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Líbano: transición bajo las bombas

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Salvo la presencia de Saad Hariri, el panorama político libanés no cambia de rostros. Los mismos protagonistas de la vida política en los últimos treinta años dirigirán una transición condicionada también a los cambios que experimenta Oriente Medio. Dejando de lado Irak, donde la transición también camina bajo el signo de las bombas, el Líbano parece un microcosmos de lo que está sucediendo en estos momentos en la región.
 

Si bien el reciente y largo proceso electoral libanés constituyó una exitosa experiencia democrática, la correlación de fuerzas políticas refleja un país dividido territorialmente en clanes étnicos, familiares y religiosos, que configurarán un gobierno diverso y débil. Tras la retirada militar siria, el país navega por un complejo abanico de intereses que involucra a Siria, EEUU, Francia e Irán, cerniendo de dudas la inestable transición democrática del país.

Del mismo modo, el terrorismo volvió a aparecer, con el asesinato del histórico dirigente comunista George Hawi, uno de los más firmes detractores del gobierno de Emil Lahoud y de la presencia siria en la política libanesa. A principios de junio había sido también asesinado el periodista Samir Kassir.

Al igual que sucediera con la muerte del ex primer ministro Rafik Hariri en febrero pasado, desde Washington se han dirigido rápidamente las sospechas hacia Siria como eventual perpetradora intelectual del atentado. Sin embargo, hasta el momento, la investigación que lleva a cabo la ONU sobre el atentado de Hariri no ha arrojado ninguna prueba que demuestra la presunta responsabilidad del régimen sirio.

El mosaico político

El enredado proceso electoral libanés se dividió en cuatro convocatorias separadas, tomando en cuenta la conformación étnico-religiosa y territorial de las comunidades. Esto llevó a la elección de los 128 parlamentarios que iniciarán la etapa de transición, tras completarse la retirada militar siria en abril pasado. Siria, garante de la estabilidad del Líbano, tenía en el país 15.000 efectivos militares desde hace 29 años.

El domingo 28 se completó el proceso con la elección al norte del país, donde la coalición cristiana antisiria conformada por Saad Hariri, hijo del asesinado primer ministro Rafik, y Walid Jumblatt, conocido "señor de la guerra" durante el conflicto en los ochenta y líder de la comunidad drusa, obtuvieron una contundente victoria.

Los norteños eligieron los últimos 28 diputados para el Parlamento compuesto por 128 escaños, mitad cristianos y mitad musulmanes, que se ampara en los acuerdos de paz de 1990, para configurar políticamente las comunidades religiosas del país, dentro de un marco estatal aconfesional.
Anteriormente, se habían realizado comicios en la región central en torno a la capital Beirut (19 diputados), el oriental valle del Bekaa (58 diputados) y el sur del país, con 23 diputados.

Antisirios, prosirios y los "señores de la guerra"

Completados los cuatro procesos, la oposición marcadamente antisiria, conformada por el tandem Hariri-Jumblatt y que engloba a grupos cristiano maronitas, drusos y musulmanes sunníes, controlará 72 escaños de los 128 parlamentarios, por lo que dominará un parlamento heterogéneo.

Al consolidarse la lista Hariri-Jumblatt en el norte, el nuevo panorama político libanés muestra posiciones muy marcadas que determinarán si la transición será o no un éxito. Pero lo más llamativo de estas elecciones es que, novedosas alternativas aparte, se aprecia una resurrección política de los protagonistas de la guerra civil libanesa, los llamados "señores de la guerra", ahora inmersos en el juego electoral.

El regreso al país, tras 14 años de exilio, del ex general Michel Aoun, significó para muchos la vuelta de esos fantasmas del pasado. Aoun, considerado como un aliado francés, fue el general cristiano maronita que organizó una fracasada revuelta contra el régimen prosirio en 1989.

Posteriormente exiliado en París, el regreso de Aoun al Líbano demostró que aún mantiene popularidad entre los sectores cristianos maronitas: unos 200.000 simpatizantes lo recibieron en Beirut pocas semanas antes de las elecciones. La fórmula electoral de Aoun triunfó hace dos semanas en la capital, por lo que será uno de los protagonistas de la complicada transición, pero su presencia también creó tensiones entre los simpatizantes de Hariri y Jumblatt.

Aoun recibió el respaldo político de dirigentes ligados a Damasco, como el ex primer ministro Omar Karamé, e incluyó en su lista electoral a Suleimán Frangié, ministro del actual gobierno de Lahoud y considerado un "títere" de Siria. Además, apenas se conoció la victoria de Hariri, Aoun lo acusó de "corrupto" y prometió liderar la oposición. Pero sus tácticas parecen ser ambiguas, porque se vende como un opositor mientras mantiene vínculos con el gobierno.

