar un país alineado en la órbita geopolítica de Washington tras la caída de Edward Shevarnadze a finales de 2003. Sin embargo, el devenir de ambos sucesos revela más bien una agria e intrigante lucha interna por el poder en el centro de una región altamente explosiva y de gran importancia estratégica.

La muerte de Zhvania, cuyas investigaciones oficiales no convencieron a sus familiares, explota directamente en la cara al nacionalista y pro-occidental presidente Mikhail Shaakasvili, como una manifestación de un oscuro escándalo político. Es la primera muerte política en la joven ex república soviética desde que, en 1993, fuera asesinado el ex presidente Zviad Gamsakhurdia, en tiempos de la cruenta guerra civil. Tras la caída de Shevarnadze, el país parecía aparentemente estabilizado, aunque las tensiones étnico-territoriales seguían manifestándose en las regiones secesionistas de Abkhazia, Ajaria y Osetia del sur, mayoritariamente pro-rusas y recelosas del control directo desde Tbilisi.

El diputado Alexander Shalamberidze, del mayoritario partido Movimiento Nacional de Demócratas, del cual Zhvania era líder, acusó directamente "a ciertas fuerzas que operan desde Rusia" como autoras intelectuales y materiales de ambos sucesos. Desde Moscú, el ministro de Exteriores Sergei Lavrov replicó negando cualquier intervención y enfatizando que Zhvania era un ejemplo de "moderación y responsabilidad", proclive al entendimiento ruso-georgiano. Por ello, algunos analistas rusos relacionaron la muerte de Zhvania y el atentado de Gori con la lucha por el poder en Tbilisi.

Desde esta perspectiva, la declaración rusa contiene ciertos visos certeros. Frente a la retórica pasional y nacionalista del presidente Saakhasvili, Zhvania se había constituido como un factor de ponderación y moderación, que le granjeó una interesante popularidad. Sus contactos con Moscú permitieron nivelar el audaz giro pro-occidental del nuevo gobierno, mientras activaba, desde el verano pasado, reuniones directas con los líderes separatistas Aslan Abashidze de Ajaria, y las fuerzas rebeldes en Abkhazia y Osetia del sur.

Estos esfuerzos no fueron bien vistos en algunos círculos del poder en Tbilisi. Se llegó a sospechar sobre los intereses políticos de la portavoz parlamentaria Nina Burkhanadze y del diputado Giorgi Baramidze, señalados como los principales "rivales" de Zhvania. Sin embargo, aún no existen evidencias de que ambos, o alguno de ellos, tuvieran que ver con su muerte. Burkhanadze ya ocupara la presidencia provisional georgiana tras la caída de Shevarnadze y la victoria electoral de Saakashvili.

Para completar el extraño entuerto, el presidente nombró al ministro de Finanzas, Zurab Noghaideli, como nuevo primer ministro. Noghaideli tiene 40 años y poca experiencia política, aunque es considerado uno de los fieles a Zhvania. Esta jugada tiene visos de ser una estrategia de Saakashvili para dominar el panorama a través de un político dócil e inexperto.

Junto al complicado juego de poder interno y las ambiciones separatistas, Georgia se manifiesta como la clave del entramado geopolítico en el Cáucaso y Eurasia. La rebelión popular que acabó con el régimen de Shevarnadze y llevó al poder a Saakashvili en el 2003 tuvo un marcado apoyo occidental, especialmente desde EEUU, a través de la Fundación Open Society del magnate estadounidense de origen húngaro George Soros. Posteriormente, la entonces calificada "revolución de las rosas" georgiana tuvo un nuevo capítulo en los sucesos que llevaron al poder a Viktor Yushenko en Ucrania, tras el fraude electoral oficialista del año pasado.

La conexión Saakashvili-Yushenko se concretó en diciembre pasado, durante una reunión en los Cárpatos ucranianos. Allí suscribieron una especie de declaración para expandir "la democracia y la libertad". El nuevo objetivo para los próximos tiempos parece ser desmontar los "regímenes autocráticos" en Asia Central y el espacio ex soviético.

La ubicación estratégica georgiana también motiva intereses externos profundos, que enmarcan una silenciosa lucha por la influencia política, principalmente entre Moscú y Washington. Georgia expande un radio estratégico que compete a los intereses de Rusia, EEUU, Turquía, Irán y la Unión Europea, y es una de las piezas clave en la sucesión de oleoductos y gasoductos que las transnacionales están construyendo desde el mar Caspio, especialmente el oleoducto Bakú-Tbilisi-Ceyhán (BTC), en el cual entran Exxon Mobil, ChevronTexaco y British Petroleum, y el gasoducto Bakú-Tbilisi-Erzurum (BTE).

Tanto el BTC como el BTE se espera entren en funcionamiento a partir del período 2005-2007 y constituyen piezas clave del ajedrez energético internacional, especialmente para Occidente y Rusia. Es por ello que el ascenso de un pro-estadounidense y occidental Saakashvili, aunado a la situación en Ucrania, fuera interpretado como una derrota geopolítica para el presidente ruso Vladímir Putin.

De igual modo, el territorio georgiano limita con la conflictiva Chechenia y posee un entramado étnico-lingüístico que incluye minorías rusas, armenias, azeríes, osetias, griegas, chechenas y judías, así como comunidades mingrelas, ajarias y abjazias. Por lo tanto, al sentimiento europeísta en la capital se le agrega el hecho de que, en el interior, no está completamente legitimada la idea de integridad estatal y la convivencia de las distintas comunidades. Esta inestabilidad se acrecienta ante el hecho de que el país está plagado de mafias criminales, producto del contrabando de armas y el tráfico de drogas, y que incluso llegan a constituir centros de poder alternativos.