De un tiempo a esta parte los ojos de occidente están puestos en China. El gigante asiático es el protagonista de las oportunidades y de los temores. Entre estos últimos, el incremento del presupuesto militar chino y, consecuentemente, los miedos a un nuevo escenario de “paz caliente”, esta vez con el Pacífico como principal teatro de operaciones.
En realidad, la inmensa mayoría de ciudadanos desconoce todo lo relativo a cuestiones de defensa y seguridad, algo con lo que la industria intelectual al servicio del poder cuenta para manipular los miedos de los ciudadanos. Por lo que, como premisa para continuar el artículo, propongo observar, a título orientativo, el siguiente cuadro concerniente a los Presupuestos de Defensa (2003) de las principales potencias mundiales:
Estado | Presupuesto (en millones de $) |
EEUU | 404.920 |
Rusia | 62.200 |
China | 55.948 |
Francia | 45.695 |
Japón | 42.835 |
Reino Unido | 42.782 |
Con estas cifras en la mano, es fácil comprobar que la “amenaza” militar china es sólo un titular sin fundamento.
Mucho más interesante, y sin titulares y tertulias que la difundan, es la tendencia –continuada en el tiempo– de un aumento del perfil político y militar de Japón. En el país del sol naciente, existe una apuesta clara por aumentar su margen de autonomía –con respecto a EEUU– y tener un peso en las relaciones internacionales más acorde con su potencia económica. Máxime en un momento como en el que vivimos, de reajuste mundial y donde la competencia nacional ha vuelto a parámetros económicos, tras el final de la competencia ideológica que caracterizo la “Guerra Fría”.
Existe un amplio consenso, entre analistas de distintas tendencias, en torno al papel del primer ministro japonés Junichiro Koizumi como artífice de la ruptura de Japón con su reciente pasado pacifista y la puesta en marcha de una ambiciosa política de liderazgo regional.
Durante su mandato, que expirará el próximo septiembre, Koizumi ha liderado importantes reformas legislativas que han permitido al ejercito japonés –el más moderno y mejor armado de toda Asia- intervenir activamente –en tareas de apoyo a las tropas estadounidenses- en escenarios bélicos como Afganistán o Irak, algo impensable hace algunos unos años.
A estas reformas legales y salidas expedicionarias, hay que añadir los acuerdos de mayo y junio con Estados Unidos en materia de reorganización de la presencia norteamericana en Japón –que incluyen la construcción de nuevas infraestructuras entre ellas un aeropuerto militar de dos pistas “en forma de V” y del despliegue de un escudo antimisiles.
A esta dimensión de seguridad y defensa, se le debe añadir la erosión del recuerdo de la II Guerra Mundial en el imaginario colectivo de los jóvenes japoneses, la amenaza –más simbólica que real- por parte de Corea del Norte y la abierta competencia con China -en primer lugar- por los recursos naturales de la región y a largo plazo por la supremacía regional.
En este contexto, el primer ministro japonés ha visitado el santuario de Yasukuni. Es verdad que esta es la sexta visita de Koizumi al templo donde se honra a 2,5 millones de japoneses caídos en combate. Pero es la primera que realiza a nivel oficial y en una fecha tan señalada –15 de agosto- como el aniversario de la rendición de Japón. Y lo hace desoyendo tanto las críticas de sus propias filas, de sus aliados y opositores políticos, como las advertencias diplomáticas de los dos países que más sufrieron el imperialismo japonés durante el siglo XX: Corea del Sur y China.
En Asia, el templo de Yasukuni, fundado en 1869, está asociado al culto y al juramento de los ejércitos japoneses de dar la vida por su emperador, y es considerado un emblema del militarismo japonés. En 1978 se incluyó entre las almas veneradas a 14 criminales de guerra de clase A, entre ellos el que fuera primer ministro de Japón durante la II Guerra Mundial, Hideki Tojo, ejecutado por crímenes de guerra.
Más allá del “profundo remordimiento” en nombre de Japón por los “enormes sufrimientos” infligidos en Asia durante la Segunda Guerra Mundial, expresados por el Jefe del Gobierno nipón, Seúl y Beijing consideran que las visitas de Koizumi son un respaldo implícito a la barbarie japonesa en Asia y sus cancillerías sostienen que esta visita dificultará las ya complicadas relaciones con Tokio.
Cuando Koizumi llegó al poder –en abril de 2001– prometió visitar Yasukuni y venerar sus almas un 15 de agosto. El primer ministro ha cumplido. En un país como Japón, donde el honor y los gestos son tan importantes, esta visita representa un hito al que merece la pena seguir la pista. Habrá que estar atentos.