Bajo el signo de la contradicción: La política exterior Obama

Es difícil encontrar una sola arista que reivindique a la política exterior Bush. Sin embargo nadie podría cuestionar la clara consistencia de propósito que la caracterizó. La política exterior Obama evidencia sin duda importantes puntos a su favor y, en modo alguno, podría ser asimilada al extremismo y prepotencia que caracterizó a la de su antecesor. No obstante, en términos de coherencia la actual administración se encuentra a años luz de la anterior. Si algo caracteriza a las relaciones exteriores del actual gobierno es la contradicción. Contradicción entre la praxis y los principios expresados por Obama en su oferta de candidato y en sus discursos presidenciales. Contradicción entre las distintas iniciativas que ha adelantado.

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Es difícil encontrar una sola arista que reivindique a la política exterior Bush. Sin embargo nadie podría cuestionar la clara consistencia de propósito que la caracterizó. La política exterior Obama evidencia sin duda importantes puntos a su favor y, en modo alguno, podría ser asimilada al extremismo y prepotencia que caracterizó a la de su antecesor. No obstante, en términos de coherencia la actual administración se encuentra a años luz de la anterior. Si algo caracteriza a las relaciones exteriores del actual gobierno es la contradicción. Contradicción entre la praxis y los principios expresados por Obama en su oferta de candidato y en sus discursos presidenciales. Contradicción entre las distintas iniciativas que ha adelantado.

                Algunos ejemplos corroboran lo dicho. A apenas cinco meses de iniciarse una presidencia cuya oferta electoral estuvo marcada por rasgos marcadamente liberales (lo que en lenguaje político estadounidense implica algo que se asemeja a la centro-izquierda), Washington apoyó el golpe de Estado en Honduras a contracorriente de la mayor parte de América Latina.  

                Hay, sin embargo, ejemplos más emblemáticos. Si en algún área de las relaciones exteriores el presente ocupante de la Casa Blanca pareció mantener consistencia de objetivos fue en relación a China. Allí se ha buscado contener el emerger de China por vías comerciales y geopolíticas. En sus propios discursos Obama expresó que este tema constituía la prioridad internacional de su gobierno. Sin embargo, en momentos en que dicha política exigía de un alto grado de concentración de esfuerzos y recursos, su gobierno abrió de manera enteramente gratuita la caja de Pandora de Rusia. Ello no sólo obligó a desviar atención y recursos a otro frente vital, poniendo a competir prioridades, sino que sentó las bases para la conformación de un eje Pekín-Moscú, la peor pesadilla que pudiese planteársele a cualquier política exterior racional de Washington.  

                Si asumimos como válida la visión prevaleciente en la prensa occidental, que culpa de todo a Moscú y demoniza a Putin, la premisa anterior carecería de sentido. Sin embargo los patriarcas del realismo político en Estados Unidos dan una versión diferente. Según Henry Kissinger: “Europa y Estados Unidos no comprendieron el impacto de sus acciones. Ucrania siempre ha tenido un significado muy especial para Rusia y fue un error no haberlo entendido” (Spiegel Online, November 13, 2014). De acuerdo a John Mearsheimer: “Ningún líder ruso toleraría que una alianza militar que hasta fecha reciente fue la enemiga mortal de Moscú (la OTAN) se posicionará dentro de Ucrania. Ninguno permanecería de brazos cruzados mientras Occidente ayuda a instalar a un gobierno que integre a Ucrania a Occidente” (Foreign Affairs, Sept/Oct, 2014). Sin embargo, esto fue precisamente lo que de manera deliberada propició Washington cuando estaba embarcada hasta los tuétanos en su contención a China.  En un artículo aparecido en la revista Harper’s de junio 2015, David Bromwich detalla el alto nivel de involucramiento que Estados Unidos tuvo en la salida de Yanukovich y en atraer a Ucrania a su bando.

                La política desarrollada en el Medio Oriente constituye, de su lado, una auténtica reedición del Manifiesto Surrealista. Poco después de que ISIS se llevara por delante al ejército iraquí a mediados del año pasado, amenazando con tomar a Bagdad, la reacción de la Casa Blanca fue solicitar al Congreso 500 millones de dólares para apoyar a los rebeldes que combatían a Assad en Siria. Ello hubiese obligado a este último a combatir al contendor equivocado, perdiendo capacidad para enfrentarse a ISIS, el enemigo que compartía con Estados Unidos. De hecho, Washington ha seguido propiciando el cambio de régimen en Damasco mientras se enfrenta a ISIS y al Frente Nusra que buscan derrocar a aquel. Más recientemente, mientras Estados Unidos aún negociaba el acuerdo nuclear con Irán, susceptible de iniciar un proceso de distención con este país que resulta un aliado indispensable contra ISIS y el radicalismo sunita, apoyaba a los sauditas y a los países del Golfo a combatir las fuerzas chiitas en Yemen, respaldadas por Teherán. Ello mientras formulaba advertencias amenazantes a Irán.

                También en América Latina la incoherencia se ha hecho sentir. A finales del 2014 Washington hizo público su proceso de distención política con La Habana, sentando las bases para el restablecimiento de relaciones diplomáticas. Con ello buscaba sacar del camino a una proverbial piedra de tranca en sus relaciones con América Latina y El Caribe. No obstante, en marzo de este año la Casa Blanca declaró a Venezuela una “amenaza extraordinaria e inusual a la seguridad nacional de Estados Unidos”. Ello a pocas semanas de la Cumbre de las Américas en Panamá, en donde esperaba cosechar los resultados de su aproximación a La Habana. El previsible resultado fue la movilización de toda la región en contra de su medida. Poco faltó para que Estados Unidos se viese aislado en dicha reunión. 

               Sin duda alguna el actual ocupante de la Casa Blanca podría tomar clases de consistencia política de su antecesor.