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Beijing, la olimpiada de cada día

 Beijing 2008, clic para aumentar
Al principio se manejaba el mes de julio para la inauguración de los Juegos, pero la tentación de un 8 de agosto (octavo mes) de 2008, es demasiado fuerte en un país en que la “fiebre del 8” es la base de todas las supersticiones. Como resultado de la prolongada influencia del pensamiento tradicional, muchos chinos creen que hay números que traen buena suerte y otros que acarrean desgracias. Entre los primeros están el seis y el ocho, porque liù, el seis, se parece a lù, que quiere decir “posesión de dicha y dinero a la vez”; y bã, el ocho, rima con fã, que supone prosperidad y fortuna. Con esas garantías, nada puede salir mal. (Foto: Logo Beijing 2008. ©The Sports Logos.Net).
 

Quedan ya menos de dos años para que Beijing acoja la celebración de las Olimpiadas. El ritmo en esta capital va en aumento a medida que la fecha se acerca. Las grandes obras, tanto para los eventos deportivos, como en el ámbito de las infraestructuras siguen su ritmo y, a pesar de los problemas, todos confían en que, llegado el momento, todo esté a punto.

Esa es, precisamente, una de las primeras sensaciones que embarga a cualquier persona que, procedente de otras latitudes, se asiente en esta ciudad. Poco a poco te vas haciendo a la idea de que la existencia de problemas, muchos de ellos, imprevistos, es algo natural, como natural es la aparición de soluciones. Nadie parece ponerse nervioso, pero los problemas no siempre se arreglan y las consecuencias se acaban pagando.

Cuando el pasado 31 de julio, unas lluvias intensas provocaron el colapso de la autopista que comunica la ciudad con el aeropuerto, causando un inmenso atasco de más de veinte kilómetros, quedó al descubierto la fragilidad de una capital que, a pesar de los grandes avances de los últimos años, le falta aún un pequeño recorrido para adentrarse en el primer mundo. Así, las omnipresentes deficiencias del sistema de alcantarillado pueden hacerte caminar sobre las aguas, en medio de cientos de chubasqueros amarillos y entre bicicletas que transportan señoras con sus elegantes pamelas.

Con la música de fondo a cargo de las cigarras, el Beijing regado por la lluvia parece otro, lleno de color, siluetas y expuesto a la luz. El cielo de Beijing (¿lo hay?)… Tantos días sin verlo puede hacer dudar. La espesa bruma que todo lo cubre y todo lo aleja, hace del cielo un espacio imaginario y sólo imaginable por muchos días. Pero cuando ya todo lo das por perdido, el día puede nacer de nuevo minutos antes del ocaso. Y aunque es raro un cielo azul en agosto, no se preocupen, el servicio meteorológico ideará algo para que no falte durante las Olimpiadas.

La preocupación entre los responsables de los Juegos ha aumentado pues es sabido que agosto en Beijing es un mes de lluvias, además de mucho calor, aunque este año se note un poco menos. Cuando llueve, uno no sabe si es natural o artificial (provocada por los habituales “bombardeos” de nubes), pero lo agradece igual, solo por decir adiós a esa humedad que te empapa y dar la bienvenida al fresco redentor. Al principio se manejaba el mes de julio para la inauguración de los Juegos, pero la tentación de un 8 de agosto (octavo mes) de 2008, es demasiado fuerte en un país en que la “fiebre del 8” es la base de todas las supersticiones. Como resultado de la prolongada influencia del pensamiento tradicional, muchos chinos creen que hay números que traen buena suerte y otros que acarrean desgracias. Entre los primeros están el seis y el ocho, porque liù, el seis, se parece a lù, que quiere decir “posesión de dicha y dinero a la vez”; y bã, el ocho, rima con fã, que supone prosperidad y fortuna. Con esas garantías, nada puede salir mal.

Los preparativos para las olimpiadas incluyen también la masiva inmersión en el inglés de numerosos colectivos sociales, desde taxistas a camareros o voluntarios jubilados. Una pena, que diría mi paisana, la filóloga Teresa Moure, desaprovechar esta oportunidad en un país que con otra apuesta ““una lengua artificial”“ podría cambiar el mundo favoreciendo el compromiso con la lengua propia y el respeto a todas las culturas del mundo. Aún se pueden leer las versiones en esperanto en algunos sites oficiales, pero China se apunta al inglés a marchas forzadas. Son tiempos de pragmatismo.

La otra Beijing

En esta ciudad, unos veinte millones de personas escuchan los poderosos truenos de agosto, se agolpan en las tres líneas de metro o meditan renunciar a su bicicleta para motorizarse (se lo imaginan!), sumándose a esa fiebre del consumo y del trabajo que extermina la lectura, aviva el sueño y les homologa como ciudadanos universales.

Uno percibe que algunas cosas se van perdiendo poco a poco. La elasticidad de los viejos cuerpos ya no se ejercita en los hermosos parques capitalinos donde tan frecuente era observar la práctica de las artes marciales. Siguen ahí, pero cada vez menos.

La singularidad de Beijing se aprecia en sus gentes y en muchos de sus barrios, como olas que se suceden en su infinita superficie, sin perder su sabor tradicional, con ese aroma a aceites horribles, en puestos de comida circundados por gentes de todas las edades y a las que todo les sabe a gloria. Te pongas donde te pongas, siempre emergerán los olores y los aromas. Y, por un momento, uno se imagina las que habrán pasado los chinos para comer tanto y a todas horas y seguir sin engordar.

Beijing, donde todo es juventud, aunque solo sea por la omnipresencia de los peliteñidos, con independencia de sexo y condición social, se hace querer. Es posible que haya perdido el alma, como decía Simon Leys, pero genera afectos y complicidades que te van envolviendo con sus sauces llorones y sus largas avenidas, tan aptas para caminar. Ese Beijing, el entrañable, el del pueblo grande pero no urbanita, que no se acaba de adaptar a la vida en los nuevos y altos edificios de los que puede salir la señora con sus rulos en el pelo o donde un zapatero se dispone a ganar su jornal en la esquina de una zona verde, guarda todo su encanto seductor y dispone de una inmensa capacidad para sorprender.

Con una historia tan convulsa como la vivida en los últimos cincuenta años, detrás de cada edificio, de cada Hotel, de cada parque, pueden hallarse los mil episodios trágicos, propios de una ciudad, más frágil que robusta, ideada para otros cometidos, muy alejados del espíritu olímpico. Ahora que los hutong, como la Ciudad Prohibida, el Templo del Cielo o el Palacio de Verano, ya forman parte del itinerario turístico habitual, sus otros recovecos merecen la pena. Sobre todo a la vista de la amenaza que pende sobre ellos: en el primer semestre de 2006, solo Beijing acaparó el 53% de la inversión inmobiliaria registrada en todo el país. Apúrense a verlo antes del 2008. A partir de entonces, habrá un después.