En las últimas décadas América Latina se vio confrontada a dos retos económicos, y por extensión sociales, superlativos. El primero fue el proceso de apertura y desregulación de nuestras economías. De la noche a la mañana ello nos puso a competir con las mayores empresas del mundo, aparejando consigo el desmantelamiento de parte importante del aparato industrial regional así como de las destrezas tecnológicas asociadas a aquel. El segundo fue la aparición de la competencia china de bajo costo. Aunque dragón oriental tuvo la virtud compensatoria de ser un consumidor voraz de nuestros recursos naturales, su llegada implicó una poderosa fase adicional de desmantelamiento del plantel industrial de la región.
En las últimas décadas América Latina se vio confrontada a dos retos económicos, y por extensión sociales, superlativos. El primero fue el proceso de apertura y desregulación de nuestras economías. De la noche a la mañana ello nos puso a competir con las mayores empresas del mundo, aparejando consigo el desmantelamiento de parte importante del aparato industrial regional así como de las destrezas tecnológicas asociadas a aquel. El segundo fue la aparición de la competencia china de bajo costo. Aunque dragón oriental tuvo la virtud compensatoria de ser un consumidor voraz de nuestros recursos naturales, su llegada implicó una poderosa fase adicional de desmantelamiento del plantel industrial de la región.
En el horizonte se avizora un nuevo reto económico que hace empequeñecer por comparación a los dos anteriores y cuyo impacto será devastador. A diferencia de aquellos, que nos tomaron por sorpresa, éste al menos tiene la cortesía de anunciar su llegada con suficiente antelación. Nos referimos al proceso de creación destructiva asociado al salto tecnológico, el cual en el caso de América Latina tendrá seguramente mucho más de destrucción que de creación.
Como consecuencia de los dos impactos económicos precedentes, así como de los acuerdos de libre comercio celebrados por algunos de nuestros países con Estados Unidos, las economías latinoamericanas se bifurcaron. De un lado se consolidó un plantel industrial exportador sustentado en mano de obra intensiva. Del otro una base exportadora de recursos naturales. El denominador común entre ambos grupos de economías fue el poderoso sector de los servicios domésticos, el cual floreció en toda la región.
Lo característico del nuevo tsunami económico que se avizora es que afectara por igual a las líneas de ensamblaje de mano de obra intensiva, a los productores de recursos naturales y a los prestadores de servicios. Seguramente unos deberán confrontar la fuerza disruptiva del cambio tecnológico antes que otros de la misma manera en que la distribución de los costos no será la misma para todos, pues no se trata de un proceso lineal. Lo que es claro es que todos sufrirán.
La convergencia en el tiempo de la tecnología digital y robótica, de la nanotecnología, de la biotecnología y de las nuevas tecnologías de la energía, anuncia una concatenación de fuerzas destinada a chocar con la región. Los robots que ya se están convirtiendo en una poderosa alternativa económica en la propia tierra de la mano de obra intensiva, China, desbastaran a las líneas de ensamblaje de mano de obra de bajo costo.
La minería, la siderúrgica, la metalúrgica y la metalmecánica perderán terreno y se verán crecientemente acorraladas ante la aparición de los nuevos metales, mucho más resistentes y ligeros, que la nanotecnología traerá consigo. La tecnología del genoma brindará la capacidad de producir “in vitro”, y de reproducir con eficiencia industrial, frutas y vegetales. Otro tanto ocurrirá con la carne animal, a partir de las células madres.
El petróleo, de su lado, se verá sacudido desde todos los frentes. El petróleo de lutita generará sobreproducción y caída de precios. Las energías solares y eólicas cuyos precios han caído en 85% desde comienzos de siglo y cuya capacidad se duplica cada dos años, seguirán su avance hacia el cero costo marginal. Las baterías de litio cuyos costos han caído en 40% desde 2009, mientras su capacidad de almacenamiento avanza dramáticamente, darán una ventaja comparativa a los vehículos eléctricos. La biotecnología sustituirá al petróleo en la elaboración de plásticos. Y así sucesivamente.
La participación humana en el sector de los servicios se verá acorralada por la tecnología digital. No sólo las labores repetitivas y puntuales serán tomadas por las maquinas, sino crecientemente también aquellas que requieren de pensamiento analítico y alto nivel educativo. Ello podría anunciar una contracción radical de las clases medias.
Aunque el salto tecnológico está siendo anunciado con suficiente antelación, el mismo se encuentra totalmente fuera del radar de decisores políticos, empresarios, académicos o intelectuales dentro de la región. Ello a pesar de que la capacidad de reacción y resistencia frente a los cambios estará en relación directa a la preparación que se adelante.
Los gobiernos, las universidades, las empresas, las comunidades, deben comenzar a focalizar atención en este tema. La promoción acelerada de programas de educación continua, de destrezas tecnológicas, de creatividad, de pensamiento lateral y crítico debería estar dándose la mano con procesos consistentes de diversificación económica.
Es evidente que hay un límite claro a nuestra capacidad de respuesta al fenómeno en curso, frente al cual ni siquiera las grandes potencias económicas pueden inmunizarse. Sin embargo podemos definir y adelantar estrategias, mecanismos, destrezas y actitudes mentales aptos para amortiguar el tremendo impacto desestabilizador que se avecina. No hacer este esfuerzo sería imperdonable.