Efectos colaterales del Mundial

En las recientes cumbres del G8 y G20 los líderes acordaron tomar, una vez más y divididos, medidas eficaces para afrontar la crisis económica mundial. Otra preocupación, seguir los partidos de Mundial. Diez de las 26 delegaciones participantes reunidas en Toronto tenían aún sus selecciones jugando en Sudáfrica y desde la cancillera Angela Merkel y el premier David Cameron hasta los presidentes Barack Obama y Lee Myung-bak ajustaron sus agendas para poder ver los partidos. En las ruedas de prensa y otros contactos informales los líderes comentaban la suerte o infortunio de sus equipos. Así Cameron consolaba a Berlusconi por la pronta eliminación de los italianos. Al día siguiente eran los ingleses quienes, entrenados por un italiano, decían adiós al Mundial con gol fantasma inglés incluido. Lula da Silva debe llorar la derrota brasileña. Los canadienses solo se han clasificado una vez para jugar un Mundial y no marcaron ni un gol.  Pero sí saben alcanzar las metas económicas.

Sin embargo el Mundial no ayudará  mucho a superar la crisis económica. Según un informe del suizo Institute for Management Development el Mundial podría tener un coste económico global estimado en 10.400 millones $ en pérdidas de productividad por las horas de trabajo derrochadas. Tal vez Cameron vió compensado el disgusto deportivo con la recuperación de la productividad laboral mientras Merkel maldicía la concesión arbitral del gol fantasma. Algunos expertos afirman que las pérdidas se compensan con otros beneficios, tangibles o intangibles. Mientras se ganan partidos, el público disfruta y aparcan durante unos días los problemas pendientes. Otros valoran los negocios publicitarios en torno al Mundial, aunque pocas camisetas y de más artículos habrán vendido esta vez los franceses.

En todo caso, finalizada la gran fiesta del fútbol, todos deberemos volver a la realidad diaria de la crisis que solo se superará si uno tiene empleo “trabajando mas y mejor aunque sea por algo menos”.

Otro efecto mundialista es la movilización de las diásporas en todo el mundo. En las calles catalanas resulta notable la presencia de argentinos, brasileños, etc. que se reúnen para compartir las victorias o derrotas de sus selecciones. También los surcoreanos se congregaban en Los Angeles, Seattle, Boston o Dallas, pero estos aprovecharon la ocasión del fútbol para hablar de negocios.

Pero el Mundial nos depara otros efectos colaterales. Lo saben aquellos culés que celebraron con una especial efusión el gol de Andréa Iniesta en Stamford Bridge. Analistas del Ministerio de Bienestar Social surcoreano vinculan los éxitos deportivos con el incremento de la natalidad en un país donde, al igual que España y Cataluña, el índice de la fertilidad por mujer es uno de los más bajos del mundo. El estudio remarca que tras la exitosa participación en el Mundial de Corea-Japón 2002, el índice subió del 1,17 de aquel año al 1,19 en 2003. En los dos años siguientes los porcentajes bajaron de nuevo hasta el 1,08 en 2005. Pero otra vez en 2007, tras el Mundial de Alemania 2006, los nacimientos alcanzaban el 1,26 para caer al 1,15 en 2009. En esta ocasión, los analistas no muestran tan optimismo: los partidos en Corea se ofrecían a las intempestivas cuatro de la madrugada.

Cabe que la selección de Del Bosque llegue lejos en este Mundial pero si lo logra, el Gobierno de Zapatero en plena crisis económica y social conseguirá que al menos uno de los índices estatales, el de natalidad, logre resultados positivos en 2011.