En 2009, Pekín y Pyongyang celebran “el año de la amistad entre China y Corea del Norte” con motivo del 60º aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países. Se consideran “hermanos de sangre” desde la guerra de Corea (1950-1953), en la que incluso un hijo de Mao murió y fue enterrado en territorio norcoreano. Sin embargo, más allá de las ceremonias retóricas que recuerdan los lazos de amistad y hermandad, las relaciones bilaterales son, cada vez, más complejas y contradictorias.
China tuvo un papel determinante las negociaciones iniciadas en agosto 2003, para lograr, en el marco del Grupo de los 6, la desnuclearización del Norte. Pero la intransigencia de Pyongyang llevó al fracaso aquellas negociaciones, paralizadas desde diciembre de 2008. Y aunque los chinos desean relanzar la negociación multilateral, son conscientes de que los norcoreanos juegan duro y exigen que se les reconozca su status de potencia nuclear. Algo que, en ningún caso, aceptarán EEUU y mucho menos Japón y Corea del Sur. La persistencia norcoreana podría alterar los equilibrios de seguridad en Asia Oriental, que incluso afectarían indirectamente a Taiwán.
¿Hasta dónde y cómo puede China presionar a su país hermano?
En las últimas seis décadas China ha cambiado gradualmente su piel. Se ha convertido en una gran potencia llamada a asumir responsabilidades internacionales globales. El régimen ha evolucionado ideológicamente desde el comunismo a un capitalismo con características chinas. La economía china, tras su incorporación a la OMC en 2001, es cada vez más interdependiente con la de EEUU, Japón y Corea del Sur. En cambio, Corea del Norte sigue anclada en el pasado y convertida en una monarquía estalinista en la “doctrina juche” que mantiene el país cerrado a todo contacto exterior. Si el régimen resiste o sobrevive en tal situación se debe principalmente al apoyo chino que es el “cordón umbilical” por donde le llega la ayuda alimenticia y energética, imprescindible para sobrevivir. Es el primer inversor y socio comercial.
La segunda explosión nuclear norcoreana del 25 de mayo colocó a Pekín en una situación diplomática complicada. Pyongyang notificó el ensayo a EEUU y China solo entre 20 y 30 minutos antes de realizarlo. No es extraño que en su primera reacción el gobierno chino condenase el desafío nuclear. Pekín ha tolerado al errático Kim Jong-il. Pero sus ambiciones nucleares pueden alterar el “status quo” militar en el noreste de Asia, precisamente cuando Pekín intenta un acercamiento y dialogo con Taiwán. La consolidación de un Norte nuclear podría ser un pretexto para un fuerte rearme militar de Japón y Corea del Sur.
La posición china con su vecino norcoreano es ambivalente. Pero sigue siendo más bien prudente y tendente a conservar el actual “status quo”. No va a modificarlo mientras no vea claro sus consecuencias. Por un lado, presionado por EEUU, los chinos votaron afirmativamente la resolución 1874 del Consejo de Seguridad de las NNUU que condenó en términos muy duros la prueba nuclear y reforzó las sanciones financieras y económicas contra Corea del Norte. Está por ver si Pekín se compromete, de manera efectiva, a su aplicación práctica.
Pero, por otro lado, Pekín quiere evitar a toda costa un colapso del régimen norcoreano. Argumenta, no sin razón, que provocaría un incontrolable alud de refugiados hacia la frontera china e incluso una catástrofe humanitaria. Sin embargo, hay otras razones más importantes para los intereses estratégicos chinos. Un colapso del régimen norcoreano podría llevar a una reunificación territorial de las dos Coreas y a un posible resurgimiento del nacionalismo coreano. Y China tiene también pendientes algunos contenciosos históricos con Corea. Existe una notable presencia de chinos de ascendencia étnica coreana que viven en áreas de la región fronteriza con el Norte (la Región Autónoma de Yanbian) que algunos estudiosos coreanos vinculan históricamente con su país. Algunas empresas surcoreanas ya se han establecido en Yanbian.
La oposición china ante una pronta reunificación coreana se explica por el comprensible recelo que le provoca la actual presencia militar estadounidense en el sur de la península coreana. Para los chinos, una reunificación solo podría caber en el marco de un acuerdo general negociado con EEUU, Japón, Rusia y la futura Corea. Y mientras no se llegue a este acuerdo, a China, ya le va bien la existencia de dos Coreas. Y habría que analizar cuales son los intereses estratégicos de EEUU y Japón con respecto a una eventual reunificación coreana. La intransigencia norcoreana a renunciar a su programa nuclear le sirve a los EEUU para justificar su permanencia como potencia militar en Asia oriental y para fortalecer, frente a China, sus alianzas estratégicas con Japón y Corea del Sur.
China está inquieta y necesita aplacar las ambiciones nucleares norcoreanas. Insiste en convencer a Pyongyang para que evolucione llevando a cabo unas reformas económicas como sí han hecho los comunistas vietnamitas. Este era el objetivo último de Pekín al iniciar las negociaciones del Grupo de los 6. Ahora, desea que el diálogo multilateral se reanude lo antes posible cuando se den las circunstancias apropiadas. Pero la cuestión sucesoria provocada por el grave estado de salud de Kim Jong-il no solo dificulta las pretensiones chinas sino que está provocando una peligrosa escalada de la tensión militar en la región. Además, a China, centrada en su propio desarrollo económico, también le surgen algunos conflictos internos en el Oeste en las regiones autónomas de Tibet y Xinjiang.
Pero no parece que los norcoreanos vayan a volver a la vía negociadora, una actitud que daña los objetivos políticos y económicos chinos. Merece recordar que tras restablecerse las relaciones diplomáticas con Seúl en 1992, China comparte, en la actualidad, más intereses económicos con el Sur -e incluso con Japón- que con el Norte. Todo ello sitúa a Pekín en una difícil tesitura. Quiere presionar a Pyongyang sin colapsar al régimen. Aprueba unas sanciones internacionales que probablemente no aplicará seriamente. Y es sabido que las sanciones rara vez afectarán a la elite o núcleo duro del régimen, solo los ciudadanos sufrirán sus consecuencias. A Kim Jong-il no le quita el sueño que unas decenas de miles de norcoreanos puedan morir de hambre, una vez más, en las aldeas más alejadas de Pyongyang. Como siempre la verdadera víctima de este conflicto heredado de la guerra fría es el pueblo coreano.