Partido Republicano: El Extremo Occidente está en los EEUU

Cada miércoles, en las jefaturas de Washington de Americanos por la Reforma Fiscal, ATR, más de un centenar de representantes de las principales asociaciones de esta derecha estadounidense llenan la sala de conferencias. Asistencia -funcionarios del Congreso y de la Casa Blanca, grupos de presión, think-tankers, editores y abogados-, sólo por invitación. Son los miércoles de lo que Grover Norquist, maestro de ceremonias, llama coalición "Dejadnos Solos", unidos en la política y en un ideal de ciudadano trabajador autónomo, educado en el hogar y armado, porque "no necesita al maldito gobierno para nada".

Norquist actúa de jefe nacional de la sala "ya lo fue con Reagan- y hace entrega del programa político del gobierno a los presentes. Puede, ya que consulta regularmente con la Casa Blanca, sobre todo con Karl Rove, jefe político del Ejecutivo, y con "Scooter" Libby, asistente personal del vicepresidente Cheney. Norquist es un agitador político y sus frases "los demócratas son "señoritos de Massachussets, extremistas, amigos de los gays, pro-aborto…"" encuentran territorio fértil en la sala. Un mensaje populista para un público que es la representación misma de la comunidad americana del privilegio. Y, sin embargo, la América que votó a Bush es la América rural y, desde su captura, la sureña, un museo de la pobreza, que siempre cotiza en política. Sobre todo cuando el otro partido, el Demócrata, es identificado con la elite.

Comparado con el de Reagan, el Partido Republicano de George W. Bush exhibe mayor cohesión ideológica (básicamente, fundamentalismo cristiano y libre mercado o no-gobierno), una articulación administrativa mucho más compacta y una capacidad de difusión y control de los medios terriblemente eficaz. El malestar es profundo. Douglas Keller (Gran Fraude 2000) señala la contradicción que existe entre los extraordinarios recursos creados por la era de la información y la enorme ignorancia y desinformación de gran parte de la población estadounidense. ¿Existe en los EEUU una cultura cívica, democrática, realmente sólida? Es sabido que en las últimas décadas los estadounidenses experimentan una creciente desconfianza hacia el gobierno, las empresas y las instituciones civiles y religiosas. Pero la confianza significa, por supuesto, muchas cosas. Antes del 11 de septiembre de 2001, la confianza en el gobierno era baja, pero en los meses inmediatamente posteriores se elevó a niveles desconocidos desde los mediados de los años 60, lo que sugiere que esta desconfianza no es una convicción muy profunda, sino una actitud para tiempos seguros "cuando "no se necesita"", y, éstos, no lo son.

Los partidos de ultraderecha, y éste lo es, se han valido invariablemente de las "catástrofes" históricas para extender su influencia y eventualmente llegar al poder. En el pos/11-S las encuestas indicaban que el 80% de los demócratas le pedía a Al Gore "su candidato" que no criticase al presidente Bush; casi el 40% de todos los votantes decía, en diciembre de 2001, que sería "inapropiado para cualquiera" expresar en público desacuerdo con las decisiones militares de Bush. Evitar el debate no es un signo de una cultura cívica sólida.

Pero también está el problema de los Estados Unidos de la Amnesia. Mientras los "críticos" y "muy críticos" con el gobierno Bush terminen su discurso diciendo que éste ha "traicionado las tradiciones americanas de libertad y justicia", los EEUU seguirán siendo el sistema de partido y medio de la vieja metáfora de Samuel Lubell. El partido, el sol que ilumina todos los planetas, y el medio partido, la luna, que sólo da luz reflejada "del sol". El sol que ilumina todos los planetas es el GOP, el Grand Old Party o Partido Republicano, que ha sabido invertir la tradicional identidad partidaria norteamericana emergiendo como partido revolucionario "del pueblo" y "de Dios", a través de la difusión "mundial en realidad" de ideas fuerza antirrevolucionarias, contraconstitucionales y criminales.

Mitos, rumores y temas

Pese a la inexistencia de debate, el número de las organizaciones conservadoras se ha multiplicado en los cuatro años de mandato de Bush. En su último informe, "El Eje de la Ideología", el Comité Nacional por la Filantropía Responsable, NCRP, identifica a 350 asociaciones libres de impuestos pertenecientes al ala activista de la ultraderecha, presentes a nivel local, regional y estatal, que han penetrado las tres ramas del Gobierno Federal, dominando el programa de la Casa Blanca y los temas políticos a discutir. Una idea gráfica del alcance de la operación de propaganda nos la da el que los expertos de una sola organización, la Fundación Heritage, tomaran parte durante 2002 en 600 intervenciones televisivas, 1.000 en la radio y 8.000 en la prensa. Mucho trabajo para una de las organizaciones que mayor participación tuvo en la fabricación de la guerra preventiva contra Irak. La política exterior de Bush es la guerra.

El NCRP señala a 79 fundaciones privadas como las principales benefactoras del grupo, que habría recibido, entre 1999 y 2001, cerca de 253 millones de dólares. Entre los filántropos, Time-Warner, Altria-Philip Morris, Microsoft, Pfizer, Lockheed Martin y otros miembros de la industria farmacéutica, las telecomunicaciones, la banca, y el complejo de la industria militar. Pero la información exacta sobre las contribuciones corporativas es escasa, ya que el Departamento del Tesoro no permite su acceso público. Rob Stein, investigador que ha seguido el flujo del dinero hasta el grupo dominante, identificó a 43 organizaciones principales a las que denomina "la cohorte": una potente e inagotable fuente de contenidos intelectuales, slogans, mitos y rumores que ha ayudado al giro a la derecha de la opinión pública incubado durante los años 90. Un movimiento que pide menos gobierno, abundantes reducciones de los impuestos para los privilegiados, la privatización o eliminación de la Seguridad Social, menos salvaguardias medioambientales y un sistema de mercado sin responsabilidades frente al interés público.

