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La pesadilla del terror nuclear

La llamada crisis de los misiles cubanos, en octubre de 1962, constituyó el evento de mayor peligro protagonizado por Estados Unidos y la Unión Soviética a lo largo de su Guerra Fría. Se trató, en efecto, del punto más cercano al estallido de una guerra nuclear entre ambas superpotencias. Luego del fallido intento estadounidense de derrocar al régimen de Fidel Castro, por vía de la invasión de Bahía de Cochinos en abril de 1961, el Primer Ministro Nikita Krhushchev y Castro acordaron secretamente, en julio de 1962, la instalación de misiles nucleares soviéticos en Cuba. Los vuelos espías sobre la isla permitieron que, en octubre de ese año, Washington detectara la construcción de silos para misiles nucleares de alcance intermedio en ese país. 
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La llamada crisis de los misiles cubanos, en octubre de 1962, constituyó el evento de mayor peligro protagonizado por Estados Unidos y la Unión Soviética a lo largo de su Guerra Fría. Se trató, en efecto, del punto más cercano al estallido de una guerra nuclear entre ambas superpotencias. Luego del fallido intento estadounidense de derrocar al régimen de Fidel Castro, por vía de la invasión de Bahía de Cochinos en abril de 1961, el Primer Ministro Nikita Krhushchev y Castro acordaron secretamente, en julio de 1962, la instalación de misiles nucleares soviéticos en Cuba. Los vuelos espías sobre la isla permitieron que, en octubre de ese año, Washington detectara la construcción de silos para misiles nucleares de alcance intermedio en ese país. 

Mientras el Estado Mayor e importantes funcionarios estadounidenses insistieron en la necesidad de bombardear los misiles en instalación, seguido de una invasión a Cuba, el Presidente Kennedy decidió imponer una “cuarentena” sobre la isla. El término representaba un eufemismo sobre lo que, en la practica, representaba un bloqueo naval llamado a inspeccionar a todo barco soviético que se acercara a Cuba. Ello fue acompañado por serias advertencias de Kennedy sobre la inadmisibilidad de que se colocaran misiles soviéticos en su propio hemisferio y tan cerca de su territorio. Advertencias seguidas por la colocación de las fuerzas militares y nucleares estadounidenses bajo estado de máxima alerta (DEFCON 2). La respuesta de Krhushchev fue la de calificar las acciones estadounidenses como un acto de agresión en contra de su país y ordenar que las naves soviéticas siguieran su curso hacia Cuba. En medio de este alto grado tensión, diversos incidentes estuvieron a punto de desencadenar un estallido de hostilidades. Durante trece días, el mundo se mantuvo en vilo mientras las dos superpotencias se enfrascaron en un desafiante curso de colisión directa, a la espera de que los nervios de la otra parte flaquearan primero. Finalmente, fue Krhushchev quien flaqueó (lo que habría de generar su derrocamiento algunos meses más tarde). La remoción de los misiles de la isla puso punto final a lo que estuvo cerca detonar una confrontación nuclear. 

Aunque octubre de 1962 fue el momento más cercano a un holocausto atómico, hubo otros incidentes que también pudieron haber conducido a este. Entre ellos podría referirse el apoyo soviético a Egipto y su disposición a intervenir directamente en su conflicto con Israel, durante la guerra del Yom Kippur de octubre de 1973. Para disuadir dicha intervención, las fuerzas nucleares estadounidenses fueron colocadas nuevamente en estado de alerta (DEFCON 3). Sin embargo, junto a los forcejeos geopolíticos de las dos superpotencias, también estuvo siempre presente el riesgo de un accidente. El más importante de estos tuvo lugar el 26 de septiembre de 1983 cuando, en medio del despliegue de los misiles nucleares estadounidenses Pershing II en Europa y de la arremetida anti soviética de Ronald Reagan, los radares soviéticos detectaron el lanzamiento de cinco misiles balísticos intercontinental desde Estados Unidos. Gracias a la sangre fría y al buen juicio del comandante del sistema de aviso temprano soviético, pudo comprobarse de que se trataba de un error en sus radares. Ello evitó una nerviosa respuesta nuclear soviética que hubiese conducido a la III Guerra Mundial. 

No en balde cuando el 25 de diciembre de 1991 la Unión Soviética dejó de existir, la mayoría del mundo experimentó una sensación de alivio. La desaparición de uno de los dos contrincantes, hacía alejarse el riesgo de una confrontación nuclear. En lo sucesivo, la primacía de lo geopolítico pasaba a ser sustituida por la de lo económico. El dramático declive en la jerarquía internacional de la Rusia de Yeltsin, a pesar de sus miles de misiles nucleares, ilustró bien la naturaleza del nuevo orden. Por más de que se estuviese en desacuerdo con la globalización emergente, ella no acarreaba ningún riesgo de confrontación atómica. A todas luces, la integración económica planetaria resultaba el antídoto perfecto frente a la prevalencia de los misiles. Ello posibilitó que durante tres décadas toda noción de holocausto nuclear estuviese ausente de la psiquis colectiva de la humanidad. 

Lamentablemente, la geopolítica reclama de nuevo su primacía. La invasión a Ucrania, antecedida por las tensiones entre Estados Unidos y China en Taiwán y en el Mar del Sur de China, signan el repliegue de la era de la globalización. La geopolítica, de más está recalcarlo, llega acompañada de la amenaza de una guerra nuclear. De hecho, desde la crisis de los misiles cubanos en 1962 el mundo no había estado tan cerca de una conflagración atómica como lo está ahora.  No sólo Putin ha hecho amenazas veladas en tal sentido en varias oportunidades, sino que sus actuales acciones en Ucrania representan una peligrosísima escalada. Al absorber para Rusia, bajo la escusa de un referéndum, casi un quince por ciento del territorio ucraniano y advertir que cualquier ataque a territorio ruso será repelido por cualquier medio, la raya ha sido trazada. Bajo esta lógica, todo avance ucraniano sobre los espacios ocupados por los rusos se entendería como una incursión en el propio territorio de Rusia, resultando susceptible de una respuesta nuclear.   

La pesadilla del terror nuclear ha llegado para quedarse y lo hace en términos aún más preocupantes que durante la mayor parte de la Guerra Fría. Ello, en virtud de tres razones. Primero, a diferencia de aquellos tiempos cuando el sistema de mando en Moscú era esencialmente colectivo y el salto hacia lo nuclear requería del acuerdo de la mayoría de los miembros del Comité Central del Partido Comunista, hoy la voluntad autocrática de Putin se basta para ello. Segundo, la doctrina de la destrucción recíproca asegurada aceptada por ambas partes en aquel entonces, ha sido sustituida en Rusia por la noción de que un intercambio nuclear es una estrategia militarmente aceptable. Tercero, luego de la crisis de los misiles cubanos comenzaron a aparecer mecanismos y protocolos aptos para facilitar el manejo de las crisis entre las partes, lo que no existe hoy en día. 

¡Cómo se echan de menos las décadas en las que la economía predominó!