Por su parte, la fórmula de Saad Hariri es la mejor vista en Washington pero, a pesar de su mayoría, tendrá dificultades políticas en el Parlamento, por lo heterogéneo de su composición. En este sentido, Hariri y Aoun se erigen como los principales protagonistas del nuevo escenario político libanés y concentran la principal oposición al presidente Emil Lahoud. Éste, por su parte, es el aliado más cercano del régimen de Damasco y aunque ya no cuenta con la presencia militar siria, sigue manejando una considerable cuota de poder. Sin embargo, Hariri y Jumblatt ya piden la destitución de Lahoud y de los presuntos miembros del espionaje sirio que aún quedan en el Líbano.

Del mismo modo, aún se mantienen en la arena política libanesa, con un alto nivel de protagonismo, ex "señores de la guerra" como como el ya mencionado Walid Jumblatt y familiares de otros, como las esposas de Samir Geagea y Pierre Gemayel, el primero preso y el segundo desaparecido. Ambos fueron líderes de las falanges maronitas y se destacaron durante la guerra civil por sus sangrientas luchas intestinas en el seno de esa comunidad.

Las cartas de Siria y Hezbollah

Desde Damasco, observan hasta el mínimo detalle la nueva realidad política del Líbano. Sin embargo, la evolución política interna siria está anunciando una lucha entre los "reformadores", comandada por el presidente Bashar al Assad, y la elite política en torno al partido Ba´ath, heredera del sistema de poder establecido por el padre de Bashar. De hecho, el vicepresidente Abdel Halim Jaddam renunció ante las promesas de apertura anunciadas por el joven presidente.

Otro factor político a tomar en cuenta es la agrupación chiíta Hezbollah, apoyada desde Irán y Siria y que controla políticamente el sur del Líbano, sobre todo tras estas elecciones. Una de las claves de la transición libanesa estriba en la posibilidad del desarme de unas milicias que fueron protagonistas en la lucha armada contra Israel desde 1982 hasta la retirada militar israelí en 2000.

Precisamente, el gobierno israelí y EEUU advierten sobre la potencialidad en aumento de Hezbollah. Incluso, Israel ya anunció que no permitirá un aumento, por lo demás cada vez mayor, de la influencia de Hezbollah en la región palestina de Gaza, donde supuestamente posee vínculos con el grupo Hamas. Pero en el Líbano, prácticamente la totalidad de los actores políticos consideran necesario e inevitable negociar con Hezbollah y confían en que su reciente victoria electoral contribuya a convertirlos en un movimiento político que permita el desarme.

Sin embargo, las recientes elecciones generales iraníes, donde el ala conservadora de los ayatollahs concentrará la mayor parte del poder, contribuirá también a reforzar su apoyo a Hezbollah. Del mismo modo, este movimiento, considerado como "terrorista" por EEUU, mas no por la Unión Europea, rechazó tajantemente la resolución de la ONU sobre la retirada militar siria del Líbano.

¿Vientos de cambio regionales?

Salvo la presencia de Saad Hariri, el panorama político libanés no cambia de rostros. Los mismos protagonistas de la vida política en los últimos treinta años dirigirán una transición condicionada también a los cambios que experimenta Oriente Medio.

Dejando de lado Irak, donde la transición también camina bajo el signo de las bombas, el Líbano parece un microcosmos de lo que está sucediendo en estos momentos en la región. La gira de la secretaria de Estado, Condoleeza Rice, por Palestina, Israel, Egipto y Arabia Saudita, coincidió con los comicios libaneses y la primera vuelta de las presidenciales iraníes, pero los resultados fueron agridulces para Washington: el presidente palestino Mahmoud Abbas se reunió con el primer ministro israelí, Ariel Sharon, sin resultados concretos.

Mientras, en El Cairo y Riyad, Rice recibió vagas promesas de reformas en dos países aliados de Washington que viven convulsionados procesos electorales a corto plazo, pero que las estructuras de poder imperantes manejan con cautela y lentitud.

Del mismo modo, la puja entre reformadores y conservadores en Irán se está definiendo a favor de estos últimos. El fracaso de los reformistas iraníes propició que, en la segunda vuelta, se la juegen el conservador pragmático, Rafsanjani y el radical y populista, Ahmadineyad. En el fondo está la crisis entre Irán, EEUU y la Unión Europea por el programa nuclear iraní y los deseos de cambio de régimen desde Washington.

En el caso libanés, las efervescentes manifestaciones de febrero, posteriores al asesinato de Hariri, parecen ir desvaneciéndose en el ánimo de los jóvenes, principales agentes del cambio político. Si bien los comicios fueron realizados de manera ordenada, siempre pesó en el ambiente una sensación de apatía y desencanto. De ser así, este elemento de frustración de expectativas no es un buen síntoma para la convulsa transición libanesa.