Todos los partidos tienen sus monstruos. Así como la legislación laboral de Roosevelt y Truman ayudó a los trabajadores polacos e italianos a mudarse a los suburbios (donde se hicieron republicanos), la economía Reagan creó una nueva cultura nacional de clase media, alegremente yuppie. Hoy los republicanos admiten que entre un 35-40% del electorado estadounidense vota "temas" creados por esa clase urbana de profesionales que votaron a Clinton: derecho al aborto, derechos de las mujeres, de los trabajadores, de los homosexuales, medioambiente, salud, educación,…carriles bici; la mofa siempre forma parte de la campaña. Los republicanos llaman a estos temas "cluster Hillary", en referencia a la ex primera dama, por quien muestran un revanchismo poco común. Es decir, "intereses particulares" frente al "interés nacional" que ellos, el GOP, representan.

Y, sin embargo, el modelo de este tipo de activismo que hoy promueven los republicanos fue establecido en los 70 por Ralph Nader "el "tercer candidato"- y sus consumidores contra los excesos corporativos, que galvanizaron a los empresarios a una defensa agresiva del sistema capitalista que estaba "en peligro". Los conservadores temían que Vietnam hubiese convertido a los EEUU en un tigre de papel, sensación que se reforzó con la crisis de los rehenes de Teherán en 1979: el "colapso de América" o la "pérdida de los valores, virtudes y la gloria de la nación". La Cámara de Comercio de los EEUU distribuyó entonces una nota pidiendo un asalto de la inteligentsia conservadora al "despotismo liberal" y a lo que consideraba sus centros: campus, medios, judicatura y política. El plazo fue relativamente corto; un nuevo catalizador de instituciones conservadoras enraizó y prosperó. Para calentar las elecciones Presidenciales de noviembre, las fuerzas de reacción ya han abierto campaña creando un "escándalo" (la foto falsificada de la reunión melenuda entre el candidato Kerry y Jane Fonda, aparecida en el megáfono de murmullos de la derecha, Townhall.com, descubridora de la becaria Lewinsky y filial de la Heritage) y despotricando contra George Soros, el filántropo liberal.

La Fundación Heritage, el Instituto Cato o la Sociedad Federalista son nombres relativamente prestigiosos -no tanto su trasfondo- pero los neoconservadores cuidan también a sus bases populares, especialmente los mandatos populistas de organizaciones como la Asociación Nacional del Rifle o el Consejo de la Familia, a los que Bush es muy sensible. El actual presidente no teme a los prejuicios fundamentalistas y no le importa hacerse una foto con los segregacionistas sureños militarizados, defensores de la bandera confederada: el Sur, siglo y medio después, gana la Guerra Civil. Todo es bueno para favorecer la polarización social y geográfica del país, estrategia que le dio la Presidencia "en vista anticonstitucional del Tribunal Supremo- hace cuatro años. En el día de votar, a nadie le pareció que tuviese que elegir entre un partido y medio.

Naturalmente, sólo las elecciones pueden trasformar las energías propulsivas de la cohorte en poder político. Existe una zona crepuscular entre estas organizaciones y el Partido Republicano, en el dinero y en las carreras políticas, ya que a menudo funcionan como incubadoras para potenciales candidatos en alza. Por ejemplo, el Centro del Experimento Americano, CAE, clon regional de la Heritage, funciona como agencia regional del Partido Republicano de Minnesota, y en las elecciones de 2002 consiguió una tripleta: Norm Coleman como senador, Tim Pawlenty como gobernador y John Kline como congresista.

El Partido Republicano es, después del cierre de filas de 1992, un mero accesorio electoral de lo que algunos analistas llaman, a la manera soviética, el "aparato", amorfo en sus funciones superiores, pero monolítico en sus punterías. Por encima de las organizaciones de la derecha y del propio partido sólo estarían las principales unidades del Gobierno, incluida la mayoría republicana en el Congreso y el Senado, y el Ejecutivo y su criatura, Bush. Hacia abajo, hasta llegar a la última asociación estudiantil, el debate y la discusión son desanimados, porque la lealtad debe ser absoluta. Ni inteligencia ni crítica, la cohorte es una infraestructura intelectual a la que le está prohibido pensar. El Gobierno Bush ha aprendido de los errores de la Irán-Contra y de las operaciones del Watergate. Con sus operaciones "externas" al gobierno, la actividad de la cohorte no atrae la atención de los funcionarios ni de los medios; estar al abierto "prensa, radio, televisión- es condición de su invisibilidad.

Gore Vidal, que tiene mucha memoria, dice que si las elecciones de noviembre son, como en 2000, electrónicas, Bush no puede perder. Las tres compañías que fabricaron las máquinas son donantes netas de su administración. El escándalo de las tarjetas perforadas en las elecciones de 2000 reflejó también una debacle. El deplorable estado de las máquinas de votación, de la tecnología, en los estados más pobres, refleja la cuestión más amplia del estado de los servicios públicos, hambrientos de recursos en una era de triunfalismo de mercado libre. Ciertamente, Bush es el primer presidente republicano que se presenta como cruzado antigubernamental, pero fue Clinton quien decretó el fin del gran gobierno en los 90 que prepararon este XXI. Quiere esto decir que ser una potencia significa hoy tener a 41 millones de habitantes sin cobertura médica (EEUU), o 220.000 niños en la extrema pobreza (España, la "octava potencia económica del mundo"). Cuando la política exterior es la guerra, muy a menudo la interior también lo es.