China crece, Occidente duda

Mientras EEUU y la UE a duras penas superan la crisis financiera, China crecerá un 9% en 2011. Es la segunda economía mundial y el FMI vaticina que en 2016 superará el PIB de EEUU en términos de paridad de poder de compra. Y Hong-Kong y Singapur, de población mayoritariamente china, lideran, según “The Wall Street Journal”, el “Index of Economic Freedom 2011” y también el “Doing Business 2011” elaborado por el Banco Mundial. Los chinos saben mucho de negocios. Lo llevan en su ADN.

Pero el ascenso chino plantea algunos dilemas. Extiende el mensaje de que cabe alcanzar un buen nivel de desarrollo económico sin una plena democratización política. El modelo chino de capitalismo sin pluralismo político, ¿puede ser exportable, en plena crisis occidental, a otros continentes y países? Tal vez no, porque existe otros factores culturales diferenciales. El capitalismo chino de base confuciana esta influenciado por los valores de la civilización china, muy distintos a los que definen otras civilizaciones como la occidental, la hindú o la islámica.

China ha sacado a millones de personas de la pobreza. Pero existe un déficit en la protección de los Derechos Humanos, como se evidencia en Tibet y Xinxiang. También grandes desigualdades territoriales y sociales con un grave impacto medioambiental. El “Índice de Desarrollo Humano” del PNUD sitúa a China, Hong-Kong y Singapur en los 89º, 21º y 27º lugares en un ranking de 127 países.  Está encabezado por Noruega, Australia, Nueva Zelanda y EEUU, todos ellos países democráticos. Y Japón y Corea del Sur, con raíces confucianas pero también sistemas democráticos, ocupan la 11ª y 12ª. En cambio, India con un sistema parlamentario sigue rezagada en el 119º.

Pekín no pretende cambiar bruscamente, aunque sí mejorar, un orden económico del que tanto se beneficia. Occidente debe contar con China y los otros países emergentes en un mundo que tiende a ser multipolar. El Consenso de Washington ya es historia. Tampoco será el de Pekín. El nuevo Consenso está en fase de construcción. Y Occidente ya no tiene capacidades para imponerlo.

Pero China aprovecha la crisis occidental para ganar peso político y económico en todas partes, a costa de EEUU y la UE. Pekín revive el confucionismo que pregona el orden jerárquico y la armonía social para asentar “un capitalismo con características chinas”. El régimen chino seguirá una vía propia y específica para abrir la participación política y social, distinta a las democracias occidentales. Pekín no cree tanto en “el imperio de la Ley” como en “el imperar a través de la Ley”.

Pero la verdadera amenaza para Occidente no es externa, sino interna. La tragedia que ha golpeado Noruega es indicativa. Occidente está olvidando los “valores” sobre los que se asienta el “Estado de Derecho”. La crisis financiera de 2008, iniciada en EEUU, se debió a los graves fallos de gobernabilidad democrática de sus instituciones reguladoras. Los excesos y la codicia de algunos y la pasividad interesada de muchos, clase política incluida, llevaron al desastre. Lo peor: la pérdida de millones de puestos de trabajo, la frustración de las generaciones jóvenes sin un futuro claro y la desafección ciudadana al sistema democrático. El film-documental estadounidense “Inside job” habrá provocado las delicias de más de un dirigente chino. Pero los chinos tampoco pueden dormirse en sus laureles. Los conflictos sociales crecen en China. También les acecha el fantasma de una gran burbuja inmobiliaria tan grande como la dimensión del país.

Occidente no debe obsesionarse con China. Sí debe renovar la confianza en si mismo, en sus valores, fortaleciendo sus sistemas democráticos. Y adecuarlos a una sociedad dinámica donde las nuevas tecnologías han acelerado la transformación de los modelos económicos y sociales. Pero el modelo político no se pone al día. Occidente no pueden perder más tiempo. El Siglo XXI corre aceleradamente. Y no lo hace a su favor.